Hampa y silencios – Elías Pino Iturrieta

Hampa y silencios - Elías Pino Iturrieta
Cortesía: La Gran Aldea

Las circunstancias de violencia como las que ahora experimenta Caracas, se llevan a cabo en áreas populosas y transitadas de la capital; cercanas a oficinas de la alta oficialidad y a instalaciones de los cuerpos de seguridad del Estado. Se exhibe una ineptitud y una indiferencia que claman al cielo; mientras, el control de elementos anárquicos sobre áreas en las cuales ha impuesto el hampa una soberanía tan omnipotente que ni siquiera parecen temerle al fuego de tanques de guerra y de armas de gran potencia. En unas circunstancias tan complicadas, resultaría oportuno que los líderes de oposición presenten un discurso articulado sobre el auge del hampa y la criminalidad, que seguramente los acercaría a las carencias de un pueblo que necesita eficaz iluminación ante el avasallamiento de una barbarie letal.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta

La dictadura ha logrado su propósito de clausurar las noticias que incumben a la sociedad. Un suceso como el que ahora se experimenta en Caracas, de control de amplias zonas del área metropolitana por bandas de hampones que actúan a su antojo sin miedo ante controles inexistentes, y sin testimonio fidedigno de lo que pasa, es una evidencia palmaria del hermetismo impuesto por los mandones sobre asuntos de los cuales depende la vida y la seguridad de la ciudadanía. Si se necesitaba una prueba del secuestro de la colectividad por la nomenclatura oficialista en materias esenciales para la opinión pública, la advertimos ahora con todo su rigor y con sus escalofriantes consecuencias.

Como sabemos, no se trata de un desorden ocurrido en regiones alejadas del centro del poder, ni de hechos que pueden pasar inadvertidos debido a su poca envergadura, sino de atentados que se llevan a cabo en áreas populosas y transitadas de la capital, cercanas a cuarteles del Ejército, a oficinas de la alta oficialidad y a instalaciones de los cuerpos de seguridad del Estado. Próximas al Palacio de Miraflores, sede del Jefe Supremo, para completar. No hablamos de zonas intrincadas del mapa, aisladas por problemas topográficos y por su lejanía de los centros urbanos más populosos, sino de ataques a mansalva contra los transeúntes de avenidas habitualmente trajinadas por miles de personas de una urbe que fue cosmopolita, contra los comercios que necesitan los vecindarios para subsistir y aún contra espacios destinados al solaz requerido por la gente para no perecer de agobio. Pero sobre un asunto de tal estatura solo sabemos lo que circula en las redes sociales, sometido a la subjetividad y al capricho de sus usuarios.

A la dictadura le conviene este limbo y por eso se ha empeñado en establecerlo. Esto es de Perogrullo. Si los regímenes tiránicos entienden como necesidad vital que se desconozcan sus desmanes, que nadie sepa de sus tropelías, de sus robos y desaciertos, la necesidad se vuelve perentoria cuando debe ocultar su incapacidad para el control de elementos anárquicos y de áreas sobre las cuales ha impuesto el hampa una soberanía tan omnipotente que ni siquiera se somete al fuego de los tanques de guerra y de armas de gran potencia, o que las tiene en abundancia como sus supuestos enemigos. Semejante dejación de autoridad no se debe someter al escrutinio público, los datos fidedignos sobre una entrega de partes esenciales del territorio a partidas que viven fuera de la ley se debe ocultar por una espesa capa de silencio. No solo porque exhibe una ineptitud y una indiferencia que claman al cielo, sino también porque cualquiera con cuatro dedos de frente puede pensar que está ante un fenómeno de complicidad que se huele desde las narices de un chingo.

Pero, si estas carencias se advierten por cualquier espectador, ¿cómo las sienten los grandes medios de comunicación que tienen una obligación esencial con los destinatarios de sus mensajes? Parece indiscutible que no solo se han sometido a los intereses del régimen sino también que, en no pocos casos, son sus entusiastas colaboradores y sus sirvientes leales. Es cierto que se les ha impuesto un oficial bozal de arepa para que solo abran un poco la boca, como los caballos domesticados por férreo jinete, y que otros se lo han zampado ellos mismos con más entusiasmo que vergüenza, pero las circunstancias de violencia y desgobierno como las que ahora experimenta Caracas les deben rebotar en la cara, deben chocar con los micrófonos de las grandes emisoras y con las cámaras de las estaciones televisoras, antes tan locuaces y atrevidas, tan presentes y tan predispuestas a decirnos qué hacer con nuestras vidas y hoy silentes y gélidas. Deben recordar que ahora se está hablando de una guerra. No sé cómo puedan salir de su mudez, cómo puedan abrir las rejas de una afeitada jaula que se construyó con su colaboración, pero no se pierde nada con decirles que un silencio como el que ahora los pone en un nivel más escandaloso de evidencia, debido a las noticias mayúsculas que dejan escapar como si cual cosa, tal vez les permita cierta demostración de existencia. También el ejemplo de un centenar de periodistas y de media docena de portales que no han transado con la dictadura, por supuesto.

En unas circunstancias tan complicadas quizá resulte exagerado meter a los líderes de la oposición en este paquete de silencios, pero la ausencia de un discurso articulado sobre el auge del hampa les concierne sin posibilidad de excusa, especialmente cuando la dictadura ha tenido la desfachatez de señalar su complicidad con el escándalo de los hampones armados que se adueñan de Caracas. Un análisis coherente del auge delictivo que ha llegado a los extremos que se sufren en medio del pavor generalizado, no solo demostraría la responsabilidad exclusiva de la dictadura en su crecimiento. También los acercaría a las necesidades de un pueblo que necesita eficaz iluminación ante el avasallamiento de una barbarie letal.

Si no, ¿cómo puede la mayoría de los venezolanos hacerse de una linterna? Es lo que piensa un opinador que, sin tener la solución de un rompecabezas terrífico, no congenia con los mutismos sepulcrales.

 

 

 

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