Por: Asdrúbal Aguiar
En varias de mis columnas vuelvo y repito, tanto como puedo, el análisis que un notable jurista además de periodista italiano, Piero Calamandrei, hace acerca del fascismo. Lo conoce en sus entrañas y lo padece.
Salvando las distancias, Cuba y Venezuela, su colonia, son hoy una réplica al calco, por más que sus corruptas y criminales burocracias se disfrazacen de socialistas del siglo XXI o progresistas.
El autor describe el régimen de la mentira (Il fascismo come regime della menzogna, edición póstuma, 2014) y señala que es más torvo que su simple vivencia bajo la ilegalidad. Simula la legalidad. Es el engaño, legalmente organizado, a la legalidad. Se mueve en el terreno cotidiano de la manipulación y el fraude constitucional, y en el de la doblez en sus comportamientos.
A sus prácticas sistemáticas contrarias a la ley – sus crímenes y delitos – les dan una vuelta y las presentan como legales o, en su defecto, al descubrírselas, las endosan o atribuyen a sus adversarios. La mentira política, connatural a la corrupción y degeneración que se sufre bajo tal sistema, es para sus actores, en efecto, “el instrumento natural y fisiológico de gobierno”.
Recuerda Calamandrei el cinismo del fascismo. Construye sus escenarios políticos, además, fingiendo el consenso popular. Se nutre del Discurso del servilismo voluntario, escrito por Étienne de la Boétie (1530-1563), que mejor se entiende con las cajas CLAP que le sirven al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela para la compra de conciencias e imponer el silencio crítico, dando o negando el alimento diario; o exigiendo firmar contra Donald Trump por las sanciones que le ha impuesto a él y sus cómplices, como miembros de una asociación criminal vinculada al narcoterrorismo.
La Boetié cree que todo tirano se apoya en una minoría de aprovechadores y corruptos, pero cuenta con el sostenimiento pasivo de una mayoría de imbéciles – eso afirma – que, entre el riesgo de la rebelión y la oscura resignación, prefieren perder la libertad y salvar la vida. Se acomodan, sencillamente.
Calamandrei admite que hasta las más malditas y odiadas dictaduras o dominaciones extranjeras – es el caso la de Cuba sobre Venezuela – arguyen ese consenso tácito de los oprimidos, como fundamento de sus legitimidades; lo que ciertamente hacen y con desparpajo, sólo porque durante “un período que puede durar decenios de sufrimiento” las tentativas de cambio “no encuentran medios prácticos que las hagan explotar en una revolución victoriosa”, frustrándolas.
Que el país no reaccione ante tanto dislate y mendacidad sistemática lo explica Calamandrei.
La uniformidad en la verdad y la “desorientación y mortificación de las inteligencias” adversas que impone el régimen a través de la propaganda totalitaria y el control de todos los medios, causa anemia crítica, división; y el terror sembrado por los grupos armados y espías, que se cierne contra quien osa desnudar la mentira, completa la tarea.
En cuanto a lo primero, tenemos a mano la denuncia reciente por los responsables de la destrucción y desaparición reales de la república de Venezuela, quienes le atribuyen a la cabeza restante de esta: Juan Guaidó, despedazar la soberanía nacional y entregar a Guyana el Territorio Esequibo.
Cabe repetir, entonces, lo sabido y veraz.
Ha sido descuartizado el territorio venezolano y entregado para su canibalización al ELN, las FARC, Hezbollah, Cuba, Rusia, Siria, China, Líbano, y el “pranato” – grupos criminales armados – al servicio de éstos, por Maduro.
Se ha hecho desdorosa la historia reciente de nuestra lucha por la defensa del Esequibo desde cuando asume el poder, en 1999, Hugo Chávez Frías, un felón: En 2009 el embajador guyanés en Caracas le intima a renunciar a la reclamación, y guarda silencio, mientras su canciller, Maduro, acepta que lo que se debate es la validez o no del laudo arbitral que nos despojó de la parte oriental venezolana, coincidiendo con la tesis guyanesa.
No podía ser de otro modo. En 2007, el mismo Chávez señala que la reclamación se originó en una imposición de los Estados Unidos a los gobiernos de la IV República, y antes, en 2004, a la par de su Canciller, Jesús Arnaldo Pérez, omite protestar la entrega del Esequibo por Guyana a empresas transnacionales, para su libre explotación.
Imposible, pues, que se reescriba esa realidad palmaria.
En medio de una dirección y un pueblo como el nuestro, que sólo aprendieron a vivir durante más de medio siglo bajo las formas constitucionales y sus métodos legales, ahora inútiles, lo diría don Piero, ocurre “el tormento chino de veinte años de mentiras enmascaradas en cientos de formas diversas, con expedientes variados, y hechas de modo deliberado para golpear en la ingenuidad de las fantasías”.
Incluso, así, nos cuenta este que esa experiencia del fascismo, la suya, durante veinte años de corrupción y ruinas no lograron contaminar a los mejores jóvenes. Se hicieron inmunes a la tentación materialista de sus dignidades y probidad, y con el apoyo de quienes fueron purgados de la patria, con paciencia y método, con preparación obstinada, al final, rompieron el molde e innovaron: “Non mollare” fue la consigna. No te rindas, ante la maldad y la mentira.
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