Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
La decisión de Guaidó de juramentarse como presidente encargado y asumir las competencias del ejecutivo, fue una decisión política con la que no estuve de acuerdo, y así lo manifesté varias veces, pues me parecía un riesgo innecesario y un gesto que no le agregaba nada nuevo a Juan Guaidó, que con su cargo como presidente de la Asamblea Nacional era más que suficiente para asumir la tarea de conducir el rescate de la democracia en Venezuela.
Pero, estoy consciente que tras la demostración multitudinaria del 23 de enero de 2019, en todo el país, la gente no se podía ir a sus casas con las manos vacías. Se trata ahora de un hecho consumado, que he de reconocer que fue bien recibido por el pueblo y por la “comunidad internacional”. Esta situación noscoloca en un nuevo escenario; el juego político ha cambiado y por primera vez en muchos años la oposición y la AN, con Guaidó a la cabeza, llevan la iniciativa. Ahora queda por ver como se moverán las piezas y ver cómo podemos apoyar a Guaidó, pues sobre eso, la necesidad de apoyar a Juan Guaidó, tampoco tengo ninguna duda.
Pero yo no fui el único sorprendido, el régimen también y contra su costumbre, tardó en responder. Su evento, que arrancaba en varias partes de la ciudad, fue un fracaso. Por ejemplo, el grupo que salía de la Plaza Brión en Chacaíto, por momentos se vio rodeado y temeroso de las multitudes que venían al evento de la oposición. La concentración en el punto marcado de la Plaza O’Leary lució “escuálida” –que paradoja, ¡escuálida! – y los organizadores y dirigentes del PSUV, en la tarima, discutían y se reclamaban en público. Era tal la desolación que el presidente usurpador no se apareció por allí, los convocó al “balcón del pueblo”, frente a Miraflores, en una calle que se llena con unos pocos cientos de personas. Sin embargo, nadie atendió tampoco al llamado de vigilia nocturna de Miraflores, solo se escuchaba en la noche el eco de los cacerolazos.
El discurso del usurpador fue lo mismo de siempre, amenazas e insultos, ahora contra Guaidó, y lo único significativo –algo había que entregar a la jauría– fue el anuncio de la ruptura de relaciones diplomáticas y políticas con EEUU y el plazo de 72 horas para que sus funcionarios abandonen el país. ¿Qué hará si no lo hacen? ¿Usará la fuerza para sacarlos? Lo dudo. No pasará de cercar o apostar guardias por sus alrededores y algunos manifestantes vociferando consignas.
El “alto mando” también tardó casi 24 horas en responder y no dijo nada que no esperábamos que dijera; en un documento leído por el ministro de la Defensa el Alto Mando afirma que “Desde hace largo tiempo se viene fraguando un vulgar golpe de Estado… se ha pretendido instaurar un gobierno paralelo de facto carente de legalidad y de sustento popular…” sin embargo, ante hechos tan “graves”, no se anuncia ninguna acción para solventarlos. Simplemente, la cómplice cúpula militar respaldó al régimen. Pero allí quedó la duda, en la demora en responder, de lo que de verdad está ocurriendo en esa caja negra que son los cuarteles, donde también la escasez y el hambre campean. Lo vimos en una pequeña muestra con lo ocurrido en Cotiza y en un video que recorre la redes vemos a unos soldados discutir con un general y sin el menor temor ni pudor le plantean sus quejas y sus penurias, su hambre y sus miserias. Eso no lo pueden tapar unos generales con expresión grave, vestidos elegantemente, detrás del ministro de la Defensa y delante de unos cuadros del “comandante eterno”, dando su apoyo a la dictadura. ¿Quién duda que hay una procesión que va por dentro? Los generales hablan de paz, de respeto a la Constitución, mientras el pueblo que se manifestó en las noches del 22, 23 y 24 de enero fue reprimido en las barriadas, de norte a sur y de este a oeste de Caracas, donde los disparos –que muchos alcanzamos a oír–y varios muertos no pudieron aplacar los cacerolazos, que esta vez no eran de una clase media pidiendo el fin de la dictadura, esta vez eran de las ollas vacías, las ollas de la escasez y del hambre.
Después desfiló el coro de la dictadura, los demás poderes. El presidente del ilegítimo TSJ, también amenazante y a la vez “dialogante”; la presidente del complaciente CNE y un tartajeante y también usurpador Fiscal General, todos ahora aceptan desesperadamente el salvavidas del “diálogo” que le lanzan México y Uruguay. No cabe duda que la dictadura esta caída, que no tiene futuro, aunque no sepamos exactamente el tiempo que podrá resistir, pero su salida y cómo se produzca depende enteramente de ella: ¿será por la violencia, en un juego suma cero, o aceptará la negociación para dejar el poder?, porque ya no hay otra posibilidad.
Debemos destacar, cuando se nos pregunta que sigue ahora, que la Asamblea Nacional y su presidente, Juan Guaidó, tienen un plan. La juramentación fue –para mí– un acto simbólico, lo importante es que Juan Guaidó y la AN han hecho una descripción completa, un dibujo completo, del plan de transición de la oposición para llevar de nuevo al país a la democracia. No hay que abandonar ese plan, hay que comenzar a desarrollarlo y lograr la incorporación del país en esa dirección.
Ese plan tiene pasos claramente definidos: el cese de la usurpación de la presidencia, la designación de un gobierno de transición y –lo más importante– la culminación en la convocatoria de elecciones libres. En eso hay que reconocer que Guaidó ha sido constante y persistente cuando se le pregunta y se le entrevista: el paso final será la realización de elecciones libres, un proceso electoral, que es la forma en que el pueblo y las democracias ejercen la soberanía y expresan su voluntad y sus anhelos fundamentales; pero obviamente ese proceso electoral no se puede llevar adelante bajo una dictadura, ejercida por un usurpador, ni bajo sus reglas de juego y quienes se las ejecutan, el actual CNE; y mucho menos, bajo las condiciones de hambre, escasez y miseria que hoy vive el pueblo venezolano, es imprescindible entonces, ese gobierno de transición, que al menos nos ponga nuevamente en la ruta del progreso y la esperanza.
Para lograr esos tres objetivos la AN ha ido proponiendo algunos acuerdos, pero lo más importante, es lo señalado por Guaidó en su discurso tras su juramentación del 5 de enero como presidente de la AN: espera contar con el apoyo popular, el apoyo de la fuerza armada y el apoyo de la comunidad internacional.
El plan de Guaidó no es la juramentación para una presidencia que no podrá ejercer de manera eficaz, desde Miraflores. Es un panorama completo el que nos dibujan que se basa en el apoyo y movilización del pueblo venezolano, a través –por el momento– de cabildos abiertos por todo el país, de la presión de la comunidad internacional y que tuvo su clímax, mas no su culminación, en la realización de la extraordinaria jornada política del 23 de enero, cuando el país recuerda el histórico día del rescate de la democracia en 1958 y recordará ahora cuando Juan Guaidó tomó un juramento frente a una multitud de venezolanos expectantes.
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