Publicado en: El Universal
Ilegalización de partidos y sindicatos, persecución de activistas, censura de prensa, espionaje generalizado, odio, tortura, asesinato, cárcel y exilio a la disidencia, son factores constitutivos de esas desgracias llamadas “revoluciones”, que en los siglos XX y XXI crearon sistemas absolutistas, a diferencia del XVIII. Los derrocamientos de dictaduras que no pretendieron derivar a un “nuevo orden social”, como el 23 de enero de 1958, “la revolución de las fantasías” según Domingo Alberto Rangel, afortunadamente no fueron revoluciones. Por cierto, la mayoría de las dictaduras se derrumbaron electoralmente, pese a lo que dicen las cherchas.
Que revolucionarios de izquierda y de derecha busquen clausurar la política no es casualidad, ya que Hegel y Marx, los dos más grandes pensadores del “fin de la Historia” concibieron que eso tenía que ocurrir. Marx, un utopista brillante, escribió que, como en el comunismo los trabajadores serían dueños de la riqueza y la sociedad se autogobernaría, no eran necesarios política ni Estado, pues el gobierno sería una mera administración de actividades y cosas. Para Hegel los fines que habían impulsado la marcha de la Historia, los ideales ancestrales de justicia y libertad, se habían materializado en el Estado prusiano.
Por eso en el siglo XX los marxistas y nacionalsocialistas implantaron a sangre y fuego el fin de la política, es decir, del pluralismo y la lucha por el poder. Lenin y Trotsky fundaron una monstruosa dictadura totalitaria y el primero, moribundo, descubrió que su discípulo más destacado, Stalin, garantizaba un futuro peor de lo que ya habían creado. Hitler se propuso explícitamente “destruir la herencia de la revolución francesa” y naturalmente no se refería a los abominables crímenes políticos y humanos de Robespierre.
Repetir el Terror
Disparaba a la etapa liberal que comienza con la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 y termina en 1793 con el Terror de Maximiliano Robespierre, al que más bien Hitler reproduce. La habilidad de los luchadores democráticos exitosos contra dictaduras, fue actuar inteligentemente y con cuidado extremo para reconstruir paso a paso algunos pilares del Estado de Derecho que condujeran a procesos electorales, en los que sucumbieron más de 90% de los regímenes autoritarios. En Venezuela ha ocurrido exactamente el proceso inverso, que pasará a la historia de la candidez humana.
Las fuerzas democráticas han actuado sistemáticamente a lo largo de 20 años para perder por torpeza y demencia, las garantías liberales que la revolución estaba desesperada por eliminar. Así como argentinos, chilenos, peruanos, uruguayos, brasileros, salvadoreños, comenzaban con comisiones de Derechos Humanos, fundaban periódicos o introducían sutiles planteamientos democráticos en los existentes, luchaban por la libertad de los presos hasta llegar a pedir elecciones, y luego ganarlas, en Venezuela ha sido al revés.
Incursiones irracionales, suicidas, dirigidas por improvisados y antipolíticos, y políticos ambilados, fueron sacrificando uno a uno los recursos de la democracia: periódicos, televisoras, emisoras de radio, Poder Judicial, fuerza militar, Pdvsa, gobernaciones, alcaldías, partidos políticos, acuerdos en República Dominicana, hasta llegar al colmo de los colmos: la abstención en las elecciones presidenciales este año. En actos de locura, como el toro que embiste contra el burladero y se desnuca, despalillamos las reservas de fuerza democrática. Nunca se ha visto nada semejante.
Absolutismo por las buenas
La izquierda revolucionaria trabajó para destruir la política, los mecanismos mencionados en los que cristalizaba la fuerza democrática, y la derecha revolucionaria ha hecho exactamente lo mismo al promover el abandono de los espacios institucionales. Hoy ya no existe política reformista, de centro, sino un gobierno absolutista e ilimitado, sin que haya costado una guerra civil, ni fusilamientos ni golpes de Estado, sino el auxilio al gobierno de radicales y abstencionistas. Ante la ausencia de política, el único enemigo de la permanencia del statuses su incapacidad para darle una orientación medianamente normal a la economía.
Luego de largos meses de errores, hoy la comunidad internacional parece comenzar a comprender cómo la despolitización del abstencionismo atornilló al gobierno y liquidó la esperanza. Frente a la obscuridad, la Unión Europea, en lenguaje políticamente correcto, declara un núcleo importante: la necesidad de conseguir interlocutores e iniciar negociaciones para buscar salidas antes que el orden de cosas termine de fraguarse. Captaron que no promover el regreso de la política es sentencia de que las nuevas estructuras se hagan impenetrables. Pero el radicalismo opositor, responsable directo, evidencia su incapacidad para medianamente entender la realidad.
Lo único que hacen es repetir la frase lamentable, decúbito dorsal de la inteligencia: negociar es criminal. No son capaces de articular una idea útil, concreta, ni una aproximación seria a la realidad. Consignas huecas, vanidades ridículas, ambiciones, descomedimiento, fantasmagoría, sustituyen el mínimo mobiliario que debe tener la cabeza de alguien que pretenda dirigir a otros. Si por algún golpe de dados llegaran al poder, la desgracia de los venezolanos se mantendría y profundizaría. El final de la política.