Por: Jean Maninat
Cada quien confecciona su muñeco de vudú para clavar los alfileres que le dan seguridad, su Frankenstein particular para que lo expíe de responsabilidades, una coartada para ser exonerado de culpa por sus decisiones políticas argumentando que se enfrenta a un contendiente provisto de fuerzas sobrenaturales. En síntesis: ganar indulgencias con escapulario rojo ajeno.
El Foro de São Paulo es el renovado alibi (desafortunadamente no es el que evocaba María Bethânia) para justificar las fallas sísmicas en la defensa de la democracia en América Latina. Fundado en 1990 bajo los auspicios del Partido de los Trabajadores (PT), de Brasil, congregó a la feligresía progresista para plantar cara al “neoliberalismo” desde una postura de izquierda radical. El variopinto cóctel fue perdiendo fuelle a medida que sus partidos inspiradores fueron deslizándose hacia posiciones más pragmáticas, dejando de lado la liturgia neomarxista, y abrazando un lenguaje reformista y populista.
Su ejemplo mas notable fue Luis Inácio Lula da Silva, quien en su cuarto intento por ganar la presidencia, vistió traje y corbata, se podó la barba irredenta, y finalmente ejerció como presidente del 2003 al 2010, logrando un impacto rotundo en la fibra social de Brasil. Nada tenía que ver su ejercicio de gobierno con los postulados iniciales del Foro. (Hoy paga el desvío de haber vivido en el monstruo y convivir con sus entrañas. Perdón Martí).
Similar fue el derrotero de los otros mandatarios que asumieron posturas populistas autoritarias -la lista es conocida-. La creación del ALBA, animada por la chequera venezolana, redujo al Foro a una capilla ardiente que se reunía periódicamente a lanzar blasfemias en contra del capitalismo. Los dueños del circo ya estaban en otra. Pregúntele al Frente Amplio uruguayo.
Ciertamente, no se puede desdeñar su influencia -que la tiene en algunos sectores- ni su condición de fetiche revolucionario, pero de allí a otorgarle superpoderes dignos de Marvel, hay un largo trecho. Sus valedores están de capa caída, sin las arcas repletas para alimentarlo, con sus símbolos más queridos fuera del poder (la Pachamama era yo), y los que quedan descuartizando sus países para aferrarse al Palacio de Gobierno.
La última reunión del Foro en Caracas no pudo ser más lastimera (salvo que le sirviera al alto gobierno para agitar un trapo rojo al que fueron todos prestos a embestir. ¡Todo nos está saliendo de rechupete muchachos!). Hasta los testimoniales de los participantes eran risibles. De manera tal que ese es un contendiente al que no hay que ensalzar para sentirnos más o menos cómodos en nuestra zona de confort. Somos nosotros los culpables en la sabrosura de echarle la culpa a los demás de nuestros males.
O se sientan las mesotas, las mesitas, las mesiticas de la oposición a dialogar acerca de cómo recobrar la ruta electoral para acorralar democráticamente al régimen, o nos quedamos echándole la culpa a otro de nuestra propia debilidad y rogando a los cielos que venga alguien con fuerza a sacarnos del atolladero. Y ya los cielos están dando señales de hastío con el asunto venezolano.
No es el Foro, somos nosotros.
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