Iluminados – Jean Maninat

Jean Maninat

Por: Jean Maninat

La furia del coronavirus agarró de nuevo desprevenido a lo humano y lo divino. La ingenua pretensión de que nuestras faenas -científicas y religiosas- garantizan un devenir lineal hacia el progreso y la liberación de la humanidad de sus males seculares, recibe de tanto en tanto un sacudón para que se disparen las alarmas y se tonifiquen los reflejos frente a la adversidad colectiva. Henos aquí sin una vacuna que nos resguarde científicamente, y sin poder orar en conjunto en los templos del Señor.

(Guarecerse en el hogar ante las amenazas externas fue lo primero que elucubraron los bípedos originarios cuando descendieron de los árboles. En esa estamos… unos miles de años después).

En medio de las más grandes catástrofes, cuando la estupidez ciega de la naturaleza se asocia a la de los hombres, surgen los iluminados, quienes tocados por una inspiración particular extraordinaria, vislumbran lo que otros no pueden ver desde su ordinaria condición de ciudadanos obedientes del sentido común. Sí, esos que se lavan las manos y no andan con aquello de: choca las cinco bro, en medio de una cuarentena.

Al menos, en está parte de la comarca mundial, los iluminados tienen un tronco común, una academia compartida en la que se formaron en la disciplina de la irresponsabilidad: el populismo. No, no es que se le quiera achacar todos los males del planeta a tan popular práctica política, pero sus máximos exponentes parecen poseídos por una fuerza mayor que los hace decir exabruptos y llevarlos a cabo. No importa si el soplo que los anima es de derecha o izquierda, siempre tienen ese tumbao sabrosón de quien está más allá de las obligaciones de la convivencia social.

Desde México, el presidente López Obrador dio una clase magistral, esta vez con motivo del coronavirus, de esa flaqueza de navegar por encima de los problemas propia de los iluminadosEn su caso, presupone una misión íntima, un llamado juvenil que lo llevó a abrazar el destino de los desposeídos y designarse en su liberador y bondadoso Tlatoani. Acaso un simple virus, un adefesio biológico probablemente generado por los poderosos lo iba a alejar a Él, a Él, de las manos fervorosas de la raza que lo quiere estrujar. ¡Ni madres! (Luego de una ríspida reunión en Palacio Nacional, el presidente accedió a cambiar su discurso y prometió anunciar nuevas medidas el viernes de esta semana).

En el dulce y cadencioso Brasil (así dicen las guías de turismo) su nada dulce ni cadencioso presidente, Jair Bolsonaro, se ha dedicado con amagues de Clint Eastwood del Sertón a desafiar las prevenciones establecidas por buena parte de sus vecinos, convocando incluso a una manifestación a su favor poniendo insensatamente en juego la salud de sus partidarios. Él, Él, es un valiente, es sabido, capaz de ningunear a la más brava de las pandemias. No está para histerias, argumenta.

Las noticias se suceden por minutos, y cuando esta columna salga publicada mucho podrá haber variado. Pero si algo queda claro, es la terrible irresponsabilidad de los charlatanes imbuidos de sí mismos, dispuestos a todo, incluso a sacrificar la salud de sus compatriotas en nombre de una salida folclórica y bochornosa.

¡De los iluminados líbrame Dios, que del coronavirus me libro yo!

 

 

 

 

 

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