Publicado en Caraota Digital
Por: Leonardo Padrón
Uno quisiera amanecer el 2018 escribiendo sobre temas distintos. Quizás un poco más serenos y luminosos. No sobre nuestras ya largas espinas en la cotidianidad de ser venezolano. Uno quisiera quizás escribir sobre libros, música y otros fulgores. Comentar –por ejemplo- “Pureza”, el más reciente libro de Jonathan Franzen, ese gran novelista norteamericano, y dejar caer en esta ventana, por puro placer estético, líneas como “La belleza de Annagret era tan asombrosa, tan ajena a la norma, que parecía una ofensa directa a la República del Mal Gusto”. Uno quisiera leer eso y no hacer asociaciones inmediatas. ¿Acaso no nos hemos convertido en la República del Mal Gusto? ¿No es de mal gusto tanta ineficiencia y corrupción? ¿Tanta hambre y miseria? ¿Tanta cursilería patriotera? ¿Tanto rojo en la ropa? ¿Tanta pomposidad en los nombres de los ministerios? Por ejemplo, ¿cómo procesar que hay un organismo que se llama “Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno”? Si ese funcionario realmente le hace seguimiento a la gestión de este gobierno, ¿no está horrorizado? ¿Qué escribe en su informe diario? ¿Cómo duerme en paz con tanto título y tanto desastre?
Lo volví a hacer. La prosa se me descarrila y vuelvo a hablar del país y su enfermedad. Porque esto es una enfermedad. Quién lo duda. Pero lo intentaré de nuevo. A ver. ¿Qué tal escribir sobre el libro que acaba de publicar la gente de Guataca, esa estupenda plataforma creada en el país para dar a conocer el talento musical emergente, inspirado en la raíz tradicional venezolana? El libro se llama “10 años de pura Guataca” y hace un inventario minucioso de todos los conciertos que han realizado en el país y mucho más allá, gracias al entusiasmo activo de Ernesto Rangel y Aquiles Báez, fundadores de Guataca. Y uno entonces hojea el libro y empieza a darse cuenta que ya muchos de esos músicos han emigrado, que las dificultades del país han sido tantas que, por instinto de supervivencia y necesidad de seguir desarrollando su carrera, se han visto obligados a cambiar su código postal y reinventarse la vida. Hace poco, en vísperas de navidad, Guataca realizó un concierto en el Colony Theater de Miami que reunió en una misma noche a C4 Trío, Mariaca Semprún y Horacio Blanco, vocalista de Desorden Público. El teatro se atiborró de venezolanos cantando aguinaldos, parrandas y gaitas con la garganta aturdida de lágrimas. Los ojos acuosos del exilio y la nostalgia. Pero fue tal la atmósfera y calidez del concierto que, al final, una misma frase emergía de los labios de artistas y público: “!Parecía que hubiéramos estado en el Teatro Chacao!”. Parecía que estaban en casa. Y no. Ya no.
Lo he vuelto a hacer. ¿No se suponía que iba a hablar solo de libros? ¿O de música? ¿Por qué todo desemboca en nuestra tragedia? Quizás porque es demasiado vasta. Porque nos ha estremecido y sigue, persiste, ataca sin pausa, como una bestia salvaje sobre nuestros huesos. Porque es inédita. Sobrecogedora.
A ver. ¿Qué tal hablar sobre “Limónov”, la portentosa novela de Emmanuel Carrére donde retrata la Rusia de los últimos cincuenta años? Uno decide leerla –es el mismo argumento- por puro placer estético, porque el libro ha ganado el Prix de Prix a la mejor novela francesa en el 2011, el premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa, y porque ya sabes como escribe Carrére. Pero entonces a cada salto de página te encuentras con frases como: “Que la policía o el ejército estén corrompidos entra dentro de lo habitual. Que la vida humana tenga poco valor entra dentro de la tradición rusa”. Y piensas en el acto en tu país. Y te rechinan los dientes. Y sigues adelante y luego, en una evocación de la primavera de 1942, escribe de Veniamín Samienko, personaje que está lejos de su casa y “es la norma más que la excepción en la Rusia soviética: deportaciones, exilios, traslados masivos de poblaciones, no paran de desplazar a la gente, casi son inexistentes las posibilidades de vivir y morir donde uno ha nacido”. ¿Cómo no detenerse en esa última frase? La transcribo de nuevo: “Casi son inexistentes las posibilidades de vivir y morir donde uno ha nacido”. Este retrato de la Rusia soviética de 1942 es dolorosamente idéntico al de la Venezuela del 2017.
Me doy por vencido. No puedo, por ahora, escribir hacia los lados. Intentarlo como si fuéramos otros es imposible. Como si fuéramos normales. No funciona. Somos venezolanos y estamos viviendo la tragedia más grande de nuestra historia. La frase que inaugura el reciente artículo de Ricardo Haussman (“El día D de Venezuela”) es demoledora: “La crisis de Venezuela está pasando, inexorablemente, de ser catastrófica a ser inimaginable”. Y tiene razón.
La imaginación en Venezuela parece estar proscrita mientras la realidad sea tan estruendosa. Quizás solo sea necesaria –la imaginación- para tejer entre todos, con toda la audacia y urgencia posible, el fin de la catástrofe. ¿Podremos? Es el mayor reto de los venezolanos en este decisivo año 2018. Para comenzar a ser otros. Menos tristes y más humanos.
Leonardo Padrón
Impresionante, me genera sentimientos encontrados, entre lo agradable de su forma de escribir y lo desgarrador de la realidad que describe, impresionante lo de Padrón