Por: Jean Maninat
La maledicencia y la envidia han desandado los siglos de los siglos vistiendo diversos ropajes: desde las insalubres pieles de oveja de los pastorcillos libidinosos, hasta las refinadas sedas ornamentadas de los Papas renacentistas, para rebotar en los sofisticados trajes de los astronautas que navegan el espacio. Pero sin duda, el ensemble que mejor identifica al maldiciente prototípico, es el sayo de tosco paño, los mugrientos pies descalzos, un símbolo de pertenencia a un grupo religioso bailándole en el pecho, y la mirada afiebrada de quien puede detectar las inmundicias en el alma de los hombres con tan solo un parpadeo. El santón.
Los maldicientes detestan lo impuro, lo contaminado, lo que aparta del camino correcto que ellos creen haber descubierto en la lectura de algún libro sagrado, y su misión en esta vida es perseguir al mal y a sus adeptos. En la exitosa serie televisiva, Juego de Tronos, por espacio de dos temporadas, apareció la secta de Los Gorriones y su líder El Gorrión Supremo, verdugos dispuestos a limpiar los siete reinos a punta de penitencias para los transgresores de las estirpes dominantes. Como suele suceder –¿se acuerdan de Savonarola?– terminaron consumidos por el mismo fuego purificador que encendieron.
El capítulo de la secta de los maldicientes en Venezuela, se ha especializado en denunciar, señalar, insultar, denostar, difamar y maldecir a los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), por el solo hecho de pensar distinto a la corriente radical de la oposición y actuar en consecuencia. No hacemos alusión a quienes tienen diferencias políticas significativas, y las tramitan con tranquilidad y firmeza, sin aspavientos purificadores. Nos referimos a la “turba linchadora” que acecha en Twitter para desatar su inquina y resentimiento contra todo aquel que no comparta sus puntos de vista, o que simplemente le caiga gordo.
La andanada más brutal, más vil y canalla, la ha realizado en estos días en contra de la delegación que asistirá al inicio –o final, veremos– de las negociaciones entre el gobierno y la oposición en República Dominicana. Los mismos que habían pedido que se ampliara su composición, tan pronto se leyeron los nombres que la integrarían, desataron una campaña de demolición, tratando de enlodar las reputaciones de gente valiente –mucha sin militancia partidista– que aceptó el reto de lidiar con un contendor sin escrúpulos y mañoso a más no decir.
Llovió de todo sobre la delegación política y el equipo de asesores provenientes de la sociedad civil: empresarios y sindicalistas, intelectuales y especialistas, todos fueron arrimados frente al paredón y apedreados a punta de infamia y cobardía. Que iban a darse la gran vida, a hacer negocios, a buscar dólares, a cobrar sus deudas, proteger sus parcelas, y hasta un aspirante a gourmet chimbo denunció que iban a comer langosta y beber champaña.
Un juicio sumario en curso, un festival de la infamia dirigido por gente que se vanagloria de tener un nivel intelectual, una estatura moral, mientras baten las antorchas, azuzan a los perros, y blanden las sogas para cazar a sus presas. Sin siquiera esperar a lo que va a suceder en Quisqueya, la secta de los maldicientes dictó condena y encendió las hogueras, sus miembros quieren olor a carne quemada.