Por: Jean Maninat
Las estatuas sirven de depósito de excrementos de aves, de aparcadero de fumones y dealers en tránsito. Observan silentes a los amantes querellándose en el encuentro del estribo, o a los nuevos incautos en el primer cigarrillo compartido. Son huecas, sin ánima y remedan una apostura que nunca tuvieron sus representados en su fulgurante carrera hacia la posteridad.
El caballo de Bolívar nunca pastó, ni abrevó, siempre luce brioso, con una pata en alto, como posando para un afiche de circo, cuando los había. Y su afamado jinete va siempre erguido, impertérrito ante las palomas que vacían sus intestinos sobre sus charreteras. Las estatuas suelen ser cursis, banales en su conmemoración del pasado, o endebles cuando recuerdan la infamia de los dictadores y son derribadas con alegría chusca.
Arropada en causas de orígenes justos ha emergido una nueva intolerancia, la de los “progres” empeñados en que la “nueva normalidad” sea dictada por ellos y dispuestos a siquitrillar moralmente a quien piense diferente y reeditar el pasado acorde con su particular visión de las cosas. Es un nuevo Mundo Feliz solo que más hipócrita y falaz que el que inventara Aldous Huxley en su novela de 1932. Editores, profesores, escritores, historiadores, directores de museos, intelectuales han sido denunciados, han perdido sus puestos de trabajo arrasados por la exclusión y la intolerancia de la inquisición progresista.
Ha sido tal el empuje de los inquisidores que recientemente la revista Harper’s publicó una carta (Una carta sobre la justicia y el debate abierto) en la cual 150 intelectuales denuncian la intolerancia agresiva del activismo progresista. Curiosamente, la misiva es firmada por un progresista patricio como Noam Chomsky y una feminista de abolengo como Gloria Steinem, un irreverente escritor sentenciado a muerte por una fetua como Salman Rushdie y J.K. Rowling la creadora del universo Harry Potter. Hay para todos los gustos, y los une el temor a que se imponga la intolerancia, se cercene el debate abierto y cese la libre discrepancia a manos de los que se pretenden justos.
Seguramente esta será la batalla intelectual de la pospandemia y amenaza con ser cruenta como lo que se llevó a cabo frente al macartismo. Los grandes avances en materia de igualdad obtenidos por la democracia y la sociedad abierta no solo están amenazados por el resurgimiento de una derecha reaccionaria, ahora, por otro flanco, también están amenazados por la banalización de progresismo reaccionario. La carta de los 150 es un primer cruce de espadas, y esto se pone interesante. Será difícil quedarse en el medio o hacerse el demente.
Mientras se afilan los argumentos, las hordas infantiles de la casta progresista ya la han emprendido en contra de las estatuas públicas de personajes históricos, acusados retroactivamente de racistas, machistas, o más retorcidamente de haber sido unos “cerdos fascistas”. Desde esta humilde columna (quién lo hubiese pensado) proponemos la creación de una ONG, Estatuas Sin Fronteras, para proteger la integridad de tantos monumentos inútiles y de dudoso gusto de la barbarie iconoclasta progresista. ¿Alguien se anota?
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