Publicado en: Caraota Digital
Por: Leonardo Padrón
En Madrid, como en todas las ciudades del primer mundo, existen aplicaciones que te permiten hacer mercado desde tu celular. Cada vez que he pedido algo, emboscado por la urgencia, el repartidor que me ha entregado la encomienda es un joven venezolano. Nueve de diez, para decir una cifra prudente. Nos reconocemos en el acto. Nos saludamos. Hay un encogimiento de hombros, una nostalgia velada, un saber que no ha quedado otra opción. Van en bicicleta por la ciudad, con un honroso trabajo y un mísero sueldo a cuestas. Acosados por el bochorno del verano. Otros te los topas en cualquier callejuela, repartiendo tarjetas de algún bar cercano e intentando convencerte de que te tomes una caña en el negocio de su jefe. Ganan comisión por cada cliente reclutado. De diez intentos, ninguno. Pasa cantidad de veces. Venezolanos los hay trabajando en los restaurantes, en las peluquerías, en las ventas de flores. Se han vuelto meseros o niñeras, limpian casas o cuidan personas mayores. Como me lo dice una amiga actriz que ha tenido que hacer de todo: “los que no tienen papeles son los que se comen los empleos más duros”. Todos tienen dos puntos en común: son rotundamente jóvenes y ese no era el plan de sus vidas. Todos cargan la misma pregunta en la mirada: ¿podremos volver alguna vez?
Justamente días atrás se organizó en esta misma ciudad una mesa redonda titulada: “Exilio y retorno: ¿regresarán los venezolanos?”. Tuve la oportunidad de participar junto con Miguel Henrique Otero, Claudio Nazoa, Carleth Morales Senges (Presidenta del Venezuelan Press) y Katrien Dekocker (Doctora en migraciones internacionales y cooperación para el desarrollo). La intervención de la Dra Dekocker, una ciudadana belga nacida en Chile y cuya tesis doctoral versó sobre la migración venezolana, estuvo colmada de cifras perturbadoras. Cifras que todavía me rebotan en la memoria. De entrada, subrayó el hecho de que, en 20 años de exilio (sí, desde 1998, con la llegada de Chávez al poder, hubo gente que comenzó a partir), ha habido un crecimiento del 450% de la comunidad venezolana en el panorama migratorio español. Cuando apenas comenzaba a desarrollar su charla, la Dra. Dekocker, que ha visitado varias veces el país y ha sido salpicada tangencialmente por nuestra tragedia, dejó caer una pregunta que sonó como un yunque: “¿Regresarán los venezolanos? ¿O es ahora que realmente está comenzando el verdadero exilio?”. Menuda interrogante.
¿Y cómo no hacerse esa pregunta si cada vez que los venezolanos volteamos el rostro hacia el país las noticias son más penosas, la ruina va in crescendo y la dictadura afinca sus garras? ¿Qué pasará con aquellos que logren un poco de dignidad y la evidencia de que el futuro existe? Muchos han vuelto a recuperar la serenidad de no ser asesinados en la próxima esquina. Abren los grifos y hay agua, agua potable, además. Prenden los interruptores y aparece la luz. Internet hace cabriolas de velocidad. Las farmacias están colmadas de remedios. Los mercados son una fiesta de colores y proteínas. La noche está llena de gente. Gente que conversa bajo los postes, en peregrinación, bar a bar, de tapa en tapa. Sin toques de queda en el ánimo. Gente que ya ha comenzado a tener hijos en los mapas del exilio. Y muchos van adquiriendo sentido de pertenencia. Y recuperando la noción de que la vida también tiene buenas noticias.
Dice la Dra. Katrien Dekocker, que llegó a vivir en Barinas y Valencia: “Tan solo 5 años atrás la comunidad venezolana en España se caracterizaba como una inmigración sutil, invisible, legal, integrada a la sociedad española, profesionalmente cualificada y con pocas dificultades para la inserción laboral y el acceso a una buena vivienda, educación e incluso la sanidad privada”. Era una migración marcada por “una estrategia de reproducción social, entendiendo el término como la predisposición a conservar e incluso mejorar la posición de origen”. Los argumentos de ese exilio no eran el hambre, la falta de medicinas, el hostigamiento, cárcel y asesinato de opositores, la criminalidad y la miseria. Hoy sí. Hoy muchos corren hacia la puerta de salida para salvar lo poco que les queda, así sea el derecho a seguir vivos. Corren sin un bachillerato completo, sin ahorros, sin papeles, sin asideros concretos en la orilla próxima. Como náufragos. Con lo puesto. Y heridos por la brasa de la dictadura. Eso ha hecho que la composición de los emigrantes venezolanos vaya inclinándose hacia una “creciente pobreza emergente en la sociedad de destino”. Su exposición se apoyó en cifras alarmantes. ¿Un ejemplo? En el año 2007, España solo recibió 46 peticiones de asilo. En el 2014 llegó a 124 peticiones. Pero en el 2017 la cifra de venezolanos requiriendo asilo ascendió brutalmente a 10.350 personas (!!). Eso solo se puede llamar desesperación. En este punto, fue descarnadamente sincera: “Del 100% de peticiones de asilo, el 99% serán rechazadas”.
El panorama no es muy distinto en otros países del mundo. En pleno siglo XXI, la patria del venezolano es la incertidumbre. Los que aún resisten adentro voltean cada vez con más frecuencia hacia la puerta de salida. Una puerta que se angosta día a día. Los que están afuera se preguntan si habrá camino de regreso alguna vez. Para la reconstrucción todos seremos necesarios, ¿pero cuántos lograremos volver?, ¿cuántos querrán hacerlo?
Mientras tanto, el resto del mundo observa, señala, cuestiona, en un lienzo donde la geopolítica es cada vez más compleja en su funcionamiento. Mientras tanto, los venezolanos hacen lo que pueden desde su nicho de resistencia y heroísmo. Mientras tanto, los líderes de la oposición ….eh, los líderes de la oposición… Aló, ¿hay alguien ahí? ¿Alguien que entienda que todo un país es mucho más importante que sus pequeñas victorias personales? ¿Alguien que posea la lucidez histórica para marcar el inicio de la reconstrucción? ¿Acaso no es ese, generacionalmente, nuestro mayor desafío?