Publicado en: El Universal
Tengo que confesarte, papá, que ese día descubrí que me gusta matar. Che
En la última marcha del orgullo gay, que más bien debería traducirse como dignidad gay, algunos lucían franelas con el rostro del Che Guevara en la famosa foto de Alberto Korda. Cierto que desde Eric Clapton hasta la modelo Inés Barquilla, quien lo caminó por la pasarela Cibeles, el ícono de Guevara ha estado en magnos eventos kapitalistas. Y también en oficinas de campaña de candidatos demócratas, los actos peronistas y de muchos otros partidos. Pero cuesta entender su presencia en el movimiento gay que tanto ha luchado y lucha contra los que les prohibían nada menos que entrar a la condición humana. Tal tuvieron que hacer los indígenas, las mujeres, los asiáticos y muchas otras minorías, y es como si los negros cargaran franelas del KKK. Si en la historia latinoamericana no se conocían campos de concentración para homosexuales, Guevara, cuyo fusilamiento cumple cincuenta y cuatro años, creó el primero.
Fue el de Guanahacabibes, a cuya entrada presidía la inscripción “el trabajo los hará hombres” inspirado en Auschwitz, donde en ubicación equivalente decía “el trabajo los hará libres”. Ahí encarcelaban “aquellos casos dudosos de los que no estamos seguros de que deban estar encarcelados… (pero) que han cometido crímenes contra la moral revolucionaria…”. Luego vino otro centro de reclusión para “desviados” al que llamaron Cerámica Roja. Resalta que en estos penales para no delincuentes se practicaban brutales castigos físicos, torturas y la violación de los reclusos, lo mismo que cuenta Reynaldo Arenas en Antes que anochezca, lo que promueve reflexiones sobre el hombre nuevo homofóbico, que se asquea de los homosexuales, pero no tanto.
Sobre negros y portugueses, los comentarios guevaristas son útiles de conocer: “los negros… han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han sido invadidos por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués… el negro indolente y soñador, gasta sus pesitos en cualquier frivolidad, o se pega unos palos…”. Jean Paul Sartre en Huracán sobre el azúcar, su panfleto sobre Cuba, babeado por el personaje, define a Guevara como “el ser humano más completo de nuestra época”. No es un teórico, ni el guevarismo una teoría, sino una actitud vital ¡Salud!”. Una rebelión con objetivos que podía suplir las carencias del símbolo hipster por excelencia del momento, James Dean, el rebelde sin causa. La admiración de Sartre se debe a que creyó la autodefinición del personaje: “soy médico, soldado y finalmente banquero”, Presidente del Banco Nacional (el banco central) para construir el socialismo.
Y es este tecnócrata el que anuncia en 1961 que el crecimiento económico de Cuba sería de 15% anual y generaría un ingreso per cápita de 3000 dólares, superior al norteamericano. Pero un año después comienzan los racionamientos de carne, pollo, leche, pescado, arroz, aceite, pasta de dientes, jabón. La producción de azúcar, el petróleo de los cubanos, se reduce a la mitad y reconoce que “elaboró un plan con metas absurdas y recursos solo soñados”. Con los meses, lejos de lograr la felicidad socialista, su ineptitud profundiza la escasez y la desgracia. Pero al hombre nuevo, la fiera más parecida al hombre, se le ocurre que la solución es la muerte de muchos (“muchos Vietnam”): crear una red internacional de rebeliones “dispuestas a arriesgar todo en una guerra atómica inimaginablemente destructiva”.
Cómo no sé dar de comer, mato. Fidel Castro lo suscribe cuando dice “Más vale morir herido en guerra que morir de hambre en casa”. La gesta heroica de este banquero que destruyó el aparato productivo de la isla, y condenó a los cubanos a la miseria permanente, (tal como hicieron en Venezuela Jorge Giordani y nuestro podemita olvidado, Alfredo Serrano Mancilla), duró hasta que los soviéticos se hartaron. Bastaba ya de que aquel gandul pretencioso y demente dilapidara los recursos que suministraban. La URSS suspendió por un tiempo en 1968 la ayuda económica cuando descubrió que las aventuras de África y Bolivia las pagaron ellos. Despedido del trabajo inicia su aventura africana. Cuando le consultó a Gamal Abdel Nasser su plan de ir a dirigir guerrillas en África, el caudillo de Egipto le respondió que “eso se vería como una reedición de Tarzán”.
Y Ahmed Ben Bella, presidente de Argelia, comentó que Guevara era “asombrosamente simpático y dogmático… pero que no había un pueblo en el Congo sino muchas tribus” y que “un grupo de hombres blancos liberando una nación que no existía, lindaba con el surrealismo”. Invitado como orador a la Conferencia Afroasiática de Solidaridad en 1965, Guevara lanzó una propuesta demencial. En los hechos más o menos la practicaron los soviéticos y ocasionó las más grandes tragedias colectivas del continente africano, que casi lo hacen desaparecer: “…las armas no pueden ser mercancías en nuestros mundos. Deben entregarse sin costo alguno y en las cantidades necesarias… a los pueblos que las demandan para disparar contra el enemigo común”. Después de la muerte de este complejo personaje, lo que quedó de la revolución africana fueron absoluta miseria, Sida y fusiles en manos de caudillos criminales.
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