Por: Jean Maninat
El diario El País de España comentó recientemente un estudio de la Universidad de Stanford sobre los efectos del teletrabajo en millones de empleados, los cambios de hábitos que está generando y los nuevos trastornos laborales que está causando. Soldados a una silla, se pasan horas de horas frente a una pantalla poblada de rostros, en donde el suyo es uno más, pero que les roba la atención por aquello del vanidoso: “¿Cómo luciré?”. Una especie de dictadura del Zoom que los encadena en casa a una pantalla durante largas jornadas laborales.
En el mito de la caverna, Platón utiliza una alegoría, hoy famosa, sobre el conocimiento. Unos prisioneros se encuentran, desde su infancia, encadenados de piernas y cuellos a un muro viendo hacia la pared que tienen al frente. Detrás del muro una hoguera arde y otros hombres sin cadenas portan objetos sobre sus cabezas cuyas formas borrosas se proyectan sobre esa pared. Los encadenados toman por verdad esas sombras pasajeras. Es el único mundo que conocen. ¿Qué pasaría si uno de ellos lograra escapar, ver la luz del mundo exterior y los entes reales que lo colman, y luego regresara a la penumbra de la cueva para intentar liberar a sus compañeros con la buena nueva del mundo exterior? Se burlarían de él y a la primera oportunidad lo matarían nos dice el barbudo Platón.
Luego de las series televisivas, en los encuentros sociales a distancia vía Zoom, o presenciales con mascarilla y distancia social obligatoria, el tema de referencia ineludible es el de si en la pospandemia se regresa a la oficina o se seguirá trabajando desde casa. Ya hay escuelas de pensamiento al respecto, bandos fervorosos, consignas tajantes: ¡Oficinas, nunca más! Los medrosos y conservadores, atinamos a pensar que quién sabe lo que nos traerá la pospandemia, quién quita si hordas de cónyuges liberados corriendo -ellas y ellos- como zombies hacia la luz protectora de las oficinas fuera del hogar. Hagan sus apuestas.
Ahora que parece haber un bienaventurado regreso a la política y la ruta electoral, y aún a la espera de saber cuál fue el resultado de las consultas de Bogotá (¿Lo que pasa en Bogotá se queda en Bogotá?), cabría esperar que nuestros dirigentes en la oposición se desconecten del Zoom permanente que tienen entre sus propias parcelas, y se dediquen a “chatear” con otra gente, un universo más amplio, para capturar el verdadero sentir en la calle, y no el que le pasan sus colaboradores tras la hoguera. Hay otro mundo esperando fuera de sus recintos partidistas.
Estar clavado frente a una pantalla, hablando y viéndose a sí mismos los mismos de siempre, puede causar una pérdida de la realidad y un estrés excedente al que ya produce la terrible situación que vive el país.
La fatiga de espejo.
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