“Esto es una mezcla de ignorancia, negligencia, sectarismo, maniqueísmo y una ambición abiertamente codiciosa y criminal”. Eso respondo a colegas de otras latitudes que me preguntan cómo se entiende lo que está pasando en Venezuela.
Para nada ni cosa alguna, les agrego, porque la realidad se les va a imponer. Y, entonces, o ceden y Maduro se convierte en un “tirano liberal” (figura ampliamente descrita en la literatura política), o no cede, se lo come la realidad y termina convertido en un “tirano en el exilio”, chancleteando en quién sabe dónde, con mucha plata pero igual chancleteando.
Si no cede y el paquete de reformas no se hace como no hay de otra que hacerlo, el país va a colapsar y entonces se va a tener que fugar, con las alforjas repletas, es cierto, pero habiendo perdido el poder. Y aunque algunos digan que estará feliz, eso no cierto. Porque Maduro es un adicto al poder.
Sospecho que los “prestamistas grises” le aceptaron lo que presentó, al menos en principio, para empezar a conversar. Claro, las operaciones de crédito serán caras, carísimas. Y quizás esos prestamistas le aflojarán unos dólares. Pero eso, lo que anunció, no es suficiente ni para medio parapetear el desastre. Ni siquiera corre la arruga. Más allá de la inconstitucionalidad e ilegalidad (asunto que para la población es “más de lo mismo”), lo grave está en que no alcanza para atacar el severo desmadre de la megahiperinflación, que no es el único problema (hay otros igualmente graves) pero sí el más protuberante, lo que hace sudar tinta china y es “top of mind”.
Ahora bien, si hace las reformas completas (muy neoliberales) y alivia el sufrimiento de la gente, se atornilla por varios años. Porque es tan grande la pelazón y el sufrir que no hay ni un milímetro de espacio para ocuparse de temas típicamente democráticos, llámese violaciones inconstitucionales, leyes mal hechas y que no respetan los mínimos parámetros, presos políticos, procesos electorales que son cualquier cosa menos libres y confiables, patadas a los derechos humanos, etc. Es decir, el problema ya no está en los constantes golpes que Maduro y su régimen dan a la democracia. Es que nada de lo que hace sirve para apagar el infierno. A la gente lo único que le importa es lo que la está matando. No tiene espacio ni energía para otra cosa que no sea cómo “resolver”. Al resto lo ve como gallina que mira sal.
Y si se convierte en un tirano liberal los aliados nuestros en el exterior van a bajarle el volumen a la crítica. Porque lo único o lo que más preocupa hoy a los países es lo que pesa: el chorro de inmigrantes que están recibiendo, asunto que se traduce en altos costos contra presupuestos operativos en salud, educación, vivienda, servicios públicos, etc. y un serio problema en empleo, integración, seguridad.
Ya estamos en Venezuela en 72% de pobreza. Y ya el porcentaje de personas que vive gracias a remesas internacionales (que reciben de familiares o de ahorros en dólares o euros) es de 24%. Esas son cifras comparables con los países del centro de África. Pero, además, la inflación se está comiendo el poder de adquisición de las remesas que se reciben. Esos de 20 a 100 dólares no rinden, porque la megahiperinflación se los deglute. Entonces ese 24% cuya vida se sustenta en los pocos dólares que recibe siente que se aprieta la soga.
La cosa no es grave, es gravísima. Si no privatiza la electricidad, la telefonía, el gas y un trozo importante del petróleo, la distribución del agua, las carreteras, al menos en parte, ademas del bojote de empresas que están en manos del estado, las cuentas no cuadran de ninguna manera. Por eso los enchufados están al asecho. Y, para más, si no “se amiga” con los países donde están los dineros robados, incluso si a esos ladrones los ponen presos, esos capitales (hablamos de muchísimo dinero) no se repatrian.
Entonces, Maduro no está en una encrucijada. Está sentado sobre una paradoja. Chupando un helado de níspero verde. Lo cual me lleva a lo que creo crucial: un pacto de la oposición. Porque sea que Maduro se convierta en un tirano liberal o en un tirano chancleteando en el exilio, igual la oposición necesita un pacto bien sellado para enfrentar una u otra situación.
Si nos toca enfrentar una tiranía liberal, la cosa no es nada simple. Daniel Ortega lo hizo (a pesar de un discurso ñángara); abrió caminos para una economía muy liberal, en muchos casos hasta neo capitalismo salvaje, que magnatizó a sus enchufados y generó “prosperidad”. Así pasó muchos años contando con el favor del pueblo que veía que su situación económica mejoraba, que se acababan los tiempos de escasez y precariedad, aunque día con día se trituraran más los preceptos democráticos. Y no es sino hasta ahora, pasados varios años, con varios cientos de muertos, heridos por miles y una catarata de decretos a cuál más fascista, cuando la población se percata que lo que tiene sentado en el palacio presidencial es una pareja de tiranos. Pero Ortega y su camarilla pasaron largos y frondosos años acumulando poder, inventando un modelo de fagocitosis y destruyendo a la oposición, ante la impávida mirada de la comunidad internacional y, más grave aún, de la población. Algunos dicen que Ortega y su horrenda mujer son ya cadáveres políticos. Yo no me atrevería a semejante dictamen. Creo más bien que son “poltergeist”.
Y si por el contrario Maduro no cede, pues lo dicho. El país colapsará y más tarde o más temprano, un día cualquiera despertaremos a la noticia que, conminado o no por el partido o los militares, o quien sea, se fue, dejó el pelero. Y entonces, ese pacto entre las fuerzas de oposición se convierte en indispensable.
Así las cosas, si Maduro está sentado sobre una paradoja, no menos lo están los diligentes de la oposición. Prendan la luz para organizarse.
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