Publicado: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“En la historia no se producen milagros. Los milagros los hacen los dioses.
Los hombres son los que, actuando de acuerdo con las circunstancias y
fijándose metas claras, conducen la historia”.
Rómulo Betancourt
Los virus están “muertos” hasta que encuentran un agente vivo del cual se nutren, corrompen y destruyen. Un gánster es un hampón profesional, un maleante “de carrera” —un “muerto viviente”— que forma parte de una organización criminal que se va introduciendo en las células del tejido de un determinado organismo social hasta infectarlo, corromperlo y extinguirlo. Es lo más similar a una virosis letal, y puede llegar a convertirse en la pandemia del Ethos de toda una formación social, e incluso de una totalidad histórica. De hecho, se va apoderando de ella y, poco a poco, la va enfermando y consumiendo. Va menguando sus fuerzas hasta que la destruye por completo. Y, al igual que las células malignas, potentes y mortales, logra, astutamente, engañar al organismo entero, introducirse en los tejidos que conforman la anatomía de su ser y de su conciencia, aparentando ser lo que no es. Un gánster puede llegar a hacerse pasar por un empresario, un gremialista, un juez, un ideólogo, un religioso, un político o un militar. Se encapucha, se mimetiza y se “arrancha”, para terminar dando rienda suelta a su función destructora. El gansterato que saquea y mantiene secuestrada a Venezuela —y tal vez a buena parte de Occidente— es justo eso: una pandemia mortalmente infecciosa y agresiva que, en estricto sentido, la está conduciendo a los brazos de la muerte.
En 1978, Sofía Ímber y Carlos Rangel entrevistaron al expresidente Rómulo Betancourt para el programa Buenos días, de grata recordación tanto por su calidad intelectual como por la profundización en temas y problemas que, cada mañana, contribuían con el enriquecimiento del debate político y cultural de un país sano, próspero y auténticamente democrático. En aquella entrevista, Betancourt afirmó estas reveladoras palabras, que bien vale la pena transcribir, a los efectos de comprender en detalle contra quiénes se enfrentan las fuerzas democráticas de lo que va quedando de país:
“Vivimos en un mundo en el que se ha establecido una internacional del terrorismo. Aquí mismo en Venezuela, tenemos el triste privilegio de haber establecido la célula matriz de ese terrorismo que está conmoviendo al mundo, porque en los años sesenta, cuando se estaban secuestrando aviones, cuando se secuestró a Di Stéfano, cuando se secuestró al coronel Smoller, cuando se asesinó de forma tan cruel como asesinaron a Moro, al señor Iribarren Borges, cuando se asesinó al abogado Seijas, cuando se trató de asesinar al general Moreán Soto. Esos son los antecedentes del terrorismo este que ahora está conmoviendo al mundo. Fue en la época de mi gobierno y en la época del gobierno de Leoni. Y todo eso en Europa lo registraba la prensa como una manifestación del pintoretismo latinoamericano. El terrorismo había comenzado en América Latina, porque era un trasplante del terrorismo cubano. La llamada Revolución cubana fue dirigida por un grupo de pistoleros que se iniciaron no leyendo libros de teoría marxista, no haciendo proselitismo político, no organizando partidos políticos, sino como jefes de bandas universitarias de secuestradores. El señor Fidel Castro es el personaje a quien describe Rómulo Gallegos como Justo Rigores en su novela cubana Una brizna de paja en el viento. Justo Rigores —Fidel Castro—, tal como se lo describió a Gallegos su entonces adversador Raúl Roa —profesor universitario—, era jefe de un bonche universitario, de gente que estaba en un filo de cuchillo entre el Robin Hood de la leyenda inglesa, perseguidor de los ricos en favor de los pobres, y el atracador puro y simple. Esos métodos fueron trasladados a Venezuela por los agentes del quintacolumnismo castrista en nuestro país”.
Betancourt describe, con extraordinaria precisión, los orígenes de la terrible pandemia que, ya desde los inicios mismos del régimen democrático en Venezuela, amenazaba de continuo, una y otra vez, con expandirse y enfermar gravemente la otrora nación, que ya hoy no existe. Y así, en un momento de defensas bajas, con buena parte del virus ya expandido entre una población que fue premeditadamente conducida a su contaminación, a consecuencia del cobijo que encontrara entre poderosos —e inescrupulosos— sectores resentidos, parasitarios, habituados a vivir de los “recursos preferenciales” del Estado, y que vieron en serio peligro los intereses de sus jugosas ganancias, el país terminó en manos de una organización criminal oculta bajo los ropajes constitucionales. En nombre de una “nueva república” se fue acabando sistemáticamente no con la “vieja república”, como se anunciaba, sino con la idea republicana misma y, consecuentemente, con su valiosa objetivación institucional. En su lugar, el hampa gansteril se fue apoderando de todo, destruyendo las fibras vitales del país entero, hasta llevarlo a su completo desfallecimiento y poniéndolo al servicio de los negocios del narcoterrorismo internacional. Ahora la pandemia, planificada y propagada desde el comienzo por Justo Rigores, amenaza con expandirse a todo el Occidente, hasta hacerlo “morder el polvo”, ponerlo de rodillas, intoxicándolo, mientras “el bonche”, del que hablaba Betancourt, se enriquece grosera y grotescamente, en nombre del “pueblo” y de la “revolución”.
Una vez más, Betancourt —quien, por cierto, sí que sabía de teoría y praxis política— tenía razón: no son políticos, en el sentido clásico del término. No se “iniciaron leyendo libros de teoría marxista” ni “organizando partidos políticos”. Son criminales —“pistoleros”, dice Betancourt—, como lo demostraran con fehaciente saña en aquel aciago Puente Llaguno o, más recientemente, con los asesinatos de Oscar Pérez y de Fernando Albán, entre tantos otros. No conforman uno de los extremos de una supuesta relación de polarización, ni son “la izquierda” respecto de “la derecha”. No son el término opuesto, el otro polo. Más bien, son lo distinto que percibe al otro no como su opositor sino, precisamente, como el “no-polo”, el no-existente, la nada. No hay negociación posible con quien se representa al otro no como su adversario político sino como su “enemigo de clase”, “a muerte”. Ni puede haber un “manejo político” de una relación impolítica. Que Luciano o Capone, Escobar o el “Chapo” incursionaran en el escenario político no significa que lo fueran efectivamente. Hace tiempo que las FARC o el ELN abandonaron los llamados “principios” para deslizarse cada vez más hacia el malandraje narcoterrorista. Las pandemias no se curan con hand sanitizer. Y hace mucho tiempo quedó atrás la etapa de las medidas preventivas. El mal está aquí y todo lo contagia sin contemplación. Todo lo va destruyendo a su paso. No conviene esperar milagros. Solo queda la decisión de combatirlo prescribiendo unidad y exigencia de justicia. Lo que solo con virtus se podrá concretar.
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