Soy, siempre he sido y moriré siendo admiradora de Frank Sinatra. Seguramente ha habido cantantes mejores, pero “the voice” me llega hasta los tuétanos. Tengo una buena colección de sus discos, de sus diferentes etapas, y creo haber visto todas sus películas. Sinatra me ha acompañado en las buenas y en las malas. Ha estado en mis despechos y mis derrotas y también cuando he conseguido anotar puntos a mi favor. Con él me he sonreído y divertido y he llorado como descosida; su voz ha estado cuando me he revolcado en pasiones desmedidas y también cuando la vida se me puso a cuadritos. Y de Frank aprendí que la vida puede ser muy mala y también muy buena.
Maduro está mal, muy mal. Su gobierno, originalmente de discutible legalidad y legitimidad, se transformó en un protoplasma viscoso. Su régimen usurpador es hoy un coso indefinible, amorfo, con grietas por todos lados por las que pierde, con hedores indescriptibles.
Hoy Maduro está entre un barranco y un desierto. Pegando alaridos y aullando a la luna como lobo cansado, que perdió toda capacidad, y que ataca los arbustos creyendo que al hacerlo conseguirá dominar la estepa.
No hay ya ni una sola área de gestión que no esté en abierto colapso o al borde de precipitarse al vacío. Y lo que tiene enfrente no es tan solo más de cincuenta países que reconocen a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela sino muchos más que no reconocen la validez de las elecciones de mayo 2018. Tiene enfrente una población que no solo no lo quiere sino que, además, lo rechaza y quiere que se vaya, a donde sea, pero que se vaya. Se ha convertido en un estorbo para todo y para todos, inclusive para su propio partido. Tiene enfrente una oposición que usó el cerebro y entendió que la unidad no era un fin sino un camino, el único camino. Tiene enfrente un liderazgo sobrio y lúcido que ha sorprendido a tirios y troyanos. Tiene enfrente a las iglesias (de varias confesiones), a los empresarios no enchufados (y algunos enchufados también), a los comerciantes, a los constructores, a los trabajadores, a los sindicatos, a los agricultores, a los profesionales y técnicos, a los desempleados, a los que conforman la diáspora y que dejaron aquí a sus familiares y amigos. Tiene enfrente a los jóvenes, los adultos y los mayores, a los enfermos, a los que se amarran las ropas que les quedan grandes de tanto adelgazar. Tiene enfrente a los artistas plásticos, a los cantantes y músicos, a los actores, a los intelectuales, a los académicos, a los periodistas, a los deportistas, a los tuiteros, a los youtubers, a los “influencers”. A los bolseros de los mercados, a los cajeros de banco, a los peluqueros, a los vendedores de maní, papita y tostón, a los limpiabotas, a los parqueros, a los vendedores de verduras, a los dispensadores de gasolina, a los caucheros, a los vendedores de repuestos. A los borrachitos de las esquinas, a los que se paran en las puertas de las panaderías a suplicar que por el amor de Dios alguien les dé aunque sea un mendrugo. Tiene enfrente a los que no consiguen conciliar el sueño y a los que que quedan dormidos agotados de tanto sufrir. A los transportistas que no saben ya qué hacer para que el vehículo no se termine de esperolar en la próxima parada. La lista es infinita. Y a todos nos tiene enfrente, hartos, pero de pie, aunque él juegue a ignorarnos, despreciarnos y vejarnos. Le quedan, por ahora, los uniformados. A saber hasta cuándo.
Entonces, es tiempo de Frank Sinatra. De aquella canción originariamente francesa que sin embargo “the voice” convirtió en un himno para millones de varias generaciones en los cinco continentes: My way (A mi manera).
Maduro, como canta Frank, mordió más de lo que podía masticar. Y sí, “the end is near” (el final está cerca). Tiene enfrente “the final curtain” (el último telón). Puede entenderlo por sí mismo y evitar así que se lo hagan entender. Menos doloroso lo primero que lo segundo.
Soledadmorillobelloso@gmail.com
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