Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
La frase que encabeza este escrito es de uso muy común. Es una de las primeras asociaciones que el azar trae a la mente, cuando pensamos en la juventud. Además de encerrar una profunda verdad que solo puede apreciarse bien con el paso de los años, tiene una musicalidad que se corresponde con el estilo de su autor –muchas veces desconocido por quien cita el verso–, nada menos que Rubén Darío, uno de los más significativos exponentes de la corriente literaria conocida como “modernismo” en lengua castellana.
Hoy en Venezuela celebramos el día de la juventud, rememorando la famosa batalla de La Victoria, que se libró el 12 de febrero de 1814, el terrible año 14. Un enfrentamiento entre los patriotas, comandados por Ribas y los realistas a las órdenes del canario Morales, lugarteniente de Boves, tan cruel como este al punto de que una copla popular decía:
Entre Boves y Morales
la diferencia no es más
que el uno es Tomas José
y el otro es José Tomás.
Obviamente la copla tiene un error, porque Morales era Francisco Tomás. Pero en lo de la crueldad si que no se pelaron: este duro año 14 fue de una crueldad casi similar a la que el régimen actual ejerce hoy sobre la población venezolana, baile del “piquirico” incluido, al que era tan aficionado el asturiano, quien, mientras por un lado danzaba su guaguancó, por otro encargaba a sus huestes (que no eran españolas sino criollitas) el asesinato a mansalva de la población inocente. Fue ese año 14 también el de la “emigración a oriente” (primera huida masiva de nuestra población).
El caso es que, recordando a esos jóvenes inocentes que ofrendaron su vida para que Venezuela fuese un país libre, se conmemora el día de la juventud. Sin embargo, los venezolanos de hoy tenemos razones adicionales y –tristemente–más sangre que sumar a ese día. La de tantos jóvenes masacrados por la dictadura que padece el país.
En ese “divino tesoro” que constituye la juventud venezolana de hoy, llena de alma y convicción están puestas las esperanzas del país que vendrá, jóvenes de “manos limpias y conciencia limpia”, como dijo alguna vez el maestro Luis Beltrán Prieto.
La estrofa completa de Rubén Darío dice:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Así andamos hoy los venezolanos, con el llanto inoportuno a flor de piel, llorando sin querer y -otras veces- queriendo llorar sin poder. En su libro “Joven empínate” de 1967, el mismo Prieto comentaba este poema, al que tildaba de pesimista, apuntando que la juventud siempre vuelve y añadía: “Para mi la juventud es eterno retorno, retorno a la posibilidad de crear cosas nuevas”. La juventud de La Victoria, la de la generación del 28 siguen vivos y presentes en los sueños de la generación actual, no menos heroica, no menos valiente.
En el recuerdo a tantos jóvenes que no alcanzaron a ver el fruto de sus sueños, pero que seguirán siendo eternamente jóvenes en nuestros corazones, feliz día de la juventud.
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