Por: Editorial Analítica
Vivimos tiempos complicados y confusos. No sólo estamos agotados por un interminable confinamiento sino, por si fuera poco, por la contemplación del comportamiento, cada día más absurdo, de un régimen que no termina de entender que ya su tiempo se agotó.
Pero a esa observación hay que agregarle otro hecho insólito, la actitud de ciertos opositores que vienen utilizando la denigración como táctica política que les permita recuperar el espacio político que han perdido.
El objeto de esa campaña desquiciada es destruir la imagen de quien, nos guste o no, preside la única opción válida para acelerar, en la medida que ello sea posible, el descalabro final de un régimen que ya no tiene ni sustento popular, ni viabilidad económica, ni capacidad para solucionar las múltiples crisis que azotan a nuestro país.
Esta campañita, porque otra denominación le quedaría grande, consiste en escarbar la realidad para encontrar o construir errores que pueda haber cometido, o presuntamente tolerado, Juan Guaidó, todo con el fin de sacarlo del juego y sustituirlo por algún ungido que abriría espacio a una nueva política que, según ellos, resolvería la crisis política venezolana.
No sabemos si tras estas acciones hay ingenuidad, acomodos o simplemente una irresponsable sed de poder. Lo único cierto es que al llevarlas a cabo y propagarlas por las redes sociales, al único que benefician es al régimen, al que le brindan un poco más de oxígeno para que siga en su demencial carrera hacia la destrucción total de nuestra nación.
Hoy la única opción política que tenemos es unirnos en el propósito y acción que nos conduzca, en alianza estrecha con la comunidad internacional, a lograr, lo antes posible, que se derrumbe el muro que nos ha aislado del mundo civilizado en estos 20 años.