¿Independientes? – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Independiente no es solo un equipo de fútbol argentino, es una categoría política difícil de asir, que intenta designar a corrientes de votación organizadamente díscolas en su comportamiento electoral, displicentes con el establishment político, y crueles a la hora de juzgar a sus miembros. Pueden tener orígenes varios, bien sean indignados como los que se apoderaron de plazas y lugares públicos en España y luego en Chile, o descontentos como los que se volcaron a votar por Bolsonaro en Brasil. Su malestar suele encontrar un cauce político para desbancar a sus enemigos declarados: los partidos políticos.

Es un mecanismo casi universal, se toman calles, plazas, propiedades públicas -con y sin violencia- para subrayar un hartazgo, una profunda incomodidad con la marcha de la sociedad, sus desequilibrios sociales, la falta de oportunidades; o se hacen inmensas manifestaciones para protestar por la pérdida de supuestos valores morales, la fractura de la  identidad nacional, la presencia de extranjeros o el irrespeto a la bandera. ¿Quiénes suelen ser señalados como culpables por los “independientes” progresistas o conservadores? Los partidos políticos y sus dirigentes, quienes por default se coluden con turbios intereses para traicionar a la ciudadanía indefensa. El cuento/relato nunca falla.

Hay un exuberante catálogo de términos peyorativos para denominar a quienes con desvergüenza se dedican a la política y militan en sus organizaciones: cúpulas, partidocracia, casta, politiqueros, politicastros, puntofijistas, y agregue usted el que se le venga en mente. Una manera de denunciar lo impío, lo corruptible, lo taimado, lo tramposo que sería la materia del vil oficio de la política. “No mijito, bien lejos de la política, es muy sucia”…

Por supuesto el “independiente” sería por antonomasia todo lo contrario del político de partido. Y habría guardado su virginidad apartidista con celo de monje trapense. Se pretenden incontaminados, virtuosos, “yo nunca he militado en un partido político” sostienen como quien afirma con orgullo que nunca le ha quitado la limosna a un ciego. Detrás de tanta jactancia se esconde el bicho de la antipolítica, la vanidad del salvador en ciernes, la ira reprimida contra el mundanal ruido de quienes se pretenden justos.

Una vez que descienden al mundo real de la política -asumido como un sacrificio supremo por el bien de la patria- traen de contrabando el germen de la antipolítica, actúan como “políticos independientes” para marcar la diferencia de su ADN y se dedican a pactar con cuanto “politicastro” les pase por delante para cambiar el sistema en su beneficio. O fundan un partido, se convierten en su caudillo absoluto, y se dedican a combatir a los partidos tradicionales, vendidos y etc, etc, etc. En realidad es la democracia lo que tienen entre ceja y ceja.

Cuando se haga la estatua del “político independiente” tendrá como materia una pizca de Pablo Iglesias, otra de Bolsonaro y varios quintales de los prototipos de izquierda y derecha que parlotean inflados a nombre del pueblo y para el pueblo… los perturbadores profesionales disfrazados de “independientes”.

 

 

 

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