Publicado en: El Universal
Se subrayan las dificultades para comprender lo que ocurre en Chile, pero están principalmente dentro de nosotros, más en lo real-pensado que en lo real-concreto, diría Kosik, porque sobre los hechos hay suficiente iluminación. La tradición nos acostumbró a nuestra insignificancia ante fuerzas ciegas que nos controlan. En la Edad Media éramos marionetas de Dios, después de la Ilustración, de la historia y la sociedad. Las ciencias sociales suprimieron al sujeto que decide su vida y opta dentro para retar al destino.
Si alguien comete delinque es porque se crió pobre o mami lo pellizcaba. En otro caso se debe a la crianza de niño rico malcriado, o un tercer caso, que lo hace por ser producto de una clase media frustrada en sus objetivos. Pero todos en el fondo son buenandros víctimas del entorno, sin responsabilidad personal (“¡es que no me tienen paciencia!”). Para los marxistas en el socialismo, al derogar la injusticia social, seremos felices, obreros en la mañana, arquitectos en la tarde y poetas borrachos en la noche.
La dedicación al trabajo, al estudio, a producir, la austeridad, la bondad, la abnegación, las virtudes weberianas, la calidad y voluntad personales son factores secundarios e incluso rechazados por los marxistas. Así Shakespeare y Cervantes son productos necesarios del ambiente, como los hongos y si no hubiera nacido Winston Churchill, otro ocupara su lugar. Los hooligans, pirómanos en Santiago, expresan desarreglos, desigualdades sociales, aunque se argumente mil veces que eso pasó igual en las urbes más humanas del planeta.
El dildo y el fusil
Lo padecieron NY, Montreal, Los Ángeles, París, Londres, Estocolmo, Amsterdam, Barcelona. Misteriosamente los que argumentan que el levantamiento chileno tiene causas sociales, no las ven en Barcelona con apenas días de diferencia. La clase media saqueaba televisores, tabletas, DVDs y los arrojaba a las piras incendiarias, se autosodomizaban para repudiar la dictadura sexual, mientras otros se declaraban “hijos del Che”. Un gran reclamo era derogar los impuestos al libro.
En síntesis un perfecto aquelarre de grupos con necesidades básicas cubiertas, como en el mayo francés de 1968, en una sociedad que los cansa. Los mapuches, cuya vida se ha humanizado y sus ingresos se multiplicaron por miles en la democracia, desfilaron para expresar su descontento. Marchaban con sus atavíos coloridos, pulcros y planchados, al estilo de una escola de samba, y no harapientos, famélicos y malolientes, como en el viejo Chile o Perú de los 80, condenados a la miseria.
Quienes destruyeron el metro no lo necesitan mucho, en protesta más propia de una sociedad posmoderna que de una moderna. Hay una razón de fondo de la izquierda global para sacar partido de lo ocurrido en Chile. Cuando el socialismo se derrumbó en todas sus formas durante los 80, inventaron rápidamente el esperpento del “neoliberalismo” para desviar la atención de su fracaso y calificaron así los titánicos esfuerzos de los bomberos para recoger los escombros y ponerle sensatez a las economías. Con el descrédito del socialismo XXI, necesitan degradar el modelo chileno.
Boberías ilustradas
El portentoso tratado de Ronald Inglehart, Modernizaciónypostmodernización en 43 sociedades (Princeton, Paperbacks: 2010), que debiera ser obligatorio en todas las facultades de ciencias sociales, da claves. Una es esta violenta paradoja: mientras la expectativa de vida de un africano pobre puede ser de 38 años y muere de hambre (no puede incinerar una TV de 60 pulgadas) la de un ciudadano de país desarrollado (o un chileno) casi llega a ochenta años y muere de sobrealimentación (infarto, ACV, diabetes, obesidad).
Mientras en países atrasados o en proceso de modernización, la angustia de 80% de los encuestados es recibir mayores ingresos o mejorar su situación económica, en naciones posmodernas un porcentaje parecido declaraba que las suyas son la conservación del medio ambiente, el bienestar animal, el desarrollo espiritual, religioso, la soledad y la falta de afecto. Apenas a la minoría le interesaba ganar más dinero. A Piñera lo quieren destituir porque no resuelve los problemas existenciales de los ciudadanos.
También hay un pensamiento bobo de la posmodernidad y mencionaremos uno proverbial. El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, escribió, entre otros, La sociedad del cansancio (Barcelona, Herder: 2010) un pequeño libro muy leído que tal vez nos ayude a comprender, no por su análisis del asunto, sino como síntoma. Dice que los conceptos con los que vivimos fueron pensados para una sociedad disciplinaria de sujetos en el entorno de fuerzas externas que explotaban el trabajo, pero ahora las garras opresivas son internas, el sujeto es su propio esclavo (¿)
El demonio al servicio del mercado es el FMI que da dinero a cambio del alma y su forma extrema es la flexibilidad laboral que permite tiempo libre para que el hombre se auto explote y se esclavice al narcisismo en las redes, “su libertad es una condena a la auto explotación”. Explica que en el siglo pasado las enfermedades eran bacterianas “pero ahora son producto de el exceso de afirmación, porque la gente puede hacer lo que le da la gana”. Eramos pocos.
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