Jesús Soto, sin transigir y flexible como un sauce – Jacobo Borges

Jesús Soto, sin transigir y flexible como un sauce - Jacobo Borges
Cortesía: La Gran Aldea

Este 14 de enero se cumplen 15 años del fallecimiento de Jesús Soto, maestro de la corriente cinetista venezolana. Uno de los grandes artistas plásticos del siglo 20. Un relato que habla sobre enseñanzas y encuentros, primero en Caracas y luego en París, y escribe de Soto el artista plástico Jacobo Borges. Un testimonio de sentimiento, aprendizaje y reconocimiento. Un texto intimista donde nuestros lectores disfrutarán de un encuentro, ente letras, de un artista a otro.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Jacobo Borges

Cuando acepté escribir sobre Soto pensé que era fácil porque tantas veces lo encontré. La primera vez yo tenía 10 años, en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, donde yo asistía a un curso de pintura infantil. Un hombre estaba sentado viendo un mural que estaba pintando. Su cara era seria y preocupada, con la vista buscaba algo, quizás donde se había equivocado y yo estaba de pie a su lado observándolos a él y al mural. Mi mirada buscaba el error y lo encontré. Entonces lo interrumpí en su reflexión y le dije: ‘Esa mujer tiene el brazo muy largo’. Él se volteó y me dijo: “La pintura no es una fotografía, carajito”. Yo sentí que se puso bravo y no entendí el porqué, si yo lo estaba ayudando. Entonces me fui un poco ofendido y lo dejé ahí sentado viendo su mural. Ese hombre era Jesús Soto. Lo supe por Alejandro Otero, que era el profesor del curso experimental para niños al que yo asistía.

Desde ese día, cuando alguien me criticaba mis dibujos en la primaria, yo les decía: ‘La pintura no es una fotografía’… y no sabían qué responderme. Entonces crecí con una visión de la pintura como pintura.

La segunda vez que lo vi fue cuando yo era asistente de Carlos Cruz-Diez y tenía 14 años. Ellos dos eran muy amigos. Soto tocaba la guitarra y todos los lunes las conversaciones eran sobre las serenatas que ellos dos hacían. La pasión de Soto por la música venezolana era muy intensa. Hacía unas ilustraciones para El Universal de los próceres venezolanos. Carlos le hacía de intermediario. Varios años después sucedió un evento que impactó la vida de muchos, la exposición de “Las Cafeteras” de Alejandro Otero, que venía de París. Soto vivía en Maracaibo. Creo que era profesor, no estoy tan seguro, en la Escuela de Artes Plásticas, y pintaba unos paisajes influenciado por Cezanne y el Cubismo. Entonces se fue a París.

La verdad es que Soto es Soto porque se arriesgó y creyó en lo que hacía sin transigir

Jacobo Borges

Un tiempo después me gané una beca para ir a París. Pero antes de irme de Caracas, hice unas declaraciones muy irónicas y rebeldes y con mucho humor sobre el movimiento de los pintores venezolanos en París. Se las envié a Omar Carreño, que era mi compañero de estudios en la Escuela de Artes Plásticas y que ya tenía unos años en Paris. Tres meses después llegué a mi destino. El taxista no dejó que me sentara adelante, eso no se usaba. Yo iba detrás como un príncipe. De repente, frente al Louvre, todos los carros se detuvieron, dejando pasar a un hombre de larga cabellera blanca y toga griega que caminaba sumamente lento. Yo lo veía a él y el Sena, me asombraba toda la escena. De pronto recordé que ese era el hermano de Isadora DuncanRaymond Duncan, artista, poeta, utopista, filósofo, bailarín y artesano que vestía como los antiguos griegos. Era mi primer viaje fuera de Caracas. La vez anterior que salí fue en una camioneta de reparto a tres horas de Caracas, cuando tenía 18 años.

En esa escena sentí lo que era Paris, que durante muchos años fue el centro mundial del arte. El taxi me dejó en el hotel donde vivía Carreño. Hablamos en su cuarto y salimos a pasear por el Quartier Latin, que estaba alborotado y de una violencia medioeval de los estudiantes de la Beaux Arts que celebraban una fiesta tradicional. Llegamos a una pequeña plaza, Saint Andre des Arts, y él escogió uno de los cafés que estaba tapado por plantas. Cuando entramos, cuál no sería mi asombro cuando vi a varios pintores cinéticos y a Soto reunidos y, sobre la mesa, el periódico con la entrevista. Otra vez fui el carajito de Jesús Soto. Y él fue el primero que habló.

Era bastante extraño y cómico porque afuera estaban los estudiantes, en esa especie de danza medioeval en las calles, y en el momento yo sentí que tenía que escoger lo que ya yo sabía por mis conocimientos, lecturas y mi pasión por conocer. Tenía un amor por la cultura francesa y por Francia. El disgusto que tenía Soto era el mismo que cuando me dijo “la pintura no es fotografía”, otra vez la misma lección. Hay que arriesgarse. Y eso fue Soto.

Jesús Soto vivía en Maracaibo. Creo que era profesor, no estoy tan seguro, en la Escuela de Artes Plásticas, y pintaba unos paisajes influenciado por Cezanne y el Cubismo

Jacobo Borges

Después lo volví a encontrar en el Bar L’Etoile, donde él tocaba música venezolana hasta las dos de la mañana o más y con eso se mantenía, pero lo que era impresionante era el silencio que imponía a los clientes mientras cantaba. Él tuvo que dejar ese bar por los conflictos que producían los estudiantes y se mudó, secretamente, para un bar más escondido que se llamaba Le Chat qui Peche. Un día tuve que buscarlo en su casa para preguntarle si él estaba de acuerdo en hacer murales para una universidad que estaba tomada por los militares perezjimenistas. Sin dudarlo, porque sabía lo que quería hacer, me dijo que necesitaba el dinero, pero que no lo iba a hacer.

Y en verdad lo necesitaba. Me impresionó mucho su decisión. Esa es la razón por la que las obras de Soto no están en la UCV. Yo todavía me pregunto, después de tantos años, si esa fue la decisión correcta. Y esa pregunta me la hago por un encuentro con él en Caracas, sobre su museo y el gobierno. Me dijo: “Todo eso pasa y el arte queda”.

En algún momento en París un pintor me dijo que Soto nunca llegaría a ningún lado porque era muy agresivo con los críticos franceses que no entendían su obra. Que no conocía la ‘politesse francesa’. Años después, cuando Soto ya era conocido, le pregunté al mismo pintor por qué creía que Soto había tenido éxito. Había olvidado su comentario de años atrás y me respondió: “¡Claro, como no va a tener éxito si los asustó a todos!”. Esto no explicaba lo que era Soto.

La verdad es que Soto es Soto porque se arriesgó y creyó en lo que hacía sin transigir. Fuerte y flexible como el sauce que cuando le cae la nieve se dobla para que la nieve resbale, y él vuelve a levantarse. Eso fue lo que sentí en el café de Saint André des Arts, cuando me quedé solo en París. Y con Soto siempre presente.

 

 

 

 

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