Publicado en: El Universal
“He decidido no leer (…) más artículos sobre el mundo post pandémico… sus autores son seres aterrorizados (…) formulando las más disparatadas fantasías personales”. Fernando Mires
Alguien debería editar la antología de la economía política de la pandemia, ya que naturalmente los influencers no podían permitir que pasara sin dejar sus testimonios-pronósticos, aunque con frecuencia estos devienen a futuro sketches humorísticos. Henry Ford declaró impensable que un automóvil corriera a más de 20 k/h, y los ecologistas juraban que la humanidad no llegaría al siglo XXI.
En la izquierda y la derecha estaban seguros de que también antes del siglo XXI todos los países serían comunistas, y otros aseguraban que el mundo acabaría en el holocausto nuclear. Sartre anunció durante los 70 que la tercera guerra mundial ya había comenzado en Medio Oriente. Con las nuevas fuentes de energía en los 80, los profetas del futuro anuncian que en ¡dale con el siglo XXI!, el petróleo sería material de desecho.
Otros dijeron: “Jimmy Hoffa es intocable porque su guardaespaldas es la clase obrera” y, a pesar de Scorcese, aún no se sabe que ocurrió con él, y se piensa que lo enterraron vivo. Para la Nueva Izquierda inspirada en Marcuse, esa clase obrera de Hoffa se había tornado soporte del kapitalismou y la revolución debía hacerse con marginales, drogadictos, estudiantes y delincuentes. Las distopías izquierdosas anunciaban un mundo kapitalista totalitario.
Así Los Ángeles en la magistral Blade Runner (Scott:1982) era una ranchería de miserables, marginales y chiringuitos de fritangas tercermundistas, versión del mercado de Tepito en Ciudad de México, oscura porque la polución no dejaba ver el sol, bajo la lluvia ácida incesante. Las distopías de derecha avizoraban un totalitarismo inspirado en 1984 de Orwell, que prohibiría hasta el amor. Algunos intelectuales dejaron su testamento del Covid con cuidado, sensatez y aportes interesantes.
Confusión con Confucio
Desfilaron por la pasarela del futuro Naomi Klein, Yuval Harari, Byung Chul Hal, Francis Fukuyama, Slavov Zizeck, Fernando Savater, Antonio Escohotado, Thomas Piketty, Rudiger Safransky, Sebastián Edwards y varios otros. Fukuyama, uno de los autores más comentados y menos leídos, en un artículo discreto y tranquilo, y sin pontificar sobre el fin de la historia, señala atascos para superar en la marcha. Pero otros arrojan carretas de disparates y manías ideológicas.
Byung Chul Hal inventa que el autoritarismo asiático lleva ventaja contra el coronavirus y nombra a Surcorea, Japón y Taiwan (¿?) y que Confucio sería el padre de ese autoritarismo, aunque no fue un filósofo en el sentido de Platón, no propone modelos de república, de justicia, ni una cosmovisión. Es un pedagogo y asesor político militar que ejerció el pensamiento práctico en una civilización que no conoció la libertad y eso le costó caro. Todavía 2000 años después la revolución cultural de Mao prohibió su lectura y quemó sus obras.
La persecución ideológica continúa cuando a una miss panameña le preguntaron quién era Confucio y después de segundos aterradores con la mente en blanco, dijo que era “el padre de la confusión”. Muy chato es un ensayo del Marx contemporáneo, Piketty, que revela la imposibilidad de los posmarxistas para recuperarse del deslave del socialismo, y quitarse las anteojeras de su ideología derogada.
Hay terribles y reales problemas para enfrentar lo que viene: ¿cómo cristalizar inversiones-empleos para superar la recesión en Europa, en un contexto de senectud y deflación demográfica que hacen insustentable el Estado de Bienestar? ¿Cómo impulsar desarrollo económico y social en el Tercer Mundo para estabilizar los flujos migratorios?
Economista de cabecera
¿Qué hacer frente a los estragos del aislacionismo populista norteamericano, que antes de la pandemia ya amenazaba con una recesión mundial cuyas principales víctimas son los países pobres? Frente tan tremebundo y convulso cuadro, Piketty, como buen inspirador de Pablo Iglesias, nos asombra diletando sobre la propiedad, como los ideólogos de los siglos XIX y XX de los que no se puede librar.
En un texto plagado de inconsistencias, se cumplen las frases lapidarias de su maestro Marx “las generaciones muertas oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos”, y de Keynes “todos terminamos siendo esclavos de un economista muerto”. Desde hace 200 años, Marx, y antes Proudhon, culparon a la propiedad, y todo el siglo XX los comunistas la fusilaron, y de paso, mataron de hambre a la gente.
Ante el fracaso los comunistas inyectaron kapitalismou y propiedad en China para que la gente pudiera comer más que 100 gramos de arroz al día como durante el maoísmo. Gracias al regreso de la propiedad, ahora es la segunda potencia mundial y los países más prósperos, Canadá, Suecia, Suiza, Holanda, Hong Kong, Dinamarca, son los que tienen mayores puntajes en el Índice de Liberad Económica.
En esos países a los que misteriosamente ponen el mote de “socialistas”, prácticamente no existen restricciones a la propiedad, ni controles, ni dirigismo estatal. Son economías cuatro y cinco veces más abiertas que las de Francia, Alemania, España, Bélgica o Italia. Y las naciones más miserables, aquellas donde el gobierno, parecido a la receta de Piketty, ejercen mayor control sobre la economía.
Lea también: “Ese obscuro objeto de deseo“, de Carlos Raúl Hernández