Publicado en: Blog personal
Por: Marina Ayala
Cada día nos encontramos más sometidos a un poder déspota con manifestaciones delictivas. Sumidos en una resignación, impotentes e inactivos sufrimos maltratos producto de una falta total de control y límites de los poderes otorgados. Nada funciona y callados pagamos por la inoperancia. Sándor Márai lo describe en su libro “Tierra, tierra”, ante la pregunta qué quieren los invasores se responde: “quieren nuestra alma” palabras que me retumbaron como un estallido y nunca olvidé. Lo vemos en toda su manifestación, nos arrebataron el alma, lo lograron, Venezuela se retuerce sin alma, sin vida. Los ciudadanos andan como zombis, sin deseos, sin derechos y rebotando responsabilidades. Mucho se escribe sobre este terrible hecho en nuestros días. Nelson Chitty La Roche lo manifiesta como “una apatía, desinterés, anomia ciudadana que lo facilita”. No batallamos ya, nos dimos por vencidos.
Decidimos vivir sufriendo los atropellos porque nos convencieron que no tenemos remedio. Las causas de cada una de las injusticias que se señalan están lejos, son inalcanzables y por lo tanto es imposible romper esa conexión causal. La responsabilidad no es compartida, cada función que ejercemos requiere conciencia de un lugar, ese lugar hay que ocuparlo con responsabilidad. Si todo lo situamos lejos no alcanzamos nada. Es el Sistema concluimos sabiamente y así lo dejamos, no es el ladrón que me cobra exageradamente porque necesito de sus servicios. Hay que derrocar al usurpador, pero no sabemos cómo y con qué. Siguen pasando los días y cada vez nos encontramos más debilitados. Tiene mucha razón Carlos Ñañez cuando afirma “Nada nos anula más como seres humanos que decidir no actuar, mantenernos al margen y aceptar, amoldarnos cual piezas de barro a la decisión de un alfarero perverso al rigor de lo externo, del curso que sobre nuestras vidas asuman los demás”
Nuestra peor opción fue resignarnos y pareciera que lo lograron. No hay conexión entre la política y nuestras emociones, las mataron a fuerza de desengaños. Perdimos el arraigo, el sentido de pertenencia, nada es nuestro ya, dejamos de reconocernos y querernos. Despues de vivir muchos años en un lugar se iban conociendo las personas y se establecían vínculos amistosos, con tu panadero, carnicero, en el automercado, el bombero, plomero, electricista, carpintero y ni hablar con tus médicos, maestros y profesores. Se fueron, ya no están y todo el mundo es nuevo y hosco. Te hablan porque uno se impone, pero con fastidio, sin interés. No se está interesado en resolverle un problema al otro, se está interesado en obtener la mayor cantidad de dinero posible. Tenemos que andar a la defensiva y desconfiados. Esto es producto de no sentirnos próximos.
¡Has pasar hambre y tendrás seres sumisos! conocen bien la receta. Nos arrebataron el alma, las Universidades, las trayectorias, los logros y las propiedades. Todo nos fue expropiado. Ahora solos, presos, envejecidos, cansados decidimos tirar la toalla. Cumpliendo la profecía del famoso tango de Santos Discépolo “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor” Volteen a ver y a sentir la emoción que emana de una sociedad y sabrá qué tipo de sociedad se está conformando. Seres serviles y pedigüeños, nunca lo hubiese creído del ciudadano rebelde que conocíamos. Fue mucho lo que perdimos junto con la democracia, la libertad y la autonomía.
El camino que tenemos por delante es largo y complicado y muy amenazado por nuestras debilidades. Pero la única manera de avanzar es concientizando los síntomas que estamos manifestando. Tenemos que devolver la seriedad a la política y denunciar el despotismo de las autoridades en todos los lugares, aunque se sienta que se pierde el tiempo. Al menos que sepan que no somos fáciles. ¿Será tarde? No lo sé, pero hay que intentarlo.