Publicado en: El Universal
A Víctor Cadet
El conocimiento de la política y de su fiel compañera, la estupidez, se obtiene, como todos, en el ejercicio teórico y práctico, pero para ver sus entrañas, su humanidad, conviene leer a Bill Shakespeare, particularmente MacBeth, Julio César, Antonio y Cleopatra, y Tito Andrónico, entre otras de sus obras políticas. La primera es la radiografía sicológica y moral del tirano megalómano, como todos, sanguinario, seguro de su invulnerabilidad.
Julio César y Antonio y Cleopatra conviene leerlos juntos porque enseña corazones desatados que deslíen el poder. Ambos generales estuvieron en la cima y en distintos momentos poseyeron la misma mágica mujer que arrebataba por su talento político, magnetismo, sensualidad, inteligencia e integridad. Ella cambió sus vidas. César, dueño del mundo murió con valor en una traición en parte urdida para castigarlo por Cleopatra.
Tormentos atroces
Temerario ante el peligro enfrentó los idus de marzo (“César no se quedará en casa hoy por miedo/ El peligro sabe de sobra/que César es más peligroso que él”) Y Dante condena a los ruines asesinos a tormentos atroces en el noveno círculo. Shakespeare va a lo insondable y por eso Harold Bloom lo llama “inventor de lo humano” (La invención de lo humano titula su monumental estudio sobre el bardo). Otro lo llama “creador” del sicoanálisis.
El carácter de Julio César le permite mantener con la irresistible reina egipcia una relación que no se fue de las manos ni perturbó el equilibrio político del imperio. Ella lo amó con coraje y entrega suficientes para abandonar su reino y mudarse a Roma, donde Calfurnia, la esposa, podía hacerla asesinar. Cleopatra acató, admiró y reconoció a César como su hombre y jefe. Antonio por el contrario, con quien se juntó a la muerte de César, carecía de autodominio frente ella, quien lo amaba intensamente, como demostró en su poético final.
Tonto envanecido
Cleopatra con César se viriliza y Antonio con ella se feminiza. Egipto cae en manos de Octavio porque el general Antonio deserta del ejército en combate. En plena batalla la nave de Cleopatra se retira para resguardar el tesoro, él creyó que lo abandonaba, perdió los nervios y corrió detrás de ella, con el desconcierto de la tropa. Luego se suicida torpemente al creer que estaba muerta, mientras lo esperaba escondida.
Julio César describe la traición del poder, Antonio y Cleopatra a un hombre cuya debilidad emocional lo destruye junto con su amante. Pero Tito Andrónico es la sandez política en estado puro, y pareciera que Shakespeare escribió la pieza para burlarse de su triste personaje y poner en evidencia a un soberbio, inflexible, sanguinario, castrense, engolado sujeto, que no sabe sobrevivir fuera del poder y sucumbe a su ineptitud.
Anthony Hopkins lo hace ver lunático y Lawrence Oliver rígido e inseguro. El más poderoso de los generales, temido y respetado, regresa a Roma triunfante después de décadas de campañas en las que perdió veinte de sus veinticinco hijos. En la gloriosa entrada a la ciudad, comete un crimen monstruoso que lo retrata y da comienzo a la obra. Con sadismo, ordena lanzar vivo a la pira y descuartizarlo mientras se quema, al hijo de la prisionera reina bárbara Tamora.
Ella implora inútilmente, desesperada y de rodillas a sus pies por la vida del muchacho. Indiferente se dirige a la aclamación por la plebe, el Senado, los tribunos y la aristocracia, rechaza la corona de emperador, y la cede a Saturnino, con el plan de descansar de la guerra. Su retiro hace temer una trama maligna, algo oscuro, como se decía de Julio César cuándo declinó la corona.
Matar por pudor
“El poder que no se ejerce envenena”, escribió Maquiavelo. Los enemigos políticos ven conspiraciones detrás de ese acto. Y ya sin mando, inicia un via crucis en el que paga caros sus sandeces y crímenes. Intempestivamente en la coronación promete públicamente su hija Lavinia al emperador sin saber que era la amante del hermano de éste. Uno de sus hijos le hace saber el error y su soberbia reacción es matarlo.
La situación pone en ridículo a Saturnino y la desgracia dibuja fatalidad, sobre todo porque éste se enamora locamente de Tamora, quien maquina su espeluznante venganza. Ordena a sus hijos violar a Lavinia, que le cercenen lengua y manos, asesinen a su marido y culpen a dos de sus hermanos, por eso sentenciados a muerte. Luego le prometen cruelmente que si se corta una mano los liberarían. Así lo hace y al día siguiente le envían las cabezas y su propia mano cortadas.
Destruido humana y políticamente, el infeliz asesina a su hija mientras exclama “¡Muere, muere Lavinia y tu vergüenza contigo/ y con tu vergüenza, la de tu padre!”. Esta es tal vez la obra más polémica de el bardo por la profusión de sangre, y la triste figura del protagonista. Los críticos se debaten sobre si era una burla de Shakespeare al estilo de Marlowe su maestro y rival o si es la ridiculización extrema de los poderosos que quedan sin poder (El 27 de septiembre murió José José)
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