Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
No voy a tratar de predecir si más temprano que tarde China terminará por alcanzar el liderazgo, la jefatura, el poder imperial del planeta. No lo sé, pero sé que no lo deseo, lo temo: hay algo de inéditamente terrible en esa mezcla de arcaísmo asiático, estalinismo sin fisuras y control del individuo, todo individuo, con técnicas de seguimiento utilizadas de formas aterradoramente eficiente. Tampoco me meteré con la osada visita de la señora Pelosi y sus consecuencias para el destino de Taiwán.
Lo que yo quisiera indagar es el hecho de que en cierta y compleja manera el modelo chino está sirviendo para debilitar la idea de democracia en el planeta. Esta debacle es un hecho, está registrado matemáticamente por los estudiosos atendiendo a sus características más relevantes, muy polémicas, por cierto, por su formalismo. Pero con base en estas solo se puede decir que un cuarto de los países viven democracias plenas, casi la mitad en dictaduras y los restantes en sucios híbridos de unas y otras. El modelo chino a este respecto es diáfano, primero que todo la economía es capitalista y detrás una férrea dictadura sin la cual, supuestamente, esta no funcionaría. Se diría que de una u otra forma esto subyace en toda tiranía, pero lo importante es que pueden aducir una magna prueba, en tres décadas han sacado de la pobreza a centenares de millones de personas y tienen la segunda economía del planeta con ansias muy verosímiles de ser la primera.
Por otra parte, el poder tiende a multiplicarse y a China le ha dado por salir con sus nuevos lujosos trajes a recorrer el mundo, el camino de la seda, y a encontrar aliados por doquier, sobre todo en aquellos que tienen una práctica política más o menos similar a la suya, sin sus laureles y poderes, sean de izquierda o de derecha, con cachucha y sin cachucha. Repartidos por aquí y por allá, en el tercer mundo casi toda África por ejemplo y buena parte de América latina, en la cual nuestro gobierno está en primera fila con aplausos y pancartas, y no olvidar la inmensa Rusia del malvado Putin y pare de contar. A todos se le puede dar créditos e inversiones y comercio, pero, es el punto, también una justificación ideológica, más exactamente un modelo a imitar, la economía y luego la moral. Y si tiene un poco de éxito, a lo mejor con ayuda de la gran potencia donde vive una buena parte de la especie, hasta el apoyo de la gente de a pie favorecida o mecanizada puede sumar para que todo sea silencio y paz.
No en vano cuando Maduro decidió olvidar el socialismo y hasta el revoltillo informe de Chávez para abrirse al liberalismo, el modelo chino comenzó a oírse entre empresarios y gobernantes. Es un magnífico traje para la cohabitación. Pero precisemos, aquí la república se hundió mucho antes, en el fondo en los tradicionales cuarteles de siempre, pero ahora podemos cobijarnos en la novedosa bandera que niega abiertamente la democracia, que va a terminar siendo una exquisitez de los países del norte -no todos- como un concierto de Mozart, un lienzo de Bacon o un filme de Bergman. Loables pero prescindibles, pero para la gente bodegones para muchos y, sobre todo, para llenar uno las alforjas y acabar con toda disidencia. ¿Quién pensaría hace unos años que los camaleones empresariales y de charreteras terminarían comiendo lumpias en el Pekín de Mao?
PS. El título está tomado de la película La Cina è vicina (1968) de Marco Belloccio.