Publicado en: Revista Microfilosofía
Por: José Rafael Herrera
¿Es posible que un águila pase a ser un halcón para luego terminar siendo un buitre? La escritora británica J. K. Rowling ha dado cuenta de la existencia de ciertos “animales fantásticos”. Nunca se sabe. La verdad es que, en medio del pesado transitar de este desdibujado presente, nada pareciera ser imposible. Si ya en tiempos de Leonidas los ruines intereses de un disforme –retorcido y genuflexo– pusieron en peligro la seguridad de toda la cultura occidental; si, según Maquiavelo, lo gris que hay en el hombre es, más que una característica, su rasgo común preponderante; si el bien supremo se representa más como la riqueza, el poder o la sensualidad que como la virtud del bien verdadero, ¿qué de extraño puede tener –en una sociedad que ha hecho de lo efímero y fugaz su mayor éxito, de la compra-venta el único valor significativo de la existencia, de las formas vacías el eco de un ardid en el silencio de la nada– que se produzcan las más inverosímiles metamorfosis políticas? Se es lo que se hace. Ser es hacer. Un empresario no puede hacer política sin dejar de pensar en los negocios. La llamada antipolítica no es tan antipolítica después de todo, aunque suela conducir los destinos de un país como si se tratara exclusivamente de una corporación financiera, en claro detrimento de la eticidad.
“Todas las opciones están sobre la mesa” se ha dicho una y otra vez. Y sin embargo, todo indica que de todas las opciones la más probable lleve los signos de un águila que de halcón ha devenido carroñero. Como dice el adagio popular: “Tanto nadar para morir en la orilla”. No pocas veces, en política, la lealtad es conducida directamente por intereses calculados: se trata de ser práctico –se dice– y de que la relación costo-ganancia se incline siempre a favor de la parte interesada. Son palabras traídas desde el entendimiento abstracto. Tragar sapos en algún momento fue, más que una recomendación, una enseñanza de vida para Goya, en su transitar por los caprichos del poder. Cada piedra del largo camino de este infierno está hecha con el estiércol de las buenas intenciones. Metamorfosearse no pareciera ser tan difícil, por lo visto.
El debate, el diálogo y, por supuesto, la participación en comicios electorales, siempre y cuando sean pulcros, son modos diversos a través de los cuales se expresan legítima y racionalmente los atributos de la democracia. Pero, ¿cómo y cuando se llega a producir un estado de metamorfosis política? No se diga, a los fines de honrar la magna obra de Ovidio, desde la creación del mundo hasta la transformación del alma de Julio César en una stella, sino, más humildemente, del mito hollywoodense de posguerra que va desde el belicoso let’s go with all, guys, to the charge!, al más prudente take it easy my boys. Lo cierto es que del “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres” y del “sí o sí” ya va quedando muy poco. Al parecer, flatus vocis, pues se trata de frases cuya férvida conmoción se han ido deslizando por largas alfombras, diluyendo y enfriando poco a poco, hasta llegar al inminente acuerdo de un proceso comicial. ¡Haberlo dicho antes!
Lo cierto es que el “como vaya viniendo vamos viendo”, esa suerte de “método científico” criollo que envuelve –y oculta– il sassolino de la “paradoja del inventor”, el ensayo y error en toda su crudeza empirista, es el norte que va guiando no solo a la dirigencia política nacional, sino también a la internacional. Y es que la política del ensayo y error va orientando las más sorprendentes metamorfosis, a medida que la situación va mostrando sus costos y complicaciones. A fin de cuentas, una hipótesis no es más que una simple conjetura que debe ser sujeta a verificación. Se trata, como en efecto se ha venido tratando, de poner sobre la mesa un conjunto de opciones que cumplan con todos los requisitos necesarios a objeto de ser debidamente ensayadas –ceteris paribus–, siempre sobre la base de experiencias previas, hasta dar con la variable indicada. Uy, ¡eureka!: si se aprieta el gatillo de una pistola cargada con pólvora y bala, lo más probable es que la pistola se dispare; pero –y este parece ser el caso– si la pólvora estuviese mojada, entonces, lo más probable es que heurísticamente no se dispare. Como podrá apreciarse, el entendimiento abstracto es de una sorprendente genialidad. Se sabe que los chinos y los rusos son expertos en pólvora, por lo que no solo saben encenderla sino también apagarla. Y así, en unos pocos meses, el Halcón ha dejado de serlo para transmutar, nada menos, que en un Falcón.
Con ejemplar paciencia, Venezuela ha transitado por una larga senda de sufrimientos, de penurias, de zozobras, de crisis y temores inmerecidos. Ha marchado, ha protestado, ha participado en innumerables convocatorias de calle; ha respondido, con la cara pintada de “color esperanza”, a los más diversos llamados que se le han hecho, para manifestar de viva voz su descontento, su “fuerza” y su “fe”; una enorme cantidad de venezolanos se ha visto en la necesidad de huir del país. Las cárceles están llenas de presos políticos, humillados y torturados. No pocos fueron los militares y policías que desertaron en nombre de un mejor destino que nunca llegó. Una multitud fue a recibir con los brazos abiertos la llegada de la ayuda humanitaria, “sí o sí”, pero las gandolas nunca lograron entrar. Se han padecido innumerables cortes de luz y agua, la comida es cada día más inaccesible, las medicinas son cada vez más escasas y costosas, los sueldos no alcanzan, resultan ridículos; en los hospitales es evidente la impotencia de su personal médico, las colas en las gasolineras se han hecho antología de la eternidad. Y todo esto a la espera del fin de la usurpación y de la instauración de un gobierno de transición. Total, después de todo, “veinte años no son nada”, “la luz al final del túnel” ya se ve, está cerca, muy cerca, y “ya casi” se le puede tocar. Pero, de pronto, y como en circunstancias anteriores, se presenta un cambio de planes. Se mojó la pólvora. Ahora, desde Oslo, pero también desde Washington, se dice que la solución está negociándose para ir a unas elecciones “con garantías”, aunque con el mismo Consejo Electoral.
En Santo Domingo, los aliados internacionales le exigieron a los factores democráticos no participar en diálogos y retirarse de las conversaciones. No se negocia con secuestradores, afirmaban. Pero ahora se recomienda negociar con los secuestradores y llegar a un acuerdo. Simples cuestiones de método. Por eso mismo, cabe preguntarse si existirá alguna diferencia, quizá de tipo heurístico, entre un diálogo y otro, o entre este discurso y el anterior. Quizá la gente se hubiese ahorrado un poco de sufrimiento en este largo período plagado de dolor. Desde la colina, un metamorfoseado pajarraco guiña un ojo y sonríe, mientras pareciera balbucear un extraño I told you!…
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