Por: Jean Maninat
Epifanías hay para todos los gustos y necesidades. Las hay profundas, genuinas y convincentes que transforman toda una vida, y las hay exprés, cuyo efecto dura a lo sumo algunas semanas, mientras se mide por dónde va la marea antes de regresar a más de lo mismo. Las hay espontáneas, que impactan súbitas, tomándonos por sorpresa, y las hay que vienen a la carta, precocinadas, para que el cliente escoja la que mejor le acomoda a su exigencia del momento.
Las originales, las extraordinarias, han sido de carácter religioso, algunas precedidas de señales sobrenaturales y otras de un sacudón del espíritu que produce una elevación de la conciencia como con Buda Gautama. Pablo de Tarso (Saulo Pablo) es probablemente el “converso” más importante de la historia occidental, luego de perseguir cristianos con especial saña, camino a Damasco lo envuelve una luz y una voz le reclama, “Soy Jesús, a quien tú persigues”. Se convertiría en el gran operador cristiano, el gran organizador que predicaría igual para gentiles como judíos y sentaría las bases del partido religioso más poderoso del globo en su momento: el cristianismo.
Que alguien cambie de parecer, incluso que se baje del río en medio del caballo, que se devuelva o se desvíe hacia lo que ayer consideraba apotema a nadie puede alarmar, y menos incitar a recoger piedras para la lapidación, es un transcurrir normal en quien tenga un mínimo de espacio libre en el cerebro para pensar, y una pizca de entereza entre pecho y espalda para coexistir con otros y sus ideas.
Pero en política -al menos, la que no es tan menos- habría que tener un cierto decoro, una etiqueta, (por no decir ética y meternos en honduras), un momento de reflexión que sustente la iluminación y le otorgue un grado mínimo de credibilidad, de confianza en los motivos del cambio. Al menos, hacerlo por pedagogía política, por si acaso todavía hubiese jóvenes proclives a entusiasmarse con el oficio político y les diera por indagar.
(Por cierto, no sería posible evitar los gestos retadores, las frases excesivas que afirman hoy con furor lo que hasta ayer se negaba con ira. “No, no y no, a mí que no me hablen de otra cosa que no sea la vía electoral”. Digamos, es cuestión de formas. Nada grave, en realidad)
Habría que aparcar los “tarde piaste pajarito”, los “se les viene diciendo desde hace cinco años”, son muy antipáticos y no ayudan en el “bonding” necesario para recomponer una fuerza política plural. Pero recomponer una fuerza para el cambio no es tan solo reagrupar a los mismos de siempre bajo una nueva sigla, también se necesita corregir los viejos y los recién adquiridos vicios, los reflejos condicionados que tanto daño han hecho, desterrar el convencimiento de que no hay obligación de explicar, rendir cuentas, porque tan solo traería más inquietud y desánimo. El business as usual no puede ser el telón de fondo del reencuentro.
Ojalá y los sospechosos habituales ya no lo sean tanto, nada se les reclamará en aras de la disposición integradora, pero mientras se constata cuánto están dispuestos a avanzar en realidad, le daremos más la duda que su beneficio. Bienvenidas sean todas las epifanías genuinas, las otras…