Es evidente que sin la presión internacional se hace difícil salir de la usurpación y de los pavorosos males de todo tipo que produce y multiplica; pero es inadmisible y vano que únicamente nos sentemos a esperar el cortejo de paladines que vendrán con claros clarines enviados por Tío Sam, según piden sus heraldos venezolanos.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Algunos advertimos que Donald Trump había declarado su disposición de reunirse con el usurpador, pero que después había corregido o matizado su intención para evitar reacciones que lo podían perjudicar en su proyecto continuista. Una cuestión trivial, en principio, algo que no parece digno de mayor detenimiento, pero produjo trifulcas tuiteras que condujeron a insultos, capaces de descubrir un problema de comprensión de la realidad y de confusión de lo ajeno con lo propio, susceptibles de mirar con pausa. Lo intentaré de seguidas, no porque fuera yo blanco de denuestos dignos de mejor motivo al descubrir las contradicciones del mandatario, aunque no esté mal que me proteja de ellos por esta vía que tengo a mano, sino porque descubre una anomalía digna de tratamiento.
El problema radica en que miles y miles de tuiteros atribuyen cualidades de pureza y limpieza de intenciones al mandatario estadounidense, con un énfasis o con un tono épico que los convierte en adoradores de un héroe cercano e imprescindible sobre cuyos actos no caben las censuras. No hay duda de que ignoran las peripecias del flamante adalid, divulgadas por sus propios actos desde cuando destacó en el terreno de los negocios y mostradas hasta la saciedad por analistas respetables de su país, por libros documentados, por análisis realizados en las universidades y por sus rivales del Partido Demócrata. El punto no se debe ignorar, debido a que muestra cómo se imponen las opiniones irresponsables cuando se trata de defender a un tótem considerado imprescindible. Se ha insistido en que, debido a la conducta del rubio campeador a quien ahora adoran miles y miles de fieles venezolanos, no solo corren peligro los valores democráticos y los principios fundacionales de Estados Unidos sino también los del hemisferio occidental, pero parecen advertencias absurdas y malintencionadas cuando la grey llena la iglesia criolla del nuevo redentor.
La enormidad ha llegado al punto de descalificar a Joe Biden, su rival del Partido Demócrata, como si corriéramos nosotros el riesgo de que llegara a Miraflores un revoltoso de siete suelas. Llegan al colmo de presentarlo como portavoz del socialismo, dispuesto a imponer o defender desde la Casa Blanca un proyecto tan perjudicial como el bolivariano de Chávez y Maduro. Apreciaciones absurdas, juicios sin ningún tipo de fundamento, la insania propiamente dicha, pero corren como moneda corriente y mueven los estandartes de un tipo de oposición venezolana a la cual debemos recordar, con más piedad que paciencia, que no se trata de un candidato presidencial venezolano, sino de un eficaz burócrata que fue Vicepresidente de Barack Obama durante ocho años sin provocar escándalos, y senador durante cuatro períodos en los cuales jamás se salió de los rieles del Capitolio. Tal vez no sea tan brillante como requiere la crisis de su país en la actualidad, pero, pese a lo que sienten los activistas con la bandera de las barras y las estrellas que ahora pululan aquí, no es asunto que deba quitar el sueño a quienes miran el espectáculo desde una lejana latitud tropical.
Unos líderes extremistas de la oposición venezolana y grupos de exiliados han planteado la invasión armada de fuerzas de Estados Unidos como única salida a la crisis que aquí nos agobia y que no ha logrado desenlace, o cuya conclusión todavía no parece accesible. Mirar hacia ese solo camino expedito informa sobre los gigantescos valladares de una lucha contra un adversario poderoso y sin escrúpulos, pero niega las posibilidades de desarrollo que tiene nuestra propia historia. Conduce a la dejación de las responsabilidades domésticas, al abandono de las únicas luchas que podemos librar en propiedad y con dignidad, para esperar la redención foránea. Es evidente que sin la presión internacional se hace difícil salir de la usurpación y de los pavorosos males de todo tipo que produce y multiplica, pero es inadmisible y vano que únicamente nos sentemos a esperar el cortejo de paladines que vendrán con claros clarines enviados por Tío Sam, según piden sus heraldos venezolanos. Quizá porque les interese la descalificación del trabajo de los partidos políticos que todavía mantienen audiencia, o el desprestigio de instituciones como la Asamblea Nacional presidida por Juan Guaidó, o el descrédito de las corrientes de pensamiento que no quieren a una superpotencia ejerciendo como policía del mundo, proclaman la cómoda y vergonzante salvación de los marines.
Acuden a un imán poderoso, pero que no es capaz de atraer metales de peso debido al excesivo trabajo que tiene en el territorio de su inmediato dominio porque hay una pandemia que no sabe atender satisfactoriamente, y un descontento social con tendencia al crecimiento, y un desempleo galopante y unas elecciones presidenciales en puerta. Y, además, porque otros imanes de Europa y América Latina no permitirán que actúe por la libre. ¿Va el presidente de Estados Unidos, por muy audaz o irresponsable que sea, por muy buscador de cámaras, por la influencia de un ego desmedido, a descuidar esos asuntos cruciales para hacerles a los venezolanos la caridad de expulsar a Nicolás Maduro y a sus compinches? No, por fortuna. Tiene que conformarse con la cosecha de tuiteros sin patas ni cabeza que han labrado los propagandistas nacionales de su desembarco milagroso.
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