Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Vale la pena arriesgarse a llamar la atención sobre la necesidad de desconfiar de los pareceres del tuitero de turno, o del cotidiano escribidor de otros espacios, porque, en no pocos casos, el destino que merecen es el de una distancia olímpica. No todos están llamados a ese tipo de tribunas, ni todos pueden acariciar la pretensión de influir en los demás, porque carecen de la formación y de las maneras de hacerlo. ¿Por qué sobran los que se atribuyen el derecho de bendecir o maldecir en las redes sociales a los políticos y a la política misma, o de dar lecciones de historia patria?
Sugerimos el lunes la posibilidad de poner en remojo las versiones que divulgan las gentes sencillas en las redes sociales, pese a que sobran y sobrarán los festines que celebren que cualquier hijo de vecino se atreva a decir lo que le parezca sobre los asuntos que le interesen, o a negarlos sin recato. Ponerse a discutir la alternativa de ese tipo de intervenciones es políticamente incorrecto, es una búsqueda de rechazos que no favorece a los opinadores que se afanan por la multiplicación de sus lectores, pero vale la pena arriesgarse a llamar la atención sobre la necesidad de desconfiar de los pareceres del tuitero de turno, o del cotidiano escribidor de otros espacios, porque, en no pocos casos, el destino que merecen es el de una distancia olímpica. La divulgación de versiones sobre temas que interesan a la sociedad, pero especialmente la opinión sobre ellos, requiere de una preparación intelectual, o de cierto tipo de pupitre, o de alguna familiaridad con las bibliotecas, o de cierta habilidad de pluma, que solo están al alcance de un grupo selecto de personas. No todos están llamados a ese tipo de tribunas, ni todos pueden acariciar la pretensión de influir en los demás, porque carecen de la formación y de las maneras de hacerlo. Una inquisición sencilla: Si no puedo opinar de dentistería porque no distingo un canino de un molar, o de cómo se remienda el puente de la esquina porque ni siquiera poseo los rudimentos de un albañil, ¿por qué sobran los que se atribuyen el derecho de bendecir o maldecir en las redes sociales a los políticos y a la política misma, o de dar lecciones de historia patria? Trataré de responder, no sin riesgos, el viernes próximo.
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