Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Usaré como pretexto en este articulo la hazaña del pesista venezolano, Julio Mayora, su medalla y lo que ha ocurrido en el país en torno a este episodio, para tratar un tema que es más político; y digo “más”, deliberadamente, porque tampoco es un tema enteramente político.
Lo primero es destacar la hazaña, como ya dije, del pesista Mayora; porque es una verdadera proeza que un deportista venezolano logré tan siquiera calificar para una olimpiada, mucho más para optar por medallas. Nuestros deportistas, los que no logran entrenar en el exterior, −tras huir del país o tienen los medios para hacerlo afuera−, seguramente lo hacen aquí en pésimas condiciones, sin lugares adecuados para la práctica de su deporte, sin el apoyo que cualquier deportista necesita para entrenar y vivir, él y su familia; en países del tercer mundo (¿aún estamos en esa categoría, o hay otra más abajo?), ese apoyo sin duda le corresponde al estado, pues la empresa privada, en países como el nuestro, están muy limitadas, por razones económicas y políticas obvias, que no necesito explicar.
De manera que lo de Julio Mayora es una verdadera hazaña, como lo es la de todos nuestros atletas que están actualmente en Tokio, aunque no sean capaces de subir al pódium a recoger una medalla. Todo lo demás, es anecdótico o episódico. Y aquí entro en el segundo punto sobre el que quiero reflexionar. Me resulta incomprensible, irreflexivo e irracional, la actitud de quienes califican −más bien, descalifican− a los deportistas venezolanos porque declaren o agradezcan al régimen, a la dictadura o a Chávez Frías, pues sabemos bien que el régimen se va a aprovechar de la circunstancia, valido de la presión que puede ejercer sobre ellos o sus familiares, para que declaren en favor del régimen y agradezcan algún “favor” que sabemos que no recibieron.
Al menos el pesista logro una medalla; algo que no pudo lograr el boxeador, Eldric Sella, a quien el golpe más fuerte que recibió no se lo dio su rival en el cuadrilátero, sino el canciller venezolano y el gobierno de Trinidad y Tobago; el primero al negarle la calificación de refugiado, el segundo por negarle el reingreso a su país por tener un pasaporte vencido. (El Primer ministro de Trinidad y Tobago es Keith Rowley, del Movimiento Nacional del Pueblo, partido de centroizquierda; los menciono para que los recordemos) Seguramente, esa decisión del gobierno caribeño se produjo después de alguna llamada telefónica desde la cancillería venezolana. Aun sin eso, no es poca cosa que el canciller te acuse de ser instrumento ideológico contra tu propio país, ciertamente no es una declaración como para estimular el “regreso a la patria”.
Lo ocurrido con Julio Mayora puede ser −ojalá que no− un preludio de lo que ocurrirá con Yulimar Rojas, cuando esta suba al pódium a recibir su medalla, pues sabemos de seguro que alguna va a conseguir. No sé qué va a declarar, ella o ningún otro atleta, pero seguramente los zamuros de la prensa oficialista los van a abordar, no para celebrar y compartir su triunfo, sino con la aviesa intención de aprovechar políticamente sus logros, pues bien saben que esos atletas se verán obligados a hacer alguna “alabanza” al régimen o su difunto; vimos a un Mayora tartajear, al dar unas loas obligadas al régimen, pero también un Mayora muy diferente que declaró de
manera espontánea al salir de su competencia, contento de su triunfo y dedicándoselo al pueblo venezolano, a sus entrenadores, a los que lo apoyaron y a su familia. Lo que digan los atletas bajo la horca caudina del micrófono de la prensa oficial, sabemos que es muy distinto a lo que dicen cuando no tienen encima la presión de algún funcionario “soplándole” lo que deben decir, como fue en el caso de Mayora. Esa declaración forzada es desestimable, para mí es suficiente, ver triunfar, contra toda adversidad, a un atleta venezolano.
Lo que hay que lamentar es que varios jóvenes, se hayan ido del país para poder entrenar y cumplir su sueño olímpico; o escucharlos declarar, como lo hizo el pesista Mayora, que seguramente es lo que él va a hacer para
continuar su carrera deportiva. A los políticos que no pueden sobornar o comprar, los persiguen, apresan o destierran. A los artistas o deportistas de extracción humilde, los llevan a Miraflores y se toman fotos con ellos, a
sabiendas que negarse es exponerse a una vida de privaciones y miseria para ellos y sus familias. Dicho esto, quiero tocar ahora el problema de fondo.
En la otra acera, en la nuestra, al pesista venezolano se le descalifica por una supuesta simpatía política, que no está muy claramente expresada, pero que en todo caso no coincidió −de manera clara y expresa− con la
simpatía política de quienes lo criticaron; que de paso también insultaron o insinuaron los peores calificativos hacia quienes expresaron simpatía por el atleta, lo defendieron o lamentaron las descalificaciones. En un país tan polarizado, políticamente, como Venezuela se producen estas situaciones lamentables, para algunos explicables, pero nunca justificables.
En todo caso, y es el tema de fondo que quiero destacar, que es algo que he dicho otras veces, y es que lo ocurrido con la reacción de algunas personas contra los atletas, no es más que la angustiante confirmación de que el chavismo/madurismo está triunfando. No solo nos han derrotado políticamente en varios procesos electorales y políticos, no solo destruyeron el país y lo han llevado a la más ignominiosa miseria. Lo más grave es que lograron inocularnos su veneno de odio, rencor y resentimiento social, que hoy circula lastimosa y libremente por nuestras venas, se nos mete hasta los tuétanos de los huesos y nos anega el alma.
Toda esa frustración que sentimos, toda esa rabia que reflejamos, todo el veneno que llevamos por dentro y que volcamos en redes sociales no hace ni mella en el oprobioso régimen, no los toca, pero se vuelve contra nosotros mismos, contra nuestros líderes, buenos, malos o mejores, contra nuestros partidos políticos, y ahora contra nuestros atletas, víctimas también del régimen, a los que algunos critican inmisericordemente, de los que hacemos burla y chistes fáciles, con es humorismo barato y ramplón que tienen los venezolanos que carecen de imaginación.
Cuando hablamos de los políticos y líderes, decimos que no se trata de limitar la crítica, mucho menos suprimirla, sino de evitar que se haga sin argumentar, ni dar razones y dar la oportunidad de que los criticados se defiendan, dándoles el beneficio de la duda. Lo mismo hay que decir de los atletas, que hay que saber festejar con ellos su triunfo y dolerse de sus derrotas, reconociéndoles el inmenso esfuerzo que le dedicaron a prepararse, a adquirir destrezas, bajo las peores condiciones y circunstancias.
Saldremos de este oprobioso régimen, no tengo la menor duda, pero al paso que llevamos, será mucho más difícil librarnos del veneno del odio que reconstruir el país. Se trata entonces de meditar, reflexionar, estar conscientes acerca de que nos han llenado de rencor, de amargura, de rabia…como me dijo una buena amiga hace tiempo: “¡Qué difícil es pensar derecho con este veneno adentro!” Pero es necesario hacerlo.
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