Publicado en: Polítika UCAB
Por: Trino Márquez
De acuerdo con algunos sectores disidentes del chavismo, el gobierno está aplicando un modelo neoliberal o capitalista salvaje. Creo que a la expresión habría que quitarle lo de neoliberal y capitalista, dejándole solo el salvaje. No puede calificarse de otra forma lo que ocurre en el país. El leve crecimiento, apenas 2%, y la desaceleración de la inflación, proyectados para 2021 por el Instituto de Estudios Económicos de la UCAB y Ecoanalítica, entre otros centros, se basa en una forma feroz de asumir el desenvolvimiento de la actividad económica.
Ya quisieran muchos entendidos que en Venezuela se estuviera instrumentando un esquema ‘neoliberal’ como el de los años ochenta, basado en el Consenso de Washington, y sostenido –entre otros pilares- por el desmontaje ordenado del Estado empresario y el intervencionismo, las privatizaciones metódicas, la liberación de la economía, el descenso de la inflación mediante la restricción severa de la oferta monetaria y la reducción del déficit fiscal a partir del equilibrio entre los ingresos y el gasto público.
A lo que sucede en el país desde hace dos o tres años tampoco puede llamársele capitalismo o economía de mercado, si quiere utilizarse un término que no posee una connotación marxista, sino liberal. Aquí no existe la libre competencia entre los agentes económicos, ni hay total libertad para promover negocios. La precaria legalidad existente permite que las empresas sean intervenidas cuando al gobierno se le antoje. La banca está sometida a unos controles abusivos. La formación de precios depende de muchos factores que no se encuentran relacionados con la libre competencia entre los oferentes.
En Venezuela no hay neoliberalismo ni capitalismo en el sentido ortodoxo de esos conceptos. Lo que existe es un modelo darwiniano atroz. Sobrevive el más apto para acercarse al régimen, moverse en medio de las amenazas constantes, la discrecionalidad de cualquier funcionario investido de algún poder para mandar a fiscalizar una empresa, exigir una antigua factura que se extravió en medio de la montaña de requisitos inútiles exigidos por la burocracia estatal. No dudo de que muchos empresarios grandes, medianos y pequeños son verdaderos héroes. Logran sobreponerse a las adversidades, que incluyen el chantaje y la extorsión, una de cuyas modalidades es el cobro de peaje en las incontables e injustificadas alcabalas o puntos de control montados por la Guardia Nacional o la Policía Nacional, con el único propósito de esquilmar a los conductores que transportan mercancías o productos agrícolas de un lugar a otro dentro del país. Se trata de una política explícita orientada a elevar los ingresos de los guardias y policías.
¿En cuál sistema capitalista existe una reminiscencia del atraso como esa? En ninguno. Una característica fundamental de una economía abierta es el libre tránsito de las mercancías por el territorio nacional. Representa una manera de fortalecer el mercado interno. Esos puntos de control sirven únicamente para que los agentes del Estado se ganen unos reales porque el gobierno no puede pagarles sueldos dignos. El despojo del que son objeto los transportistas, al final, quien lo paga es el consumidor. La inflación, especialmente en los alimentos industriales y en los productos agrícolas, se origina en gran medida en ese pillaje.
La dolarización -a la que se opusieron con vehemencia Hugo Chávez y Nicolás Maduro- se ha ido imponiendo por la fuerza de los hechos. Ahora más de 60% de las transacciones se realizan con la divisa norteamericana. El pueblo no les prestó atención a las reconvenciones del comandante y su heredero. La dolarización se impuso de forma silvestre. Sin orden ni concierto. No obedeció a ningún plan preconcebido. Los bodegones, símbolos de elitismo, de mercados segmentados y exclusivos –tan cuestionados por la ideología socialista- abastecen las demandas del grupo que percibe divisas en proporciones significativas. Los mismos que sostienen la burbuja que crea la ilusión de prosperidad. Los bodegones se transformaron en el emblema de la inequidad que el socialismo tanto cuestiona en teoría, pero que promueve con entusiasmo en la realidad.
El saqueo que está produciéndose en el Arco Minero –llamado por los ambientalistas ‘extractivismo’- constituye uno de los signos más acabados del grado de salvajismo alcanzado por el modelo propiciado por el régimen. Ese ecocidio -frente al cual la ONU solo emite declaraciones grandilocuentes- perpetrado por garimpeiros, el ELN colombiano y otros grupos irregulares, se lleva a cabo con la complicidad del gobierno. Ante la destrucción de Pdvsa, la quiebra de las empresas de Guayana y el desastre que ha significado la estatización de varios centenares de compañías que antes eran productivas y pagaban impuestos, el régimen decidió obtener ingresos con la extracción de los minerales que se encuentran en esa zona.
Los venezolanos estamos en presencia de un ensayo económico novedoso, pocas veces vistos en el planeta. En él se combinan la estulticia, la improvisación y la voracidad. Nada digno de convertir en ejemplo.
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