Hay una cierta propensión a la infamia que si algo la caracteriza es el descaro. Eso que llaman los más pueblerinos “el olor del casi muerto”. De esto somos testigos los millones de venezolanos que nos negamos a la rendición. Sí, todos los días caen sobre nosotros lluvias de iniquidades. Y aquí estamos, con las espaldas heridas de tantos golpes pero con la dignidad intacta, que es asunto mucho más importante en tiempos de nación herida.
La fatuidad es enfermedad del alma. Hace que muchos escojan hacerse los ciegos, los sordos y, más grave aún, los idiotas de “eso no es conmigo”. Pues sí, esto es contigo. Contigo que pasas por Venezuela pero Venezuela no pasa por ti. Contigo, que lees periódicos y redes y crees que lo que pasa es apenas un ejercicio de juegos de simulación con piezas que tú mueves a tu antojo. Contigo, que te crees superior a los venezolanos de a pie. Contigo, que no te has dejado el cuero pegado en la lucha de años por la libertad y la democracia y pretendes ahora salirnos con un chorro de babas como si fueras un héroe incomprendido. Contigo, que ves la desgracia como quien ve llover y ni sabes cuántos presos políticos se añejan en las prisiones y muchísimo menos sus nombres. Es contigo, que dictas cátedra y pontificas, pero no eres capaz de bajarte del pedestal para siquiera extenderle la mano generosa a un prójimo en desgracia.
Es contigo, sí contigo, que te haces la vista gorda cuando compartes mesa y brindas con costosos licores con esos ladrones de cuello blanco que destrozaron a Venezuela y se afanaron hasta la leche de los niños. Sí, no te hagas el loco, que es contigo. Contigo que estás en Venezuela o fuera de ella, que formaste parte de la comparsa que hizo añicos a Pdvsa, a las empresas del sur. Contigo que ayudaste a que nuestros campos se convirtieran en tierra arrasada. Contigo que te hiciste parte de la liquidación de tantas empresas para hacerte de comisiones en las compras en el exterior de productos que se fabricaban en el país. Es contigo, que te uniste al circo de engañadores de oficio que hicieron de la pobreza un instrumento de manipulación y dominación.
Te tengo noticias. Ya no te puedes maquillar. Se acabó tu carnaval. Tu hedor se siente a distancia. Y no se te quita ni con lejía.
Y, créeme, que más sé por vieja que por diabla. Este país se hartó de este estado de cosas. El pueblo está muy bravo. No te confundas. Tú lo crees débil, tú lo crees ignorante, tú lo crees idiota, tú te crees por encima de él. Pero no, no es así. Al contrario, el pueblo ya entendió. Y está hablando, bajito pero claro. Que los pedantes no entiendan aún, no tiene nada de raro. A veces los que parecen más sabidos son los que menos entienden. Los que hablan de más son los que menos tienen para decir. Los que más presumen son los de menos luz.
Hartan los bocones. Son esclavos de las tonterías que dicen.
Lea también: “A 173 del limbo“, de Soledad Morillo Belloso