A propósito de un artículo reciente de mi autoría, un lector me escribe y me pregunta qué es eso de la “inteligencia ética”. Me satisface la pregunta pues no es un asunto para nada menor.
De pequeños, veíamos comiquitas en las que aquel perro humanizado, Pluto, veía en sus sueños como en dos nubecitas un angelito bueno y un angelito malo. El uno lo seducía para actuar con decencia. Y, claro, la bondad a la que lo conminaba tenía cierto dejo de gafedad. El otro, el perverso, con artimañas, lo trataba de conquistar para que cometiera algún despropósito. Los religiosos hablan de luchar contra la tentación de cometer pecados. Los filósofos hablan de ética y moral.
Pero para ser una buena persona no hace falta tener grandes estudios teológicos o filosóficos. De hecho, algunos que mucho saben hallan en ese conocimiento la excusa perfecta para justificar desmanes propios o ajenos. La verdad es que todos, salvo que suframos alguna seria psicopatía, somos perfectamente capaces de distinguir el bien del mal. Y somos responsables de nuestros actos buenos o malos, tanto como de lo que pudimos hacer y decidimos no hacer. El sistema jurídico se basa en ello. Y los modelos religiosos también marcan esas diferencias.
Sin embargo, parece que algunos le conceden importancia al asunto de vivir según mínimos cánones de ética y moral. Es decir, conocen y distinguen lo que está bien de lo que está mal. Pero escogen el camino del no me importa. Fallan entonces en inteligencia ética. Me he cansado de escuchar ciertas palabras de alabanza a individuos que son exitosos delincuentes. Y siempre (me) hago la misma pregunta: si son tan inteligentes, ¿por qué terminaron en la cárcel, o muertos luego de ser cazados por organismos policiales?
Yo no dudo que Pablo Escobar Gaviria haya tenido un cerebro privilegiado, con una inaudita capacidad para los números y la administración, pero careció de inteligencia ética. Si la hubiera tenido, si en ese cerebro hubiera habido neuronas éticas, hubiera montado un extraordinario negocio legal, habría llegado tan lejos o tan alto como hubiera querido, se hubiera hecho igual multimillonario y no hubiera acabado hecho un colador en aquel techo.
Alex Saab, no tengo resquicio a dudas, es un hombre inteligente, quizás hasta brillante. Se las arregló para infiltrarse en el poder y hacerse de convenientes contactos que le facilitaron negociados. Pero ahí está, vestido de naranja, usando pocetas sin tapas, tras rejas y viendo cómo diablos esquiva los ataques que le vienen de todas partes, ahora que se sabe que se ha ido de la lengua comprometiendo a esos mismos que le auspiciaron su ristra de vagabunderías. Con esa misma inteligencia hubiera podido montar una corporación en el ramo de alimentos y aparecer en las tapas de las revistas como un magnate y no como un delincuente con foto con numeritos al pie. Alex Saab es un idiota ético.
Los que tienen inteligencia ética suelen tener, además, inteligencia emocional. Se distinguen entre la multitud porque tienen las dotes necesarias para ejercer un liderazgo propositivo y positivo. Son exitosos porque construyen para ellos, sin duda, pero también para la sociedad. Si están en el mundo de los negocios trabajan no solo para engordar sus bolsillos -asunto que no satisface sus anhelos- o saciar su sed de poder; necesitan crear, ser hacedores de progreso.
Es usual que cuando las sociedades están en estado de gran sufrimiento y pesadumbre, empiece a decirse, con cierto tono de reverencia y hasta glorificación, que “fulano será un vagabundo, pero inteligente es”. En realidad, en la historia de la humanidad, a la cual le prestamos menos atención de la debida, hay muchos más ejemplos de personas exitosas y con inteligencia ética que malos malucos. Pero así como las buenas noticias suelen ser menos llamativas que las malas noticias, hay también una tendencia a publicitar más a los perversos que a los buenos. Así las cosas, hoy en Venezuela en los medios y las redes se escribe y lee mucho más sobre los decadentes bandoleros que sobre los creadores de fertilidad social. Y caemos en el desatino de buscar liderazgos que puedan destruir este régimen oprobioso y no gente con todas las inteligencias, incluida la ética, que descoyunten tanto a este régimen que lo conviertan en hielo sobre el asfalto. Solemos olvidar que los malos tienen poder, pero que los buenos somos más. Y hablamos más de Hitler, de Fidel Castro y de otros salvajes, que de Mandela, Xanana Guzmao, Churchill, etc. Y así les obsequiamos precisamente lo que ellos quieren: el poder de pisotear.
Sobre la inteligencia ética habló con maestría Desmond Tutu. Haremos bien en reflexionar sobre esto en lugar de andar aplaudiendo a mentecatos de alma sin mérito alguno para estar en nuestra lista de aplaudibles.