La máscara de Djokovic – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

No se le puede exigir a un atleta superlativo, quien ha logrado un palmarés extraordinario con su esfuerzo y tesón, con esa voluntad que no disminuye tras horas de sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas en una cancha, que además sea un “intelectual”, alguien que diserte sobre temas variados con la propiedad de quien ha dedicado su existencia a la lectura y la reflexión.

Sería tan injusto como exigirle a Fernando Savater que amén de su enciclopédica afición hípica fuera un laureado jockey de la dimensión de Irineo Leguisamo (a quien Gardel dedicara una canción) o de Gustavo Ávila por nombrar dos grandes jinetes del continente que nos aqueja. Que sea el valeroso y genial escritor que nos deleita y abruma es más que suficiente.

La presunción de que esfuerzo deportivo y agudeza cultural son términos contradictorios es una conseja elitista producto de desabridas inteligencias. (No, no vamos a citar los ideales greco-romanos a pesar de que no hay testimonios de que Sócrates fuera un habilidoso lanzador de jabalina).

¿Alguien más mordaz culturalmente que Yogi Berra para detectar la conexión entre vida y juego? Su “It ain’t over ‘til it’s over” tiene un puesto estelar en el panteón de las frases célebres y manidas al lado de la gatopardiana, “Si queremos que todo permanezca como está, es necesario que todo cambie” de Lampedusa. Ambas han nutrido miles de alibi para explicar triunfos y derrotas por igual con una ceja arqueada.

Sabrá Dios qué discurre en la cabeza de Messi o de Cristiano cuando no están haciendo milagros con un balón y la verdad poco importa. En esta columna jurásica recordamos a Cesar Luis Menotti, el mítico entrenador argentino con su facha de métequè burgués, cabellos largos, un sempiterno cigarrillo y dado a hacer agudos comentarios sobre política y otros temas. Y cómo no, nos deleitamos con las crónicas futbolísticas actuales de Jorge Valdano quien escribe tan bien como jugaba en la selección argentina. Y tantos escritores que han hecho del deporte un evento cultural. La lista es larga.

El affaire Djokovic ha alborotado mundialmente a las corrientes negacionistas que falsamente atrincheradas en la libertad individual pretenden que un individuo se aproveche de su fama e influencia para evadir lo que millones de ciudadanos han hecho responsablemente: vacunarse contra el covid-19.

El negacionismo no es nada nuevo, ya se expresó con fuerza para dudar la existencia del Holocausto con argumentos que exudaban un antisemitismo militante. Durante la explosión del VIH/SIDA hubo grupos de adelantados que adversaban el uso de preservativos porque limitaba la libertad sexual individual, mientras otros en la ultraderecha cultural retrógrada lo consideraban un merecido castigo divino. Ambos grupos desestimaban entonces la evidencia científica tal como se pretende hacer hoy en día.

El ciudadano Djokovic no está por encima de la responsabilidad colectiva de cuidarnos entre todos frente a la pandemia y su insensatez está al servicio de la subcultura de la antivacunas y de sectores de la extrema derecha tal como lo señala un editorial reciente de El País de España. No hay excusa posible para tamaña irresponsabilidad.

La máscara de Djokovic es antigua y decadente como la superstición medieval de un ignorante y altivo señor feudal. No tiene nada de loable.

 

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