La hecatombe – Fernando Rodríguez

Fernando Rodriguez

Publicado en: El Nacional

Por: Fernando Rodríguez

Todo lo que uno lee por ahí lo lleva a la conclusión de que un huracán de grandes dimensiones, o algo por el estilo, en muy breve tiempo va a azotar este ya desvencijado país llamado Venezuela. La mezcla del coronavirus con un país demolido social,  política y económicamente, tanto como para aparecer en el lugar de los más míseros del planeta en toda jerarquización, hace que sean incalculables los nuevos daños que vamos a sufrir, después de haber padecido dos décadas de suplicios sistemáticos por obra de una tiranía de ineptos y corruptos a cual más. Y, es demasiado importante, en muy poco tiempo, semanas acaso. El reloj, el segundero, juega aquí un papel protagónico.

Hace poco tiempo circularon, con toda precisión y firmas indubitables, dos proposiciones para tratar de aminorar, salvarnos nunca, los destrozos de esta tierra martirizada, ante la hecatombe, acaso la más devastadora de nuestra historia según algunos. Las recuerdo lo más sintéticamente que puedo. De una parte, hasta con escenografía naval, el muy detallado marco para una transacción proveniente de la más alta diplomacia norteamericana, remedo de la propuesta opositora de Oslo-Barbados, de Guaidó y el grueso de la oposición, adornada ahora con unas cuantas puertas abiertas para dejar correr a algunos malandros encopetados, incluso el jefe. La otra posición, más modesta en sus alcances, firmada por gente de valía, proponía una tregua para juntar fuerzas frente al maligno enemigo microscópico y dejar para más luego el debate político, que debería terminar en la recuperación de la democracia, en elecciones presidenciales libres y dignas. Yo las veo compatibles y, con buen viento, quién sabe si complementarias. En todo caso había que convertirlas en realidad. Pero eso sí, repetimos, con prisa, con mucha prisa.

Que yo sepa no hay ni siquiera instalado algún dispositivo para tramitar el asunto. Y a mí me ha dado por no hablar de esos secretos meandros donde se supone se “cocinan cosas”, cansados de suponer platos a la postre incomibles. Lo que ha pasado entre esas proposiciones hoy, al menos tangible, son las duras actitudes públicas de las partes. Los abusos y las torpezas gubernamentales sempiternos. Y, sobre todo, lo que parece la ya definitiva agonía del petróleo con el último cataclismo, que nunca había sucedido en esa fundamental industria mundial.

No es difícil entender el drama. Cada día que pasamos en casa –por supuesto hay casas en La Lagunita y en Petare arriba-, para protegernos, se merma la plata para poder comer. Y si salimos a buscar los cobres, los pocos que quedan, nos agarra el corona. Un círculo vicioso perfecto.

Pero no se trata de lógica simbólica. Aquí yo quisiera agregar que como en todo este proceso de derrumbe de la patria de Lila Morillo e Iris Varela hay sin duda eso que antes algunos llamaban diferencias de clases. Unos que la siguen pasando regio. Otros que se les muere el hijo de tosferina. Asunto que ha pasado a segundo plano y mira que ochenta y tanto de pobreza es pobreza, trágica, inhumana. Esto porque estamos en dictadura y el frente es entre demócratas y gorilas. Que usted tenga billetes en cantidades y sea reaccionario de pura cepa, o sea modesto y progresista, cuenta menos que usted sea más o menos furioso antichavista. Del otro lado pasa lo mismo, al menos a estas alturas, quizás conviene cambiar riqueza por corrupción para ser más preciso. Pero, y es parte de ese escenario que vislumbro, esas líneas de demarcación van a cambiar, porque las necesidades primarias van a prevalecer; comer primero decía Brecht.

Siempre he apostado por encontrar una solución de paz para el país. Paz y justicia, aclaro. Pero me temo que vienen días de ira y caos, de muerte y muerte. Donde ya, ahora sí, sobre todas aquellas famosas cartas en la mesa no podemos escoger. Será el destino. Salvo que, de repente, ahora, ya, algunos sean capaces de trazar un camino, nacional e internacional, que nos ahorre un porcentaje de dolor y muerte. Un porcentaje, dije. ¿Por qué el destino se habrá enseñado así con nosotros? Al fin y al cabo no somos peores que otros.

 

 

 

 

 

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