La ventana de incertidumbre – Mibelis Acevedo Donís

Mibelis Acevedo Donís

Publicado en: El Universal

Por: Mibelis Acevedo Donís

A expensas del limbo en el que estuvo sumido el Comité de Postulaciones, las recientes, tensas, atropelladas diligencias para renovar el CNE indican que, contra todo trance, el gobierno se alista para convocar los comicios previstos para este año. Anulado queda el barrunto de que la pandemia abriría un paréntesis largo en la dinámica política, la ilusión de que a estas alturas el equilibrio inestable desembocaría en milagroso “quiebre”, o que reveses como la quema de las máquinas de votación enfriaría el interés de los autócratas electorales por reconquistar “limpiamente” el parlamento y legitimar su permanencia en el poder. Las señales ratifican así el avance de un plan que, una vez más, encuentra a una dirigencia opositora fragmentada, perdida en sí misma, víctima de sus incongruencias y sin estrategia precisa. Atrapada, a la sazón, por el consabido dilema: ¿votar o no votar?

En suerte de crónico déjà vu, los argumentos de abstencionistas y pro-voto retornan al debate público, esta vez aderezados por un revelador antecedente. La gesta abstencionista de gran calado urdida en el seno del G4, Frente Amplio y sus cófrades a raíz de las presidenciales de mayo 2018, no ha podido demostrar su eficacia.

A contramano del envión que en 2019 llevó a creer que la transición era “irreversible”, que el anhelo tendría finalmente chance de concreción –todo cabalgando a lomos de la épica enarbolada por una AN legítima, el rechazo moral al régimen junto al contundente involucramiento internacional, con EEUU y Trump a la cabeza- los balances lucen hoy decepcionantes. La compulsiva repetición del mantra no conjuró la falta de poder fáctico, tampoco hubo intervenciones “piadosas” o desembarco de marines, ni la crisis humanitaria se tradujo en estallidos sociales liberadores. El cese de la usurpación sigue pendiente, en fin, y los sectores democráticos, en lugar de fortalecerse, pierden credibilidad, recursos y espacios. Entretanto, mientras las sanciones asfixian a la gente común pero no les quitan las ganas de bailar a los mandones (ocupados en fortalecer alianzas con países también sancionados, como Irán), los desbarros de cierto voluntarismo que sin rubores propone insurrecciones “por encargo”, evidencian el nocivo influjo de sectores opuestos a la vía política y casados con el “Vete ya”, el espejismo de la ruptura violenta.

Al advertir las contradicciones que estos desvíos encajan a una ruta cuya legitimidad dependía, en primer término, de la auctoritas de la institución desde la cual se opera (algo que, lógicamente, impone límites, condiciona la índole de la estrategia, exige compromiso no sólo con convicciones sino con procedimientos) y temiendo por un nuevo entrampamiento, una nueva dilución de oportunidades, lo que ahora se plantea es qué hacer frente al hecho político ineludible. El fantasma de 2005 acecha, muestra su sonrisa de dientes desportillados, le avisa a los impacientes que despachar otra rendija porque no asegura mudanzas inmediatas ni absolutas podría significar un costosísimo retroceso. Y lo peor: en la hora de mayor vulnerabilidad de la oposición.

Luego de tanta bochornosa incursión en los terrenos de la política-ficción, convendría evaluar lo que expertos dicen respecto a participar en elecciones organizadas por regímenes autoritarios. En línea con los hallazgos de Matthew Frankel o las contribuciones de Andreas Schedler, especialmente, Jennifer McCoy nos recuerda que esto plantea un juego a dos niveles, el de la competencia y el de la presión por reformas. “Los oponentes deben participar en cada elección donde tengan posibilidad de superar manipulaciones y ganar efectivamente, mientras también trabajan para cambiar las reglas del juego político más amplio”. La abstención en los disparejos escenarios de la elección viciada, añade, sólo entrega poder al régimen. “Tal entrega no le cuesta nada al vencedor, pero exige un alto precio por parte de la oposición y sus partidarios al perder el control local de los recursos (…) Por lo tanto, es mejor participar y obligar al gobierno a competir, que permitir que el gobierno gane sin ningún esfuerzo”.

Puesto así, la no-participación implicaría renunciar a un espacio institucional desde donde ha sido posible movilizar a la sociedad, amarrar reconocimientos y demostrar superioridad cuantitativa, sin ninguna garantía de encontrar sustitutos más ventajosos que desde fuera del sistema permitan cohesionar fuerzas a la hora de una eventual negociación, por ejemplo. ¿Quién pierde, quién gana, para qué sirve esto? Por lo visto, la propuesta de despolitizar el conflicto para convertirlo en lucha existencial, el empeño en no reconocer en el otro una mínima racionalidad política, buscaría atribuir a este la condición de entidad electoralmente inderrotable; un encuadre moralista y estrafalario que, al mismo tiempo, endurece la percepción de la propia impotencia pero justifica el camino de la mutua aniquilación… ¿está acaso la oposición preparada para esta clase de pulso?

La maximización de expectativas en momento de disminución del músculo nos mete en un atolladero. Es la pelea del bello deseo contra lo disponible, pero… ¿por qué no considerar la sinergia? La realidad señala topes, sí, que también son pistas para ese abordaje que da carne al ideal. Sin potestas para impulsar cambios radicales, viendo la elección no como evento fundacional y sí como una nueva fase de la gradual democratización, lo que cabría entonces es estrujar el mutuo interés para exigir las mejores condiciones posibles en circunstancias no-democráticas; disputar, vía voto, los términos de la legitimidad, e ir resquebrajando así toda base de respaldo del régimen. La clave acá es persistir, claro, desmantelar el invalidante clima de opinión, hablar con verdad a la gente y convencerla de que su participación es lo decisivo.

Dice Schedler: “aun cuando los gobernantes traten de robarse las elecciones, reprimir a los disidentes, debilitar a los partidos de oposición, crear divisiones artificiales y establecer reglas y condiciones de competencia inequitativas, de todos modos los ciudadanos pueden votar en su contra”. A pesar del desdén que despierta entre algunos “avispados” estrategas, el potencial de esa ventana de incertidumbre nunca será poca cosa.

 

 

 

 

 

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