Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
Dicen por ahí que el sentido común es como el desodorante: el que más lo necesita es el que menos lo usa. Del sentido común han hablado desde los filósofos hasta los odiósofos. Bergson, el filósofo francés, por ejemplo, decía que es “la facultad de orientarse en la vida práctica”. El sentido común podría definirse como aquello que una comunidad considera prudente, sensato, lógico. Sin embargo, es muy común ver en las redes videos caseros que muestran la total ausencia de sentido común en gente que hasta tiene la apariencia de ser inteligente.
Algunos creen de manera irrestricta en el sentido común, como el escritor Max Jacob quien afirma que: “El sentido común es el instinto de la verdad”. Otros, sin embargo, no creen en él, como el caso de otro escritor, esta vez Saramago, que dijo: “No te dejes engañar, el sentido común es demasiado común para ser realmente sentido, en el fondo no es más que un capítulo de la estadística, y el más vulgarizado de todos”. De lo que señala el novelista portugués se infiere que el hecho de que todo el que se lance de un rascacielos muera, es un dato meramente estadístico que no tiene por qué ser una ley universal y –ciertamente– se han visto casos de gente que se ha lanzado y ha sobrevivido, pero más casos se evidencian de gente probando suertes a gran altura con fatal desenlace.
Parece que vivimos tiempos que dan validez a aquella frase de Ramón Gómez de la Serna que decía que el sentido común “es el menos común de los sentidos”.
El sentido común es en definitiva una colección de conocimientos que resultan evidentes y que no debemos desafiar. Por ejemplo: es de sentido común que si conduces de noche, enciendas las luces del vehículo, sin embargo, en nuestro país nos hemos topado en la autopista no pocas veces con vehículos que andan en la total penumbra, como el carro de Drácula.
Es también de sentido común dejar salir a la gente que viene en el vagón del metro antes de entrar, sin embargo, tal cosa no siempre sucede. Es de sentido común no usar el teléfono mientras se maneja o cuando se habla con otra persona o cuando se camina por la calle (bueno este último ejemplo no es válido para Venezuela donde el sentido común recomienda desde hace mucho tiempo no sacar el celular en la calle ni de vaina, pero por seguridad). En fin, la vida cotidiana está llena de ejemplos.
El sentido común tiene, sin duda, un componente histórico: llegamos a ciertas conclusiones porque miles de años de vivencias humanas sobre el planeta nos brindan un conjunto de certezas sin las cuales correríamos grandes riesgos. Por tanto, desconocer la historia nos hace vulnerables. Si no tenemos –por ejemplo, en el caso de los venezolanos– el conocimiento de que cada vez que los militares han intervenido en política, ha sido contraproducente para el destino del país y la libertad de los ciudadanos, podemos incurrir en el error de aupar a un militar e incluso elegir a uno para que nos gobierne.
Quien esto escribe, está más en la línea de Jacob que en la de Saramago. No apostaría nada a la premisa de que la división en la oposición venezolana nos va a sacar de este atolladero.
El sentido común indica que la unidad en estos difíciles momentos es más que indispensable y que el único que gana con la división es quien tiene el poder. Pero parece que, en el caso de los políticos, el sentido común es, la más de las veces, el menos común de los sentidos.
Si hacemos una introspección retrospectiva de nuestra historia lo más común ha sido la contravención del sentido común al punto que se pregunta uno: ¿Será que nuestro sentido común es no tener ninguno y vivir en la imprevisibilidad permanente?
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