Por: Jean Maninat
(Por favor portar mascarilla al leer este artículo, puede ser pavoso)
Kuznetsov Fauci, soy médico infectólogo y he dedicado una parte importante de mi carrera profesional a perseguir microbios, bacterias, bacilos, hongos, parásitos, virus y cuanto organismo infeccioso pueda usted nombrar. He tenido logros y mis artículos han sido publicados por las principales revistas médicas del mundo y en un tiempo fui un invitado asiduo a los grandes seminarios científicos. Era, puedo decir sin falsa modestia, un hombre de éxito.
Pero sabido es que la fortuna es veleidosa y en cualquier cruce de camino se desvanece o se transforma en la más hostil de las compañías, la más filosa de las katanas reposando sobre la yugular. Así me pasó a mí, que me creía destinado a seguir construyendo con paciencia de relojero suizo el camino hacia un Premio Nobel de Medicina. Hasta el momento en que llevado por mi ambición traté de descifrar el misterio que me trajo hasta estas cuatro paredes que me confinan y asfixian noche y día.
Hace cerca de tres décadas acepté la invitación a un Congreso Latinoamericano de Inmunología en Caracas, Venezuela, atraído por la fama de la ciudad y la trepidante vida cultural que entonces la animaba. Luego de una sesión de trabajo especialmente soporífera, un eminente médico amigo convidó a un grupo selecto a despachar escoceses en un distinguido restaurante de pretensiones francesas. Quería compartir un extraño y perturbador hallazgo. Allí escuché por primera vez acerca de la Pelusa Roja.
Nuestro anfitrión se refirió a una misteriosa infección que se desplegaba gracias a unos casi invisibles filamentos rojos, bien sea por aerosol o gotícula, o contacto efusivo y directo. Las personas apenas contagiadas empezaban a estornudar y actuar extraño, expulsando a su vez los filamentos rojos que propagaban la contaminación.
Hasta aquí nada novedoso, más cuando nuestra eminencia local nos explicó el origen quedamos pasmados. El virus de la Pelusa Roja originariamente fue incubado y luego trasmitido a otros humanos por exmilitantes de izquierda -moderados y radicales- en tránsito a integrarse en el establishment. Las hasta entonces sólidas organizaciones políticas y eficientes empresas públicas y privadas absorbían con el contacto los efectos de la terrible infección y se desplomaban empavadas por la Pelusa Roja. Sí, la pava era su temible emisario.
Un connotado presidente demócrata cristiano tuvo contacto con una poderosa mutación del virus denominada “El Chiripero” y comenzó a desvariar mientras expulsaba filamentos rojos por los ojos y las orejas. Varios embajadores de países extranjeros que se codearon desprevenidos con portadores tuvieron que ser repatriados de emergencia. Políticos otrora exitosos, caían en desgracia empavados por el estornudo de un “peluso” desprevenido que los quería apoyar.
Con el tiempo, conformamos un grupo para detener a la Pelusa Roja, pues ya sospechábamos que se podía tratar de una conspiración para empavar la democracia y el mundo libre. Tuvimos éxito, las grandes multinacionales, los bancos más importantes nos contrataban para identificar posibles clientes portadores antes de que empavaran y arruinaran sus empresas. Algunos inescrupulosos portadores de la “pelu”, contactaban a sólidas empresas que cotizaban en la bolsa pidiendo cuantiosas sumas de dinero o de lo contrario comprarían acciones asegurando así su colapso en los mercados.
Se convirtió en una obsesión, fatal para mí cuando la campaña de Donald Trump me contrató para detectar a posibles portadores entre los venezolanos que lo apoyaban, notoriamente en Miami. Cuando detecté a dos de los más ruidosos portadores de la Pelusa Roja, era muy tarde ya. Asistían a las asambleas con el candidato, le gritaban de cerca pidiendo invasiones, despedían iracundos filamentos rojos por las redes, aullando furiosos, ensalivando los rostros de quienes se les acercaran, expandiendo la Pelusa Roja y finalmente empavando al pobre de Donald y a su equipo que ya daban por ganada su segunda presidencia. Nunca me lo perdonará y me tiene encerrado en Mar-a-Lago.
Sé que esta historia les parecerá inverosímil, producto de una paranoia conspirativa severa. Agradezco a quien habitualmente pergeña esta columna que me haya cedido el espacio para hacer mi advertencia. Él mismo ha sido portador de la Pelusa Roja y sabe de su poder.
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