Bienvenida la indignación por la cuña de Daniel Ceballos, pero no es suficiente y es a destiempo. Apelar a figuras autoritarias tiene por lo menos 30 años levitando en la conciencia nacional, en un país que perdió la fe en la democracia como forma de gobierno de poderes limitados. De Pérez Jiménez siempre se dijo que “hizo las obras más importantes del país”. Los defensores de la modernización en democracia fueron pocos. La cuña de Ceballos es consecuencia no causa. No solo en no valorar la democracia que hoy se añora, sino en no apreciar el voto de los tachirenses quienes en 2017 rechazaron el maltrato del gobierno de Maduro, y votaron por Laidy Gómez, pero fue estigmatizada como “colaboracionista” por cierta opinión opositora que hoy se horroriza por la cuña de Ceballos. Sí, los vacíos políticos se llenan con identidad cuya fuente es la historia. La oposición abandonó la política, y ese vacío lo ocupa nuestro inconsciente autoritario que maneja una historia de Venezuela equivocada
Publicado en: El Cooperante
Por: Ricardo Sucre
Más que la cuña de Daniel Ceballos que apela a una “identidad política tachirense”, me sorprendió el estupor que causó. No es que no lo ameritara, pero a veces me pregunto si vivo y viví en el mismo país de muchos de los impresionados. Algunos son jóvenes, otros menos. Con los menos jóvenes el asombro es mayor ¿En cuál país vivieron o en cuál país viví yo?
No lo digo en un sentido peyorativo. Aunque la cuña apela a una identidad regional, tiene figuras que simbolizan –y fueron- gobiernos dictatoriales como Gómez y Pérez Jiménez. El autoritarismo es una constante en Venezuela. Por eso me extraña la sorpresa.
De muchacho, escuchaba que había una suerte de peregrinación de “venezolanos respetables” –que seguro hoy formarían parte de la legión de “indignados” en redes sociales y estarían en la “resistencia”- a la tumba del “Benemérito” en Maracay, para llevarle flores y enfurecerse por el deterioro causado “por la democracia”. Pérez Jiménez ganó un puesto como senador en las elecciones de 1968, pero no pudo ejercerlo. Su elección fue motivo para la enmienda Nº 1 de la constitución de 1961, aprobada en mayo de 1973. Su partido Cruzada Cívica Nacionalista sacó 4 senadores en 1968 y 1 en 1973. Luego desapareció del mapa político. También tuvo diputados. Recuerdo uno llamativo llamado Alejandro Gómez Silva, quien tenía un Mercedes Benz que en ese entonces simbolizó para mí el boato de los hombres públicos del perezjimenismo –el dictador tenía un Mercedes Benz de competencia que corría por lo que hoy es la “regional del centro”- frente a la austeridad en el poder de un Gallegos o un Betancourt.
Durante los 90, Venezuela saboreó el gusto por la cultura autoritaria. Célebres los alertas de Manuel Caballero –junto a Luis Castro Leiva por mencionar a dos importantes, con una angustia por la débil para ese entonces, salud de la democracia- y una expresión que el historiador repetía siempre, “el autoritarismo es una actitud, la democracia es una cultura”.
De manera que apelar a Gómez o a Pérez Jiménez no es nuevo. Desde 1993 el aeropuerto de San Antonio se llama “Juan Vicente Gómez”. No tiene el nombre de su hijo Florencio Gómez Núñez, quien tal vez hizo más por la aviación en Venezuela que su padre. Chávez coqueteó con Pérez Jiménez y el desfile del 5-7-2000 tuvo un “aire perezjimenista” con Chávez con su uniforme de gala y Marisabel de Chávez con un aire a lo “Doña Flor Chalbaud de Pérez Jiménez”, pero con sombreros tipo “Lady Di”, seguro recomendados por nuestras nunca bien ponderadas elites, hoy encolerizadas en redes sociales, las que en ese entonces tenían un experimento que fue tratar de cooptar a Chávez al verlo como un “buen muchacho de Sabaneta”.
En tiempos recientes, el conflicto político trajo una camada de “jóvenes perezjimenistas” y algunos no tan jóvenes que lo llevaban guardado durante la democracia AD-Copei. Varios de los chicos pro Pérez Jiménez fueron alumnos en la materia que doy -psicología social- en la Escuela de Estudios Políticos de la UCV.
Si lo veo a partir de lo que escribí en los párrafos anteriores, lo llamativo es lo tarde en que la cuña de Ceballos salió. El autoritarismo tiene por lo menos 30 años levitando en la conciencia nacional. Que ahora se use como mensaje electoral no tiene nada de extraño. Cuando la democracia de 1958 dejó de ser un proyecto nacional –durante los 80’s, abandonado por buena parte de las elites públicas y privadas- y la crisis económica trajo inseguridad en las razones morales para vivir que tiene cualquier pueblo del mundo, el autoritarismo se hizo visible para muchos en Venezuela. La seducción del autoritarismo es que promete seguridad y estabilidad para una vida inestable como la que se vive en una crisis. Y la Venezuela de los años 90’s en adelante es la de la crisis. El autoritarismo no exige mucho como la democracia. Es uno de sus atractivos.
Muchos intelectuales venezolanos –escritores, poetas, dramaturgos, artistas, historiadores, entre otros- lo vieron, pero el país entró en su “borrachera autoritaria” y hoy se levanta con el “ratón” de una cuña que lo sorprende.
La cuña de Ceballos me la tomo en serio porque desde hace tiempo, observo que hay “valores subterráneos” que se desarrollan en la sociedad venezolana. Todavía no procesamos “el trauma” de la crisis que arrancó en 2014, y pasamos de la escasez a una dolarización que ayuda a vivir, pero sin elaborar la experiencia de la crisis previa. No somos una sociedad “resiliente” como se afirma con tanto orgullo, sino una sociedad que vivió y vive una experiencia de crisis, pero sin procesarla, y la “parapetea” porque “pa’lante es pa’llá” y “sufrir no tiene sentido”. Esta negación produce fuerzas que no se ven en la superficie, pero de las que hay indicadores. Uno es apelar a las identidades locales. No diré que Venezuela sea parecida a la “España invertebrada” de Ortega y Gasset (1921), pero sí hay fracturas y clivajes que todavía no comprendemos completamente. Todavía estamos en la Venezuela de 1998 o, como mucho, en la de 2010.
El clivaje regional es uno de ellos. Que la cuña venga de Táchira tampoco debe sorprender. Un estado importante de Venezuela sumamente maltratado e irrespetado por el gobierno de Maduro, pero abandonado por la oposición con el discurso de “Chamberlain, Petain, Vichy” y pamplinadas de esas, junto a la foto trucada en la que aparecieron los gobernadores de la oposición que ganaron en 2017, “arrodillados” ante Delcy Rodríguez, en ese entonces presidenta de la ANC. Una foto de mentira pero que la opinión quiso creer para condenar a los gobernadores de “colaboracionistas” y justificar su incompetencia política frente a Maduro, expresión que hoy se le devuelve a quienes la promovieron. Hoy todos son “colaboracionistas”.
En Táchira, sus votantes sufragaron por la alternancia, al desalojar a Vielma Mora del poder y darlo a Laidy Gómez, quien sacó casi el 70% de los votos. Ojala esa energía que hoy tienen para rasgarse las vestiduras con la cuña de Ceballos, la hubiesen mostrado para apoyar la decisión de los votantes tachirenses en octubre de 2017. Otra sería la historia. Tal vez la cuña no hubiese sido.
Irrespetados por el gobierno y estigmatizados por la oposición, el discurso político se vació. Ceballos es un político y de un partido muy ambicioso como Voluntad Popular, que cree en el arrojo como forma de hacer política. Ni Ceballos ni los dirigentes nacionales de VP son brillantes en la historia de Venezuela. No tendrían por qué serlo, tampoco, pero al menos exhibir algo de conocimiento. Pero es la lucha por el poder lo que define la política en Venezuela, y no una clase de historia. La generación de Ceballos y las que le siguieron –la famosa “generación de 2007”- fueron aupados por muchos de los hoy indignados por el video, para el “echabolismo” que encanta en la cultura venezolana, en este caso, en “el asfalto” que fue o es el terreno por excelencia de la política para buena parte de la oposición. No invitaron a “los chamos” –como le gusta decir a cierto público de la oposición, que exhibe su “kilometraje en la vida”- a estudiar historia, sino a “echarle un camión de bolas en la calle”.
No hubo un discurso nacional ni un proyecto para Táchira, solo el control, la represión, la censura del gobierno, o el “pobrecito” o los “gochos sí tienen bolas” –durante las protestas de 2014- de la oposición. Cuando no hay discurso político, el vacío también se llena y empleo una tesis algo vetusta; el “inconsciente colectivo” del que escribió LeBon para hablar sobre la “psicología de las masas”. Como el tánatos que emergió en Europa luego de la incompleta y abandonada paz de la Primera Guerra Mundial en 1918, abandono de los ganadores de la guerra que llenó el fascismo y el nacionalsocialismo hasta la destrucción de Italia y Alemania.
El mensaje de Ceballos apela a ese “inconsciente colectivo” no solo tachirense sino nacional en muchos sentidos. Para buena parte de la opinión pública de Venezuela, con Medina se venía en una “sana evolución” que fue truncada por la ambición “de los adecos”, la que abrió la puerta al posterior deterioro de Venezuela. El 18 de octubre de 1945 es como nuestro pecado original. Como la pregunta de Vargas Llosa “¿cuándo se jodió Perú?”, si se hace para Venezuela, un número no despreciable de personas responderá que se “jodió” el 18 de octubre de 1945. Veníamos en una “robusta evolución” muy neopositivista, pero destinada a la democracia. Aquí nace el anti-adequismo arraigado en buena parte de la población venezolana. No es la historia con sus métodos, no es la “verdad fáctica” de los hechos, sino en lo que amplios sectores del país quieren creer para compensar desde el punto de vista psicosocial lo que se considera perdido y arrebatado, “una historia bonita de Venezuela”.
Vengo de una familia que impulsó importantes obras públicas durante la democracia 1958-1998, pero crecí escuchando que “las obras públicas las hizo Pérez Jiménez, la democracia no ha hecho nada, solo llenar los cerros de ranchos” o “Durante Pérez Jiménez, si no te metías en política, podías dormir con la puerta de tu casa abierta”. Esa imagen quedó grabada en la representación social de todas las generaciones de Venezuela. La oí de forma constante de gente que, en teoría, debería saber, durante el boom de la democracia representativa durante los 70’s.
En esos años, Leopoldo Sucre andaba con lo que llamaba “estoraques” para explicar, con números, lo que la democracia había hecho frente a gobiernos no democráticos para mostrar que la modernización con democracia sí era posible, porque nuestra conciencia es que la democracia es bochinche, y la modernización solo es posible sin democracia. Leopoldo comprendió que defender a la democracia era con contenido, no con indignarse frente al perezjimenismo. Sucre Figarella debatió con los perezjimenistas pero también con los demócratas que pensaban que solo una dictadura puede hacer una autopista como la Caracas-La Guaira. No se limitó a responder, como los ofendidos de hoy, “a los perezjimenistas los bloqueo”. La democracia se defiende con argumentación, no con posturas.
El mensaje de Ceballos repite lugares comunes que todo el mundo –joven o viejo- tiene en el “inconsciente colectivo”, junto a otros como “sembrar el petróleo”, la “universidad es de todos o no es de nadie”, o “el mejor cacao –playas, café, o lo que usted quiera agregar- del mundo es el de Venezuela”. No apela a la historia como disciplina con un rigor en sus métodos, sino a un público agotado por el maltrato y que en la identidad puede hallar un motivo para sentirse seguro, a falta de un discurso político de nación que la oposición debería ofrecer, que comunique proyecto, sentido de país, integración, también seguridad, pero de la plenitud de la libertad.
Desde el punto de vista psicosocial, se “come” con la identidad, como mucha gente lo descubre con los atletas venezolanos en Tokio, presencia que despertó un “nacionalismo del mundo feliz de las elites”. Al abasto no se va “con Patria”, pero sí se “come psicosocialmente” con la idea de “Patria”. Las crisis empujan lo simbólico, el mundo ideal, al apelar a un estado de estabilidad que no se tiene pero se quiere.
El “crash de 29” tuvo su caras deseadas, “el país que podemos ser”, en rostros como los de Marlene Dietrich, Greta Garbo, o las beldades de ese momento. El hambre identitaria se llena con comida de lo bello o bueno que fuimos o podemos ser. La belleza de la democracia es de otro tipo: no es acabada sino se construye, edificación que nunca termina. Los autoritarismos son para quienes se cansaron. En crisis, estamos cansados.
Venezuela es un laboratorio social en donde veremos manifestaciones algunas esperadas, otras inesperadas, pero que ya edifican el país del futuro, se quiera aceptar o no, con indignación o sin ella. En la negación no hay creación. El mensaje de Ceballos lo asumo como un alerta para comprender por qué aparece y asumo el riesgo del latiguillo de “quien comprende justifica”. También lo tomo como un desafío, como un reto que hace a los valores del poder limitado y de la austeridad republicana en los que creo. Lo interpreto como un desafío para involucrarme en lo público, y no limitarme a crisparme en redes sociales, furia que durará un día y será cambiada por otro tema, mientras los “valores subterráneos” dibujan a la Venezuela del futuro.
Prefiero la angustia de un Manuel Caballero ante manifestaciones de la época como fue “Luces contra el hampa” la que fue señal de ese “inconsciente colectivo autoritario” que es parte de nosotros y que ya daba sus vueltas en la Venezuela de los 90’s, al “sobrao” de hoy que afirma que la cuña de Ceballos no es relevante como manifestación sobre procesos que pasan en Venezuela, que no auguran la democracia liberal soñada por la “Venezuela decente” de las redes sociales que vive molesta, pero sin involucrarse en algo que canalice su crispación, justificada o no. Al menos, el aeropuerto de El Vigía, en Mérida, fue bautizado con el nombre de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Referencias hay.