Publicado en: El Universal
Para un país seducido por lo disruptivo, la sacudida catártica, los envites del pathos, el terminante pálpito de que, “ahora sí, el cambio es irreversible” (algo que, en su momento, incluso avistaron acreditados observadores), quizás no es fácil trajinar con la desaceleración en curso. Esta “normalización” en tiempos anómalos, no obstante, esa aparente distensión del aguante que contrasta con los picos de desbordamiento, lejos del vaciamiento y la despolitización podrían usarse para la acumulación. Sin procesos electorales a la vista que pudiesen alterar el paisaje de hegemonía del PSUV, pero con una meta nítida en el largo plazo, -2024- sobran las tareas por acometer.
Allí figura, por cierto, la posibilidad que alude a esos cambios progresivos, discretos pero sustanciales que podrían operar desde dentro del sistema. La reinstitucionalización sobre la cual se ha insistido y que obliga a repensar las claves de la mudanza desde el autoritarismo a la democracia es, por sí sola, un desafío y una materia de obligatoria prelación. ¿Cómo garantizar que los vicios que inhiben la inclusión y la competitividad democrática no sólo no persistan en 2024, sino que truequen en la fijación de nuevas reglas de juego? ¿Cómo disipar el fantasma de la nicaragüización? ¿Qué hacer para agudizar las contradicciones dentro del bloque de poder y gestionar las propias, sin invocar con ello la amenaza con cuchillo entre los dientes, abonando más bien al convencimiento de que esa evolución beneficiará a todos los involucrados?
Frente a la aparente inopia, buscar soluciones fuera de la caja es una exigencia. Si alguna lección surge del reiterado fracaso es que los paradigmas no pueden aplicarse como tónicos cúralo-todo; que en atención a los pulsos de la realidad humana, toca recalibrarlos, transformarlos, incluso sustituirlos. Cuando ocurre al revés, advierte Vargas Llosa, cuando las ideas contradicen esa realidad, “las calles se llenan de guillotinas y paredones de fusilamiento”.
Veamos, por tanto, la potencialidad de esta “zona gris”, no precisamente distinguida por su placidez y sí copada por la incertidumbre. Y consideremos, a tono con Karl Jaspers, que “el presente está penetrado por el futuro en él latente, cuyas tendencias, sea en oposición o adhesión, hacemos nuestras”. Pues si bien los principales rasgos de la regresividad autoritaria se mantienen, si bien no cesa el errático zigzagueo ni hay noticias de la reactivación del diálogo en México, a la vez se dan gestos de apertura controlada en lo económico y político que, mirados sin principismo estéril, quizás insinúan oportunidades para la democratización. Sobra decir que el influjo creciente de alas “blandas” frente a las “duras” podría ser síntoma de otros reacomodos, que conviene promover.
Justamente: esa incertidumbre institucional o “de las reglas del juego” (Schedler) se ataría a los riesgosos viajes que emprenden los autoritarismos a alguna otra cosa incierta, como apuntan O’Donnell y Schmitter. He allí una señal de que las expectativas de viabilidad del sistema entre actores vinculados al bloque de poder, han entrado en conflicto. Cuando las normas, arreglos y estructuras de control se desgastan, cuando dejan de ser aceptados, cuando ya no sirven para blindar la supervivencia material y subjetiva del modelo, es lógico que el ánimo reformista se manifieste, aunque eso no siempre pueda percibirse de forma diáfana. Sin reconocimiento internacional habilitando la reincorporación de Venezuela a mercados globales, por ejemplo, de poco o nada servirán instituciones ad hoc, “leales”, que no cumplen con mínimos estándares de imparcialidad exigidos por otros jugadores.
En esa ola de movidas que potenciarían la ventana de incertidumbre, y tal como ocurrió con la designación de rectores del CNE, entra la reforma de Ley Orgánica y eventual renovación del TSJ, hoy en manos de una AN con mayoría oficialista. También acá, lograr el aval de la Corte Penal Internacional aparece como variable exógena de peso. Así que aun sospechando cuán maleado podría estar el proceso, cuánto oficioso clientelismo podría envolver la captación del interés de factores distintos al chavismo, lo sensato será no dejar al gobierno operando solo en ese terreno. La ocasión que brinda la crisis sigue siendo imperfecta, pero no insignificante. Responder a la convocatoria del Comité de Postulaciones con candidatos independientes e idóneos para magistrados, podría introducir elementos de contraste que, amén de visibilizar la irregularidad, la fragilidad institucional, presionen razonablemente a favor de una praxis legitimadora y movilicen expectativas de cambio en la sociedad.
Lo último no es poca cosa, sabiendo cuánta desafección cívica cunde tras el deslave opositor, y que perdura como una úlcera no atendida. Construir mayoría política de cara a 2024 implica esforzarse por coordinar a los ciudadanos en torno a ciertos “eventos focales”. Recuperar el sentido de agencia, desterrar la dañosa sensación de impotencia colectiva, resulta clave para motorizar procesos que a todos afectan, que a todos deben interpelar. La exigencia de esa justicia que remite al equilibrio democrático es, sin duda, uno de ellos.