Hijos, nuestros hijos de los vientos – Soledad Morillo Belloso

Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Hay muchos libros sobre este escabroso y lamentable asunto de lo que ha pasado en Venezuela. Textos escritos por plumas profundas. Bien documentados, que intentan explicar qué diantres pasó y pasa. Es muy difícil intentar desmenuzar y pormenorizar el desastre. Más complicado aún lograr que seres pensantes de nuestra latitud y otras comprendan la retahíla de errores y horrores.

Un día me senté frente a la pantalla en blanco. El cuerpo me pedía escribir. No un artículo o un ensayo. No un cuento o un relato. Ya tenía en mi haber resmas de papeles con las letras del pasado. Ya me había sumergido mil veces en los vericuetos de nuestra historia de país. El corazón me miraba a lo lejos y me decía que algo no se había dicho.

Nuestros jóvenes han sido principalísimas víctimas en el este patético episodio. Y sin embargo son ellos los que darán las claves para la solución. Quizás porque no tienen sobre sus hombros el peso de la deuda moral de esos errores y horrores.

Esa es la historia que sudé en una novela, Hijos de los vientos. La de un par de jóvenes venezolanos descendientes de inmigrantes que tienen cosas para decirnos, cosas para enseñarnos. Mientras la escribía, en mi vida personal y en el país pasaba de todo. Y sin embargo, esos ruidos (sí, molestos ruidos) del desabastecimiento, de la megainflacion, de los apagones, de las usurpaciones y las corrupciones no acallaban las voces de Marena y José María. Ellos me decían: “anda, escribe, cuenta nuestra historia, dile a la gente que ellos quizás, porque el dolor es enorme y el hastío insufrible, no ven lo que nosotros vemos, lo que nosotros sentimos y presentimos”.

Escribiendo esta novela aprendí. Mucho. Que las pequeñeces disfrazadas de verborrea grandilocuente enturbian todo y nos roban la energía. Que la sinceridad no puede sucumbir ante el maquillaje. Y confirmé, una vez más, que el secreto de una historia que llegue está en dejar que sean los personajes quienes tomen las decisiones.

Yo no sé si “Hijos de los vientos” es una buena novela, si quienes la lean se enamorarán de Marena y José María. Sé que yo me enamoré de ellos, que les quedaré en deuda de por vida por el privilegio de haber sido la mano que escribió.

Los jóvenes son mucho más lúcidos que nosotros. Quizás porque tienen el alma más limpia que la nuestra, porque sus ojos consiguen mirar más allá o, tal vez, porque no tienen el ánimo roto en mil pedazos.

Hijos de los vientos es un homenaje a nuestros jóvenes, nuestros maravillosos y no suficientemente respetados y amados jóvenes. Y es también una novela que es una  petición, un ruego: escuchemos a nuestros jóvenes. Tienen mucho para decirnos, mucho que enseñarnos.

 

 

 

 

 

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