Hollywood es la revolución – Carlos Raúl Hernández

Hollywood es la revolución - Carlos Raúl Hernández
Cortesía: El Universal

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

Carlos Raúl Hernández

El profundo cambio cultural, social, económico y político del siglo XX es en gran medida obra de Hollywood: la propagación y el triunfo ideológico de la libertad, la democracia y la modernización, frente a los autoritarismos, hoy enturbiado por la antipolítica. Su obra regó por el globo la transformación de las pautas productivas, el consumo de bienes, la calidad de vida y la revolución científica. Millones y millones admiran el glamour y la belleza en la alfombra roja de los Oscar.

Hollywood es la revolución - Carlos Raúl Hernández
Cortesía: El Universal

Un sismo cultural entre los que tienen menos posibilidades de conocer las maravillas creadas por el hombre. Nació una forma de recreo popular, barato, los nikelodios (valía un níquel la entrada) a salas que abarrotaban los pobres en EEUU y el mundo, particularmente los trabajadores migrantes, una de las tres grandes industrias contemporáneas. En las lejanas décadas de los 30, 40, 50, incontables millones de latinoamericanos, africanos y asiáticos, supieron que existía el confort.

Conocieron automóviles, aviones, la Quinta Avenida, las torres de Pisa y Eiffel, el shampoo, las lavadoras y los antibióticos en películas, radio y TV. Hizo que De Niro y Zellweger aumentaran 30 kilos, convirtió a Dustin Hoffman en Tootsi (Pollack 1982), a Williams en la señora Doubfire (Columbus: 1993) a Kidman en Virginia Woolf (Daldry: 2003), la perfecta Theron en una horrenda asesina, Aileen Wuornos (Monstruo: Patty Jenkins, 2003).

Blanchett fue Bob Dylan (No estoy allí: Haynes, 2007), Travolta la obesa Edna Turnblad (Hairblad: Shankman, 2007) Finnes es Voldemort (Harry Potter: 2011) apenas detalles de las infinitas maravillas cinematográficas y 95% de la población mundial que no viaja, solo podrá ver las obras de Michellangelo o Leonardo en la pantalla. Hollywood se fundó en una épica de acero.

¿Dónde está esa máquina?

Thomas Edison doblegó y absorbió a los competidores y creó con ellos en la Costa Este un todopoderoso oligopolio de los recursos para hacer cine: cámaras, revelados y celuloide, patente que compro al fundador de Kodak. Los intentos de producir películas fuera de su control en N.Y. durante el cine mudo, terminaban a tiros. Al principio, el manejo de la industria lo tenían estudios europeos, concretamente franceses (Pathe, Gaumont y otros).

Después de la Primera Guerra Mundial la hegemonía pasó a manos norteamericanas, aunque el expresionismo alemán, el surrealismo y Eisenstein florecieron al margen. Samuel Goldwin y Cecil B. DeMille rodaban una película en Nueva York y ante la arremetida de los agentes de Edison, huyen de su larga mano a Arizona. Luego siguieron a Los Ángeles, cerca de México por si había que correr.

Los acompañaron grupos de inmigrantes, la mayoría de origen judío, que intuían la nueva fiebre del oro celuloide en California. Darryl F. Zanuck, Samuel Bronston, Goldwyn, DeMille, los hermanos Warner, crearon Universal, Paramount, 20th Century Fox, Metro Goldwyn-Meyer. Más tarde la rebelión de los actores frente al star-sistem llevó a Chaplin, Pola Negri y muchos otros a crear United Artist, su propia productora.

El gran cine de masas producido y/o distribuido por Hollywood fue volcán de grandes cambios. Protagonizó la revolución sexual. La primera mujer desnuda que hizo abrir la boca a cientos de millones de hombres fue Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer (Vadim: 1956) El primer súper orgasmo en pantalla lo tuvo Jane Fonda en Barbarella, enfrentada a una máquina (Vadim: 1968) y masas inmensas de jóvenes se enteraron de que las mujeres también los tenían.

La denuncia del poder

La primera relación sexual auténtica en cámara la protagonizaron Donald Sutherland y July Christie en Amenaza en la sombra (Roeg: 1973). Una poderosa pasión y erotismo hacen que el amor profundo de Fonda se imponga sobre la paraplejia de su amante, el veterano de Vietnam, John Voigth, en Regreso sin gloria (Ashby,1978). Las inquietantes escenas eróticas con close-up de los rostros de Juliette Binoche y Lena Olin en La insoportable levedad del ser (Kauffman: 1988).

Igual, Naomi Watts y Laura Harring en Mulholland drive (Lynch: 2001). El rudo y perdurable amor entre dos vaqueros (Secreto de la montaña: Lee, 2006). El primer beso cinematográfico entre un negro y una blanca, Wesley Snipes y Natassja Kinsky (Después de una noche: Figgis,1997) son auténticos terremotos en la cultura sexual universal comparados con las autorridiculizantes malderrabias “de género” que hoy nos hacen reír.

Solo Hollywood, gracias a que su inmenso poder comercial, llegó a la plebe, un imposible para maestros como De Sica (Olor de mujer) o Bergman (El silencio, Persona). Los anacronismos de izquierda y derecha fijaron en los estudios californianos un enemigo predilecto, gracias a las cultísimas boberías de Marcuse, Adorno, Horkeimer y el corsario de siete mares Erich Fromm, porque odiaban su poder cultural.

No hay problema importante de la sociedad abierta que no haya sido sangrientamente denunciado por el cine norteamericano, miles de films se ocupan de desenmascarar la corrupción policial (Asuntos internos: Figgis,1990) el racismo, Mississipi en llamas (Hambling: 1988) Fantasmas del Mississipi (Reimer: 1996). Cientos de obras dedicadas a las entretelas de la guerra de Vietnam, entre ellas las siempre esplendorosas Apocalipsis now (Coppola: 1979) y El cazador de venados (Cimino: 1978). 

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