La única razón por la que me interesa la nobleza es por su relación con asuntos de estado, es decir, políticos. Lo de los trapos me parece importante porque lo que se ponga una dama de la nobleza suele tener impacto en ciertos nichos de mercado. Pero creo que algunos confunden “celebrity” con “royal”.
Podemos debatir sobre la pertinencia y vigencia de sistemas donde haya casas reales y títulos nobiliarios. En los países no monárquicos el asunto nos resulta incomprensible, pero el modelo , por cierto muy modernizado, existe en muchas naciones y es aceptado con beneplácito por buena parte de sus ciudadanos. Las casas reales aportan una concepción de unidad, de estabilidad.
No tiene nada de envidiable la vida cotidiana de un “Royal”. Las liviandades que son aceptadas en ciudadanos del común resultan imposibles en quienes llevan sobre sus hombros títulos nobiliarios. Pero algunos logran, con mucho esfuerzo y compromiso, desempeñar el papel que les toca. Seguramente Leonor envidia a sus compañeritos del cole. Pero sus padres, abuelos y consejeros, imagino que con no poca dulzura, le dejan muy claro que ella no es como cualquier niño. Ella es la Princesa de Asturias y será Reina de España. Su destino está escrito.
Cuando Máxima se enamoró de Guillermo él era príncipe. Y en su carta de vida estaba escrito que sería rey de los Países Bajos. La parte bonita es el cuento de hadas, el “había una vez un príncipe que se enamoró de una plebeya”. Pero Máxima, una mujer particularmente inteligente, entendió desde el principio que esto sería mucho más complicado, engorroso y difícil que un cuento de hadas. Si se casaba con Guillermo sería reina, con el inmenso peso de la responsabilidad que eso suponía. Hoy Máxima es reina, extraordinariamente querida y respetada por los holandeses. Y no, ella no es un mero adorno. Su desempeño no se limita a fiestas. De hecho ella lidera muchas de las principales iniciativas sociales y culturales.
Hay otros ejemplos sobresalientes, por buenos y algunos por patéticos. Matilde hubiera sido una mujer destacada incluso si no hubiera desposado a Felipe de Bélgica. Y ella no solo brilla con luz propia como reina de los belgas; ella hace que su marido, el Rey, brille más y mejor.
Daniel y Victoria se enamoraron perdidamente. El, plebeyo. Ella, princesa de Suecia y heredera a la corona. El supo muy bien la clase de vida que tendría si se casaba con ella y la montaña de exigencias y sacrificios que la vida le depararía. Daniel no es un pelele. Es un hombre inteligente que entendió que esto no era un juego. Los suecos no solo lo quieren, lo respetan. Su esposa será reina y su hija será reina.
Carolina tuvo la desgracia de quedar viuda. Peor desgracia fue casar luego con un individuo horroroso, que no ha hecho sino avergonzarla. Ahora Carolina cumple con sus obligaciones con sus hijos y nietos. La Infanta Cristina tiene un marido que sencillamente es impresentable. Otra que no supo escoger.
La palabra clave es “obligaciones”. Es decir, responsabilidad. Cuando en entrevista con Oprah, la señora Meghan Markle dice que ella no investigó lo que significaba casarse con un miembro de la familia real británica, pues no sé si pensar que miente o si es irremediablemente tonta. La conversación con Oprah discurrió en un guión de “soap opera”, con todos los ingredientes lastimeros. Sí, para inspirar lástima. Pero enfundada en un vestido de 3.500$ que remedaba un traje usado alguna vez por Wallis Simpson, personaje de tan infausta recordación. Una conversación salpicada de elementos trágicos que hacen subir el “rating”. Pasearse por asuntos como el suicidio y el racismo. Son los ganchos del guión.
En fin, el mundo necesitaba “entertainment”. Y a diferencia del cuento de hadas, en éste al príncipe lo besaron y se convirtió en sapo.
¿Y la “r” de “Royals”? La duquesa no entendió nunca que era “r” de “responsabilidad”.