La Espada – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La toma de posesión del presidente Petro tuvo toda la expectativa que su elección merecía. ¿Quiénes serían los invitados especiales?¿Quiénes asistirían? ¿Qué harían con los amigos incómodos, los sospechosos habituales: Cuba, Nicaragua, Venezuela? ¿Y los gringos, el enemigo histórico? ¿Y el rey de España, representante de la barbarie conquistadora? Hoy sabemos quién era quién en el convite, las cálidas, tibias y frías reacciones que el presidente Petro levanta en el vecindario se pueden medir por la jerarquía de los enviados a lo que su equipo había anunciado como una gran fiesta popular.

Pero no fueron los presidentes, vicepresidentes, cancilleres, y demás funcionarios presentes quienes levantaron polvo noticioso alguno, fue un objeto, algo inanimado, que bien pudo ser utilizado para descalabrar soldados enemigos o como incómodo abrecartas: la espada de Bolívar. Sí, la misma cuyas réplicas repartía el galáctico, como si fueran perros calientes trasnochados, entre los primeros mandatarios que se le cruzaran en el camino.

¿A las manos de qué nietos presidenciales habrán ido a parar? ¡Mira Totó, la espada que te trajo el Abu! ¿Qué depósito kitstch guarda su marcial altivez de hojalata? ¿Habrán sido subastadas subrepticiamente por Sotheby’s y compradas por un jeque del Golfo Árabe. He allí inspiración para un  policial cómico: Las varias vidas de la espada de Bolívar.

Mire que el cuento es divertido. El presidente electo le pide al presidente saliente que por favor le preste por un rato la espada que tiene guardada en palacio para reforzar simbólicamente su fiesta popular. El presidente saliente le dice primero que sí, luego que quizás, y más luego que no le presta la espada que está bajo su custodia, y que él tampoco se presta para mamaderas de gallo con los símbolos patrios. El presidente electo toma posesión del cargo y su primer acto de gobierno es pedir -con cara de bravo- que le traigan de inmediato la espada que le habían negado hace nada. Habría sido un capítulo de lujo para el Chavo del Ocho.

Pero el cuento no termina allí, tras una pausa de cuarenta minutos toma la dirección Mel Brooks, y aparecen unos muchachos con caras entre graves y asustadas, portando uniformes de Húsares de esos que abren y cierran puertas en los hoteles de Las Vegas. Cargan un ataúd de vidrio transparente que deja ver el cadáver estirado de la espada de Bolívar, mientras toda la concurrencia VIP se levanta respetuosa, solemne, conmovida, como si pasara el mismísimo cadáver del Libertador ante sus ojos.

Menos uno, un principal, Felipe VI de España, quien se queda sentado, como sorprendido por aquel acto de respeto solemne hacia un pedazo de hierro, seguramente forjado en acerías europeas para descabezar rebeldes americanos.¿Estará al tanto el rey de las humillaciones que esta reliquia patria sufrió en manos del M-19? (En España, el inefable Pablo Iglesias calificó la inmovilidad del soberano como una “una falta de respeto a un símbolo de la libertad de América Latina”. ¡Dios!).

El periplo que habría tenido la espada de Bolívar en las manos salteadoras del M-19, puede ser narrado por Tarantino. Una vez robada, fue escondida en un prostíbulo, (¡!) luego en casa de un conocido poeta, (las malas lenguas dicen que fue enterrada con él al morir) luego seguiría la ruleta de casa en casa de intelectuales afines, hasta terminar depositada en Cuba. Sería devuelta a la Nación años después de ser robada, como símbolo de contrición democrática del M-19. Digamos que la solemnidad actual poco tiene que ver con el tratamiento que se le dio entonces, hay algo que no luce genuino entre tanta parsimonia, entre tanto patriotismo protocolario. ¿Será la espada?

 

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