Por: Asdrúbal Aguiar
Henrique Salas Römer entrega a las generaciones del presente y el porvenir, de modo especial a las venezolanas, su legado de observaciones y experiencias.
Aún recuerda mi generación la advertencia que nos hace en la hora previa a las elecciones presidenciales de 1998. Decía que uno u otro – él o Hugo Chávez, pasajeros del mismo tren de la historia y de dos generaciones concurrentes – marcarían con su huella al país y los efectos se verían a 15 años plazo. Casualmente, coincidieron con la muerte del último y su herencia de destrucción. Hoy mejor se comprende tal predicción, a la luz de la obra escrita por aquél, El futuro tiene su historia, que se califica por sí misma.
El autor, formado en la Universidad de Yale, analiza los hitos y procesos históricos transcurridos por el mundo. Les ancla en 1899 y desanda en 2019, mirando hacia el futuro con propósitos pedagógicos: evitar que el tren de la historia nos deje varados en la estación, como piezas de desecho.
En el tren de la historia, que hace y construye historia en un momento dado, siempre viajan dos generaciones que la marcan, cada una ocupando 15 años y ambas sumando 30 años con sus experiencias e interacciones; correspondiéndole a la mayor bajarse en la siguiente estación para que suba otra, y así sucesivamente.
Conservo en la memoria mi encuentro de Roma, en 1993, con Giulio Andreotti, varias veces Primer Ministro y centro de la vida política de Italia desde 1946. Él fallece como Senador a vida en 2013. Le pregunto por la persecución que sufre junto a Bettino Craxi, veinte años menor que él, también ex primer ministro y líder del partido socialista. Sin rodeos y sin pensarlos dos veces, el titán de la democracia cristiana me responde:
“Bettino y yo caminábamos sobre la línea férrea, muy distraídos, muy animados. No nos percatamos que venía el tren de la historia. Nos pasó por encima”.
Salas Römer es cabalmente orteguiano. Sigue al ícono de la ilustración hispana que fuera José Ortega y Gasset, de quien copia el método de las generaciones y lo traslada para su análisis en tiempos de globalización.
A la generación venezolana que insurge en 2007 le toca trillar hoy con su precedente. Y el caso – esto lo afirmó yo, no lo dice Henrique, sólo sigo sus pasos – es que, en nuestro caso, la actuante en 1989, cuando se agota la República civil de partidos y que echa dientes una década atrás, no abandona sus asientos. Mantiene congestionado y detenido el tren de Venezuela, que probablemente llegue con retraso a su siguiente escala.
¿Es esto un sino y algo fatal, como parece y propio de nosotros, me pregunto?
Venezuela ingresa al siglo XIX en 1830, con 30 años de retardo, de manos de José Antonio Páez. Lo hace al siglo XX una vez muerto Juan Vicente Gómez, en 1935. El tren de ahora nos ha devuelto al siglo XIX y quiera Dios que podamos retomar nuestra senda hacia el futuro, a más tardar, el 2030.
Estados Unidos hace aparición en la escena mundial, 110 años atrás. Vive la Gran Depresión 30 años después, e inicia su carrera espacial 30 años más tarde, en 1959. Es este el hito, justamente, en el que finalmente nace nuestra república civil y civilizada, ajena a la república de las armas.
La realidad que forja el Pacto de Puntofijo la trabajan, 30 años antes, los miembros de la generación de 1928. Se sostiene 30 años hasta 1989, último escalón del sistema de partidos democráticos, pero acaudillados, que nos rige hasta ese momento. Después, como lo dice Salas Römer, mirando hacia afuera y adentro, ocurre el Gran Vacío, que se cierra este año, pasados 30 años.
1989 fue el aldabonazo, en lo global y con efectos domésticos en Venezuela. Cae el Muro de Berlín, se diluyen las tensiones entre el Este y el Oeste, e ingresa la Humanidad, es lo central, a una Era distinta, a algo más que una etapa – un cambio de época como lo refiere Carlos A. Montaner. Llega el tiempo del tiempo con su velocidad agonal, para diluir el significado de la geografía que aún ocupan las cárceles de ciudadanía que son los actuales Estados. Ha lugar, en el vacío de coyuntura, a manifestaciones de “neofundamentalismo” que se aprecian, primero en Alemania, luego en Caracas con los “bolivarianos”.
Si leemos la obra de Salas Römer constataremos, entonces, que no se trata de “incidentalismo”, menos de conjuras o miserias políticas – que si las hubo y las refiere este – que fuesen las determinantes en la cuestión venezolana.
Estamos “ya” en 2019. Las migraciones cambian la faz de una Europa que renuncia a sus raíces cristianas y se repiten en las Américas; se impone el vértigo, sea en las comunicaciones con el 5G, sea con el tren bala chino de 350 km. por hora o el avión, como lo recuerda Henrique, que cruzará el Atlántico antes de que un pasajero se mueva desde el aeropuerto Kennedy hasta la Gran Manzana. El Oriente – ex Oriente lux – pone su mirada en el Occidente, mientras éste – ex Oriente lex – permanece distraído en su estación y camina sobre los rieles del tren que anuncia su llegada. Ojalá no le ocurra lo mismo que al Onorevole Andreotti.
Quiera Dios que las generaciones del presente, las venezolanas, hagan un alto en su diario narcisismo digital en modo de cumplir con la otra máxima de Ortega y Gasset, en sus Meditaciones del Quijote: “Sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible está ocultando otros paisajes invisibles nos sentimos dentro del bosque”.
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