Por: Jean Maninat
El chiste es recurrente entre los naturales de España (antes la Madre Patria) de paso por o de regreso de México, y va de algo como así: ya sea en el metro, en un restaurante, en una fila para un espectáculo, un mexicano lo increpa en perfecto castellano, “pinche gachupín, ustedes nos invadieron y nos quitaron nuestras tierras y riquezas”, a lo que el ciudadano español de marras responde, “pues serían sus ancestros, señor, porque los míos se quedaron en España”, poniendo así un océano de distancia entre los criollos navegados y los ibéricos que se quedaron en la península a buen resguardo de los mosquitos, fieras y lanzas que mortificaban la Conquista de América.
Esta relación de amor y odio (disculpen, no se me ocurre un lugar común mejor) era ya patente en las Crónicas de Indias atizada por el desdén de la metrópoli para con tanto hidalgo aventurero ávido de mano de obra esclava y riqueza express. ¿Alguien más resentidamente odioso que el Tirano Lope de Aguirre quien le declaró la guerra al Imperio Español? Ellos son blancos y se entienden, se solía afirmar en tiempos previos a la corrección política.
La reiterada carta del presidente de México solicitando tanto al rey de España, Felipe VI, como al papa Francisco que pidan perdón por los crímenes cometidos durante la conquista de México, no deja de tener cierto gracejo. No pedimos mucho, tan solo una disculpa exclama recientemente Manuel López Obrador con tono de mofa y ese nombre tan castizo, que suena a conquistador, cronista, cuando no a virrey, pero nunca a descendiente de pueblo aborigen por más entrecruzado que se pretenda.
A las atrocidades cometidas durante la conquista de México, si a ver vamos, habría que añadirle las realizadas por el Imperio Azteca con los pueblos subyugados y extorsionados económicamente, además de servir de reservorio para sacrificios humanos y trabajo esclavo. La cruenta caída de Tenochtitlan estuvo precedida por la avanzada de miles de combatientes totonacas, tlaxcaltecas y cholultecas quienes vieron en Hernán Cortés a un aliado para quitarse de encima a los Aztecas y sus aliados. De alguna manera, fue una guerra de liberación. Otra cosa es lo que luego aconteció a subyugantes y subyugados originales bajo mando español.
(Por cierto, Hernán Cortés también le escribió misivas a un monarca, se las dirigió al emperador Carlos V. Las Cartas de relación describían con excelente gusto histórico -y hasta literario- la marcha de la Conquista y sostenían la esperanza de que una respuesta le otorgara reconocimiento imperial. Fueron cinco cartas nunca respondidas).
La exigencia del presidente López Obrador, se inscribe en la ola del movimiento de la cancelación en su afán de cobrar cuentas retroactivas, para expiar el presente de pecados pasados. Se exigen actos de contrición públicos (Autos de fe, los llamaba la Inquisición) para que sirvan de lección y fijen la memoria de las profanaciones cometidas históricamente. Por supuesto que se cometieron atrocidades durante la Conquista de México y ya han sido suficientemente condenadas. Otros países han pedido perdón por atrocidades pasadas y recientes: Alemania, Bélgica, Francia, Reino Unido, Canadá, Japón, por ejemplo. Pero ninguno bajo presión pública de un mandatario de otro país y con fines políticos internos. El tono burlón le resta seriedad a la reciente solicitud verbal.
Veremos que hacen finalmente el Reino de España y el Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano. Mientras podrán distraerse cantando The Letter en versión del gran Joe Cocker: Oh, the lonely days are gone/ I’m coming home/ Oh, my baby, she wrote a letter.
Lea también: “El debate“, de Jean Maninat