Publicado en: El Nacional
Por: Elías Pino Iturrieta
Comienzan a aparecer las críticas contra la actividad política de Juan Guaidó, que merecen un comentario capaz de ponerlas en su lugar, es decir, de mostrarlas como evidencias de reproches que no encuentran fundamento en la realidad. Desde luego que no se trata de impedir que circulen porque sus portavoces tienen el derecho de decir lo que consideren adecuado sobre los asuntos del bien común, pero conviene destacar que, además de insostenibles, son muestras de una injusticia y de una exageración susceptibles de sembrar sospechas sobre su orientación.
Hay un asunto de bulto que las condena al derrumbe, y sobre el cual he insistido en textos anteriores: los procesos históricos son el resultado de una evolución pausada, no se dan de la noche a la mañana. La presencia de Guaidó en la vanguardia de la oposición comenzó a principios del año, después de una inercia que no auguraba desenlaces inmediatos y luego de un refrescamiento inesperado de las élites políticas. Nadie esperaba un cambio profundo de la conducta de los líderes de la Asamblea Nacional, ni de los planes de algunos partidos políticos, pero se concretó sorpresivamente para anunciar no solo acciones distintas contra la usurpación, sino también la dirección de un joven que era apenas conocido por la colectividad y a quien se encargaba la misión de hacer cosas nuevas y diversas desde el Parlamento. El asunto se concreta en enero de 2019, y ya en marzo lo critican porque no ha hecho nada de interés para llevarnos a buen puerto. La impaciencia provocada por la supuesta inacción del líder, o por su cacareada ineficacia, contrasta con la pachorra de décadas que han tenido con el chavismo. Ante Chávez y ante su heredero seguramente consideraron que convenía atenerse a las pausas impuestas por el reloj de la historia, pero ahora quieren que el almanaque pase sus hojas en un santiamén. Curioso, ¿no es cierto?
Pero lo más llamativo del asunto se encuentra en que es de una sencillez automática comprobar los frutos cosechados por el líder desde el comienzo de su gestión. Quizá el más importante sea el renacimiento del vínculo entre la dirección política y el entusiasmo de las masas, sin el cual todo lo que se intente contra la usurpación está condenado al fracaso. Las manifestaciones de la sociedad contra la dictadura se han convertido en ríos incontenibles de ciudadanos que habían abandonado la plaza pública, pero que ahora la hacen suya con una determinación que parecía perdida. La actitud diferente de los dirigentes que ahora llevan la batuta, jóvenes en su mayoría, ha influido en el tránsito de la pasividad popular a una caudalosa participación en las calles, pero es evidente que la conexión establecida entre las cualidades de un líder y las esperanzas de la multitud ha sido fundamental. Estamos ante una hazaña, frente a un fenómeno inusual que no sé cómo pueden subestimar los catones de la actualidad. Llamar la atención sobre la necesidad de mantener la flama de esa popularidad para que no deje de alumbrar debe ser una prioridad en los cálculos de quienes han logrado que arda, pero aquí no estaríamos en el parapeto de los reparos, sino en el área de la prevención.
Por si fuera poco, el ascenso de Guaidó y el designio de sus asesores han fomentado respaldos internacionales que, aparte de dar soporte a su papel de mandatario interino de Venezuela, han hecho de la causa de la libertad venezolana una empresa de trascendencia mundial. Ahora las penalidades de la república no solo se debaten como cosa propia en el seno de las democracias de América y Europa, sino que también han generado apoyos institucionales y materiales que pueden solventar la crisis humanitaria que padecemos y, desde luego, ayudarnos a salir de Maduro. El control de las plantas de la industria petrolera nuestra que funciona en Estados Unidos es una elocuente evidencia del punto. Pasamos de los ojos de Chávez a los ojos del universo, de las conversaciones pasajeras con otras latitudes a tratos solventes y permanentes, hasta el punto de que el joven sometido a las flechas domésticas sea también figura estelar en las tribunas más solicitadas del mundo occidental. En cuestión de un trimestre caminamos de lo específico a lo genérico, de los entuertos de aldea a aires cosmopolitas, un itinerario que escapa a quienes pretenden hacer viajes apurados sin pasar por Chacaíto.
Olvidan los críticos que, como dice el refrán, Rusia también juega. El usurpador y sus secuaces tiran dentelladas contra el proyecto de transición, un hecho a través de cuyo entendimiento se pueden descubrir los valladares del recorrido democrático y los desafíos de Juan Guaidó. ¿Por qué no los toman en cuenta? Quizá porque la mudanza por la cual se lucha ahora también los convierta a ellos en antiguallas, en asunto yerto del pasado.
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