Perdemos cada día una pestaña de esas que necesitamos para la capacidad de asombro. Ya poco fruncimos el ceño ante las barbaridades que ocurren. Y caemos en el ejercicio de la anomia, que es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveernos de lo necesario para lograr las metas de la sociedad. En pocas palabras, la nuestra es una sociedad anémica, flaca, o como canta el tango, “fané y descanyá”.
Pero para lo que sí parece haber fuerzas es para el ejercicio de la destrucción. En las redes, sobre todo. Allí se tira piedras a placer y hay gente actuando como las tejedoras frente a la guillotina en aquella Francia que estudiamos.
Para algunos, cuántos no sé, es equiparable lo que ha hecho el régimen con los fracasos de la oposición, como si pesaran lo mismo los horrores del régimen y los errores de la oposición. Pero hay más en esta novela del género del absurdo. Maduro, arbitrariamente, le quita competencias al gobernador Rosales. Y la gente se lanza como fieras depredadoras a despedazar a Rosales y no a Maduro.
Claudio Fermín, en un alarde insolente, se lanza como candidato a la gobernación de Barinas. Es un disfraz. Pero ahí está, apoyado por unos cuantos esquiroles (que sigo el consejo de Caleca y ya no los llamo alacranes), alterando la escena ya de suyo complicada. Muy generosamente, tanto a Fermín como a Arreaza el CNE los mudó para Barinas. Poco importó que no hayan vivido en Barinas o que aparecieran como electores en Caracas. Fácil. Cuando el CNE quiere, el CNE puede. Ojalá los electores de esa entidad estén con los ojos claros y con mucha vista.
El lío se armó otra vez en la oposición. Pasa cada diciembre. Estamos en tiempos de discursos altisonantes alentados por managers de tribuna. Gozan los “mesitos”. Pero en enero se calmarán esas aguas y entenderán lo que no hay cómo disimular, que los buenos somos más pero que eso solo sirve si hay unidad.
Va terminando este duro, cruento y difícil año. Comenzamos en crisis y terminamos con ella elevada a la n potencia. El llevadero no existe. Esa frase se le ocurrió a algún cursi de esos que escriben libros de auto ayuda. Prefiero entonces dotarme el alma de pensamientos más inteligentes, como por ejemplo “el que camina en el lodazal no puede quedarse quieto, porque se hundirá en él”. No es mía; es de un tal José Eustacio Rivera, de su novela “La vorágine”.
Y cierro estas líneas con una declaración de principios: las hallacas sin adornos (aceitunas, alcaparras, tocino, tiritas de pimentón, rueda de cebolla, encurtidos, pasitas, huevo duro) no son hallacas, a lo sumo y con suerte son bollos. ¡Bendición, abuela!