Publicado en: Tal Cual
Por: Américo Martín
Jorge Arreaza, canciller madurista, fue el primero. Dijo que el régimen no se levantaría de la Mesa de “diálogo” (como la llama la parte representada por él; o de “negociación y acuerdos”, según prefiere la oposición) aunque tuviera que bregar con no sé cuántos Donald Trump. Dos días más tarde, Jorge Rodríguez lo contradijo severamente al anunciar que habían decidió voluntaria y unilateralmente no asistir a la reunión pautada en Barbados.
Obviamente afectado por las nuevas sanciones dictadas por el gobierno norteamericano, el líder chavista expresaba su malestar en forma más bien precaria. Pero convengamos que no son muchas las opciones del madurismo. Aparte, claro está, de la que sin duda sería la mejor, la más fácil e incruenta para nuestro apabullado país; para las dos partes enfrentadas; y para la solidaria comunidad internacional, cuyo enaltecido protagonismo no tiene precedentes en nuestra Historia.
En teoría la disyuntiva planteada es Paz o Guerra. Es decir, lo primero es trabajar por soluciones pacíficas, negociadas o no. En la guerra puede desembocar un conflicto muy mal e irresponsablemente dirigido, pero los que deseen tener la suya solo para engarzarla con las de la Independencia o de la Federación, se cansarán y se irán a las primeras.
Dijo Erasmo:
- La guerra solo atrae a quienes no la han experimentado. Y agrego: ¿Qué harían los sabios al tener que combatir con armas, si fallecen de miedo al tener que hacerlo con palabras? A menos que se piense en Demóstenes, el gran político ateniense, quien apenas vio avanzar al enemigo arrojó el escudo y salió a galope, demostrando que era tan mal soldado como excelente orador.
No creo en guerras que más bien deben y pueden ser conjuradas y me pregunto si sus más fervientes defensores estarían dispuestos a ocupar las trincheras de mayor riesgo. Sería el apocalipsis para un pueblo diezmado hasta lo último debido al infinito fracaso de una revolución que prometía el mar de la felicidad.
Si a las primeras sueltan su escudo como Demóstenes y se echan a correr, sabremos la diferencia entre la guerra y las chácharas a la distancia sobre ella. Debemos tomar estos pueriles alardes como muestras de la irracionalidad que mancha las decisiones estratégicas.
El ”Voy al diálogo y me levanto de la Mesa” de Arreaza y Rodríguez sugiere que no todos desean desasirse de la negociación. Si para derrotar al ejército de EEUU, la alternativa de la que disponen es el heroísmo de Páez y Cedeño “primeras lanzas del mundo y de Venezuela”, ya podemos imaginar que la fórmula no pasará del gesto.
No nos engañemos. La oposición ganará si las elecciones son convocadas en el marco de la negociación aquí mencionada. Pero la alternancia no tiene que ser una catástrofe para el perdedor, cuyos derechos serán respetados. La democracia no confunde justicia con venganza, desgraciado error que nos condenaría a una espiral interminable que será decapitada 1. Por la Constitución cuyas normas valen para mayorías y minorías 2. Por la Comunidad Internacional que, al solidarizarse con la democracia, no podría ahora desdecirse; y 3. Por la Oposición, consciente de que su lucha no puede traicionarse a sí misma en un vergonzoso cambio para que nada cambie.
Pero subsiste el miedo a contarse, cuyo sonsonete podría –él sí– arrastrarnos a sombríos fatalismos. Amenazan a la AN y casi inmediatamente retroceden. Pero la escalada represiva no cesa. Los diputados José Guerra, Tomás Guanipa, Rafael Guzmán y Pablo García, nos recuerdan que la boa constrictora no duerme cuando tiene hambre.