Quizás uno de los mayores “logros” del chavismo y su tomo B, el madurismo, es haber hecho de los venezolanos ciudadanos enclenques, como gallinas patarucas. Parece que tuviéramos tatuada la frase “no se puede”. Cualquier psiquiatra nos diagnosticaría depresión.
Tenemos sobradas razones para sentirnos así. Estamos adoloridos, sí. Hemos sido estafados, hurtados, magreados. Pero al despojo que hemos sufrido en estos años, hay que sumar el haber sido transformados en víctimas de la manipulación. A la quiebra económica sumaron nuestra quiebra emocional. Estamos exactamente como querían que estuviéramos. Malgeniosos, quejosos, desconfiados de todos y de todo y proclamadores a voz en cuello de consignas negativas. O, para escapar de la realidad, nos refugiamos en todo aquello que sentimos nos alivia, y creamos un universo paralelo, una realidad ridículamente pegostosa que funciona como una droga alucinógena. Somos, así, para festejo de los rojitos, nuestra peor publicidad.
A los liderazgos, uno a uno o en cambote, los pasamos por la molienda. O por la guillotina. Hemos asimilado un lenguaje castrante que nos han sembrado adrede. Decimos idioteces. Un palabrerío insensato y necio inventado en laboratorios de perversidad con el único propósito de separarnos. Y vaya si esos creadores de la maldad han sido exitosos.
Sí, lo sé, hemos intentado todo, y nada, nada ha servido. Sentimos que nos han ganado todas las batallas. Tenemos los cuerpos golpeados, fracturados y las almas muy mal heridas y llenas de llagas. Caray, nos duelen hasta las pestañas. Y no hay pastillita para este dolor. Ni calmante para esta calentera. Buscamos entonces a quién echarle la culpa de este miserable estado de cosas. Porque nosotros somos inocentes. Y como lo somos, inocentes, el otro éxito de este régimen instalado en esta Venezuela del socialismo del siglo XXI (capital La Habana, o Moscú, o Ankara, o Teherán, o Managua, o Beijing) es desviarnos las miradas y, sobre todo, las culpas. Han logrado convencernos que todo esto que nos pasa es culpa de los liderazgos de oposición. Porque, dicen desde Miraflores, esos liderazgos, todos, son unos “bate quebraos”. A saber, estamos como estamos por Salas, Rosales, Borges, Mendoza, Ledezma, Delsa, Blyde, Capriles, López, Guaidó, María Corina, y déle, que son pasteles. Se escucha y se lee que “nos traicionaron”, “se vendieron”, “son colaboracionistas”, “se robaron los reales”, y otras lindezas. Ponemos en la misma cazuela a los picados de alacrán y a los que llevan años jugándose el pellejo. Y hay coros de oposición comprando y repitiendo que el país está en estado de miseria, no porque este régimen lleva años saqueando, robando, despilfarrando y destruyendo, sino porque hay unas sanciones (!!!) y porque hay unos “líderes chimbos” echándose aire mientras nosotros estamos pasando más trabajo que el penado 14.
Otro éxito del régimen es conseguir romper la unidad de los liderazgos y de los ciudadanos. Distanciarlos y desactivarlos. Ponernos a pelear entre nosotros. Es la estrategia más vieja de la historia de la Humanidad, pero funciona, vaya si funciona. La unidad opositora, que debería ser monolítica, es un archipiélago de isletas sin puentes, rodeadas por un mar infestado de tiburones con hambre vieja.
No sé trata de quién es más fuerte sino de quién descubre la mejor fortaleza en una oportunidad. Y esa fortaleza, estoy requeté segura, no está en las fuerzas desunidas. La fragmentación hace que perdamos las oportunidades.
En mi artículo anterior, “El retrato: Henrique, Juan, Leopoldo, María Corina”, dije a ellos que la unidad no es un gusto, es una necesidad. Lo mismito aplica para los ciudadanos. Unidos somos una fuerza; separados somos pura pérdida.
En una charla magnífica de mi querido Mikel de Viana, él explicaba la diferencia entre fallas, errores, culpas y pecados. Estoy clara que liderazgos y ciudadanos hemos cometido muchos errores y hemos tenido también muchas fallas. Pero culpas y pecados, no. Los horrendos delitos, crímenes y violaciones de derechos humanos, esos que están plasmados en el pesadísimo expediente que estamos tramitando ante la Corte Penal Internacional, y los folios que se suman cada día, ponen las culpas dónde es: sobre estos salvajes.
La recuperación democrática es un proceso, no un asunto de un día glorioso que podamos marcar en el calendario como nueva fecha patria. No fue en un día que esta gente destruyó a Venezuela. Llevan más de dos décadas cayéndonos a palos.
Se produjo un incendio en la UCV. Los bomberos de la universidad, con terribles limitaciones y para colmo sin agua, no podían por sí solos sofocar el fuego. Tan pronto como les fue posible, llegaron bomberos de Caracas, Baruta y entiendo de otras localidades. Se unieron. No sé preguntaron quién era quién.
Cada vez que le compramos las monsergas divisionistas al régimen, o a sus “agentes” disfrazados de oposición, estamos escupiendo para arriba. Nuestra fortaleza en la oportunidad está en aprovecharla unidos. Lo contrario es complacer al régimen en su deseo, en su obscuro y perverso deseo.
Yo sí me visto tricolor y me “retrato en grupo”. Y bajo esa foto, como leyenda: “Plataforma Democrática, la que lucha por Venezuela”. Le pido a los ciudadanos lo mismo que a los liderazgos: Unidad.
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