Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Los adversarios de Juan Guaidó suelen criticarlo por, al menos, tres cosas: se le pasó el tiempo, constitucional o político, no importa cuál, para salir del usurpador como había prometido una mañana radiante de pueblo y esperanzas; cometió algunos errores muy torcidos y flagrantes y, en el fondo, maneja la idea peregrina de un gobierno imaginario, platónico, vacío y en definitiva bueno para nada. El país llegó por esa ruta a la parálisis política.
Frente a este fracaso surgió un frente variopinto, de todos los colores, que yo he agrupado bajo el término de realistas. Que pregonaba, como corresponde a políticos-políticos, que las cosas son mucho más complicadas, entreveradas, lentas y que hay que tragar grueso a menudo para seguir en el tortuoso y accidentado camino de la acción colectiva. Sus principios parecen claros: votar, siempre votar, aun en las peores circunstancias, porque es la única arma que poseemos para despertar y movilizar el pueblo ausente y disgregado. Luego, y aquí comienzan las dificultades grandes, hay que cambiar el tono con el poder real, el que maneja el país y sobre todo las huestes armadas de Padrino y algunas otras bandas. Y por supuesto las instituciones que controlan el voto y con las cuales tenemos que entendernos. Y hablando, hablandito, en público y escondidos, esas condiciones electorales pueden ir adecentándose. Por ejemplo, un pequeño «éxito», el renovado CNE, con dos miembros principales nuestros y un presidente más confiable que de costumbre. Y hasta la Unión Europea vendría a legitimar los comicios. ¿Ves?
Esto es política-política que sustituye la anodina, inservible abstención que tanto excita a los radicales etéreos. Digamos que esto da lugar a un acercamiento, no sé si cohabitación, y quién quita si alguna regeneración de la dictadura, ¿es por fin dictadura?, preguntar a Fernando Mires, el del ojo tapado. Cosa peligrosa no solo por la diversidad de sujetos que andan en actitud parecida, desde los alacranes y los meseros hasta demócratas más verosímiles, pero muy sigilosos y a menudo silenciosos. Acabamos de ver un horror comicial que son las condiciones del revocatorio, que el rector Picón ha demostrado matemáticamente que son una abyecta trampa, y en la cual hasta el pobre Tascón ha renacido. Pero basta pensar en la monstruosa intervención del TSJ en el caso Barinas o el atropello desvergonzado a la Unión Europea, traída para lavar pecados, cuyo magnífico informe fue insultado y desechado de la manera más procaz. Total, salvo Barinas, utilizada por todos y para todo, los resultados no son como para tocar timbales. Nos vemos en 2024, lento pues. Y con respecto a la cohabitación, yo aseguro que su locomotora es la más real de todos, los dueños de los reales, los empresarios engolosinados con el liberalismo bucanero –nada es perfecto–, sus coincidencias económicas con Miraflores, bastante fraternales. Atrás vienen los políticos por ahora en desbandada.
Prefiero, por los momentos, hasta otra ocasión, subrayar lo que ha logrado Guaidó. Por lo pronto estar aquí, expuesto a todos los vientos, en un acto de valor que la historia recordará. Vinculado como nadie el exterior. Flexibilizando su posición para buscar la unidad y al acecho del usurpador, que ha demostrado ser para todos los contrincantes, no solo para él, bastante duro de derribar.